La belleza de los libros

La seducción del ingeniero Vitri


Al parecer, cierta pibería literaria considera que, para ser ungido novelista genial, no sólo es suficiente cometer faltas de ortografía sino que, además, es requisito indispensable.

Gracias a esta afinidad espiritual y fáctica, asumen el deber de cantar loas a la obra de Roberto Arlt, ya que, según afirman, este autor solía incurrir en palabras de formas caprichosas o, digamos, muy personales.

Yo he leído las cuatro novelas de Arlt (El juguete rabioso, 1926; Los siete locos, 1929; Los lanzallamas, 1931; El amor brujo, 1932). Si voy a decir la verdad, el caso es que, a medida que iban apareciendo cronológicamente, cada una de ellas me pareció inferior a la previa.

Sin duda, la primera es bastante mejor que sus tres hermanas menores. Pero esto no la libra de tropiezos semánticos y de construcción. Además de ellos, se encuentran también unas cuantas incoherencias narrativas, de las que señalaré sólo la siguiente.

ARSENIO VITRI

Después de consumada su delación del Rengo, Silvio Astier se presenta, en el capítulo final de la novela, ante el ingeniero Arsenio Vitri. Éste, aunque ha sido beneficiado por la canallada, aprovecha la ocasión para humillar a Silvio:

—No, venga, siéntese… ¿dígame por qué ha hecho eso? (1)

—¿Por qué?

—Sí, ¿por qué usted ha traicionado a su compañero?, y sin motivo. ¿No le da vergüenza tener tan poca dignidad a sus años? (pág. 153). (2)

Durante dos o tres páginas más continúa un diálogo que no me atrevo a calificar de verosímil: tras haberlo amonestado con severidad, el ingeniero se convierte en súbito admirador de Silvio y termina festejando su “alegría”. Silvio pide un favor:

—Vea; yo quisiera irme al Sur… al Neuquén… allá donde hay hielos y nubes… y grandes montañas… quisiera ver la montaña…

—Perfectamente, yo le ayudaré y le conseguiré un puesto en Comodoro; pero ahora váyase porque tengo que trabajar. Le escribiré pronto… ¡Ah! Y no pierda su alegría; su alegría es muy linda (pág. 156).

Aquí, tal como le ocurrió en el capítulo III (pág. 96), en que la señora Rebeca le suministra una información disparatada sobre el tranvía 88 y sobre los servicios ferroviarios, que, de ser seguida, no iba a llevarlo ni a la esquina de su casa, Silvio vuelve a tener mala suerte con los itinerarios.

Él desea ir al Neuquén, a ver hielos y montañas (nubes, según me parece haber visto, también hay en Buenos Aires), y el ingeniero, sin dudar, lo despacha a Comodoro Rivadavia, que no queda en el Neuquén sino en el Chubut, y donde, en lugar de las “grandes montañas” que Silvio quería ver, tendrá que conformarse con la contemplación del funerario cerro Chenque.

(1) Hay tres maneras certeras de puntuar este sintagma (“dígame por qué ha hecho eso”, “dígame, ¿por qué ha hecho eso?” o “dígame: ¿por qué ha hecho eso?”) y unas cuantas maneras erróneas, entre las que se encuentra la elegida por el autor (o por los editores del libro).

(2) Las citas han sido extraídas de ‘Roberto Arlt, Novelas completas y cuentos’. Prólogo de Mirta Arlt. Tomo I. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963.