El latido de la cultura

La ruta de la muerte

Una de los caminos más directos para llegar en auto a la Patagonia es a través de la Ruta Provincial 20, que atraviesa La Pampa en sentido Este-Oeste. De sus casi trecientos kilómetros de extensión, un poco más de doscientos lo compone el tramo denominado Camineros Alberto Herrera-Estanislao Molina, que une los poblados de Chacharramendi y Colonia 25 de Mayo.  Mejor conocido como el Camino Conquista del desierto o Ruta del desierto, se trata de un sendero de asfalto que cruza el páramo pampeano como el recto tajo de un cuchillo. A lo largo de estos doscientos kilómetros no hay estaciones de servicio, ni hoteles, ni señal de celular. Tampoco ninguna curva. Lo que sí puede uno encontrar a los costados del camino es vegetación seca, arbustos y cardos de color plomizo o amarronado. Apenas unos pocos lugareños desperdigados subsisten gracias a la crianza de chivos o se dedican a cazar pumas o jabalíes, que abundan. También es común ver manchas negras sobre el pavimento. A medida que uno se acerca con el auto logra distinguir que se trata de arañas peludas, de gran tamaño, que cruzan la ruta de lado a lado.

Para muchos, la Ruta del Desierto es también la ruta de la muerte. Muchos de los turistas que la toman conducen mil kilómetros desde Buenos Aires o Rosario, lo cual los lleva a atravesar el desierto a la hora de la siesta, luego de diez horas al volante. Si bien el estado del camino es óptimo y cuenta con banquinas de dos metros y medio, el problema es la velocidad. Mientras que las autoridades provinciales recomiendan una máxima de cien kilómetros por hora, la impaciencia de los turistas por llegar a sus respectivos destinos empuja a los velocímetros de autos y camionetas a 140 o 160. La monotonía del paisaje sumada al cansancio de los conductores hace que caigan en lo que los expertos en accidentología llaman el Síndrome del sueño blanco: conductores con los ojos abiertos, pero con pérdida de atención y reflejos. Después de cabecear, muerden la banquina y cuando quieren regresar, pegan el volantazo y vuelcan.

DESCANSE

“¿No descansó? ¡¡Hágalo!!”, “No insista. Pare y Descanse”, “No se duerma”, puede leerse en los carteles a los costados del camino. A Héctor Rosane, jefe de la policía de Chacharramendi, se le ocurrió apilar los autos accidentados en una montaña coronada con una leyenda que dice: “Que no le pase lo mismo”. Otro cartel delante de una auto carbonizado dice: “Se durmió y volcó”.

Pensar que, a comienzos del siglo pasado, quienes pretendían llegar a Neuquén a caballo por esta vía decían que encararían el camino de La travesía. Basta tomarse un momento para imaginarlo. Cerca del 1900, sol en la cara, vientos de más de ochenta kilómetros y temperaturas de hasta cuarenta y cinco grados durante el día y de diecisiete grados bajo cero en noches invierno. No todos lo lograban: por fiarse del camino o por no tomar las precauciones necesarias moría mucha gente en aquél desierto, lo mismo que sucede hoy en día. Porque la ruta no es que sea traicionera pero no perdona jamás la soberbia.

Y esto no hay que olvidarlo.