La segunda vuelta electoral

El domingo 19 de noviembre la ciudadanía volverá a concurrir a las urnas para elegir presidente y vicepresidente de la Nación. Será en el marco del balotaje o segunda vuelta electoral normada por la Constitución Nacional en su artículo 96 incorporado desde la última reforma constitucional, ya próxima a cumplir treinta años de vigencia, y se realizará por segunda vez desde su inclusión en el plexo, siendo que la anterior oportunidad en que se puso en práctica fue en 2015 cuando se enfrentaron Scioli y Macri, resultando vencedor este último y consagrándose primer magistrado.
El ballotage o balotaje es originario de Francia, donde fue introducido con el surgimiento de lo que se conoció como V República, inspirada por Charles De Gaulle, como un modo de dotar de mayor legitimidad al jefe de Estado (luego de las experiencias fallidas de Parlamentos atomizados y Ejecutivos débiles que fueron característicos de las II y IV Repúblicas), al obligarlo a reunir más de la mitad de los sufragios emitidos en el primer turno electoral o someterse a una segunda vuelta con su inmediato seguidor en cantidad de votos.
A diferencia del sistema francés, como consecuencia de los acuerdos alcanzados por Menem y Alfonsín en el llamado Pacto de Olivos que se materializó en el Núcleo de Coincidencias Básicas, nuestro régimen -como se sabe- prevé dos supuestos para evitar la segunda vuelta: que el más votado obtenga 45 por ciento en la primera vuelta o al menos el 40 por ciento y la distancia que lo separe del segundo sea al menos de diez puntos porcentuales.

MÚLTIPLES ANÁLISIS
El escrutinio del domingo 22 pasado no arrojó como resultado ninguna de las dos previsiones constitucionales de modo que la definición de la compulsa presidencial quedó supeditada a la realización de la segunda vuelta. Ahora bien, múltiples y variopintos análisis escuchamos y leemos desde que la certeza de que habrá ballotage se instaló en el escenario político. Algunos más ecuánimes que otros, la tónica general es el desconocimiento profundo de las orientaciones y motivaciones del electorado para un comportamiento que resulta cada vez más difícil prever con algún grado de certeza. Sin entrar en consideraciones más comprometidas con las opciones en disputa, una mirada desapasionada basada fundamentalmente en la descripción de situaciones realizadas por conocedores y estudiosos del instituto del balotaje a la luz de las experiencias producidas a partir de su aplicación en aquellos países que en Europa y América se encuentra vigente.
Las posibles opciones de balotaje el próximo 19 de noviembre serían cuatro, a saber:
1) La doble primera vuelta. En este caso, el segundo turno reitera el escenario producido en el primero, de modo tal que se mantienen las ubicaciones aunque con variantes en los porcentajes obtenidos. El primero vuelve a ganar secundado por el mismo que fue segundo. Puede suceder que la diferencia entre ambos binomios resulte más abultada de modo que el ganador obtiene una ratificación que brinda una mayor legitimidad a su victoria. Es el caso de Lula en Brasil, de Chirac y Jospin en Francia. Puede haber variantes, pero siempre se ratifica el triunfo del que salió adelante en la primera vuelta.
2) La del 2°+3°> 1°. Aquí se produce una típica ecuación que privilegia la aritmética electoral. Un triunfo no demasiado holgado del candidato que obtuvo más votos en el primer turno puede favorecer la confluencia del segundo y el tercero para terminar desplazándolo. Un caso fue en el Uruguay en 1999 cuando el Partido Colorado más el Partido Nacional (2do y 3ro, respectivamente) impidieron una presidencia del Frente Amplio. Con el tiempo fue antecedente de la coalición que logró poner fin a un ciclo hegemónico de la izquierda charrúa y actualmente gobierna encabezada por el presidente Lacalle. El caso podría también asimilarse a lo ocurrido en Argentina en 2015. Si bien no existió un acuerdo explícito entre los candidatos, los votantes del Frente Renovador de Massa (que 3ro.) fueron más proclives a apoyar a Macri (que había salido segundo), impidiendo una presidencia de Scioli.
3) Todos contra el yanki. La denominación de esta hipótesis fue acuñada en las experiencias de segunda vuelta electoral vividas en países de Centroamérica, en las que se genera una coalición natural de todas las expresiones minoritarias para cerrarle el paso al que salió primero en el turno anterior, porque su fortalecimiento genera temor. Una especie de paráfrasis borgeana: "No nos une el amor, sino el espanto". Este fue el esquema que se produjo en el Perú de 1990 cuando ante el temor de una victoria de Mario Vargas Llosa, todas las expresiones políticas hasta las más izquierdistas terminaron apoyando a un desconocido Fujimori que pronto acabaría por espantarlos a todos. Fue el escenario que en 2003 quiso evitar Carlos Menem al renunciar a presentarse al balotaje a sabiendas que Kirchner cosecharía una previsiblemente abrumadora mayoría que lo dejaría en el papel de perdedor.
4) Los siete enanitos. Se trata de una deformación o vicio del sistema que consiste en una anti polarización. Se produce cuando existe una multitud de candidatos minoritarios que llegan a la elección en situación de paridad, que genera una fuerte incertidumbre, toda vez que los que concurren a la segunda vuelta lo hacen por muy poca diferencia respecto de los que no tendrán esa oportunidad. Es también asimilable a la situación argentina de 2003 cuando pocos puntos separaban al primero, del segundo y del tercero y hasta de los otros dos candidatos, aunque no se realizó el balotaje por la ya mencionada renuncia de Menem.
Queda por ver si alguno de estos escenarios describe la situación del próximo balotaje argentino, incógnita que se develará la noche del domingo 19.