La revolución anarcocapitalista

En el álbum de figuritas de la política argentina Javier Milei es una de las difíciles. Un cromo distinto, singular, de edición limitada. Hemos tenido presidentes conservadores, nacionalistas, de centroizquierda, de centroderecha, militares y civiles, inclasificables y penosos. Pero éste es diferente: desdeña al Estado.

Como ocurrió con Jair Bolsonaro en Brasil, Milei llegó a la presidencia de la Nación debido al hartazgo que la sociedad tiene para con la política. Aunque suene paradójico, ambos eran diputados nacionales, pero despreciaban las prácticas de sus pares en el ámbito legislativo.

El 56% de la población ha elegido como presidente de la Nación a un hombre que se autodenomina anarcocapitalista. Vale analizar el término. Según la Real Academia Española el anarquismo es la “doctrina que propugna la supresión del Estado y del poder gubernativo en defensa de la libertad absoluta del individuo”.

Es decir, en este caso se busca reducir a su mínima expresión -ya que la eliminación surge imposible- el rol del Estado para suplantarlo por una dinámica capitalista de intercambio donde reine libremente la oferta y la demanda, sin ningún tipo de arbitraje.

Lo que viene a proponer Javier Milei en su proyecto de ley ómnibus es la transformación social de la Argentina. Plantea otra lógica para relacionarse que supera por mucho a la esfera de lo económico. Abordar sólo esta arista sería pecar de simplismo e ingenuidad.

En su esencia libertaria, en su revolución anarcocapitalista, Milei pone patas para arriba a la Nación. No se trata de sopesar medidas técnicas como la baja de la tasa de interés, la devaluación, la bola de Leliqs, las retenciones o la presión impositiva. Esto es mucho más serio, trascendente y transformador. Se trata de una experiencia social desafiante. Lástima que nosotros estamos adentro.

Para entender cuáles son las ideas que mueven a Milei hay que hurgar en su biblioteca, leer los libros que él leyó, abrevar en sus fuentes. El presidente tiene como punto de referencia a la Escuela Austríaca, principalmente a Murray Rothbard y Ludwig von Mises. Allí está su usina de pensamiento.

En 1959 Rothbard, tras siete años de trabajo, publicó el libro titulado ‘Hombre, economía y Estado’. En sus primeras páginas describe: “La primera verdad a ser descubierta por la acción humana es que puede ser llevada a cabo sólo por actores individuales. Sólo los individuos tienen fines y pueden actuar para alcanzarlos. No hay tal cosa como fines o acciones de ‘grupos’, ‘colectivos’ o ‘Estados’, que no se llevan a cabo como acciones de distintos individuos específicos”.

Y agrega: “Las sociedades o grupos no tienen existencia independiente aparte de las acciones de sus miembros individuales. Así, decir que los gobiernos actúan es simplemente una metáfora”.

Estos son los principios libertarios con los que se nutrió Milei, de allí su vocación por reducir el Estado a su mínima expresión. La Escuela Austríaca es extremista en su visión liberal. De hecho, Alberto Benegas Lynch suele contar que en las épocas de Álvaro Alsogaray los austríacos eran apenas un puñado de economistas que ni siquiera levantaban la voz y carecían de representatividad.

QUEMAR LAS NAVES

En su política de shock Javier Milei se juega todo. Mata o muere. Como los conquistadores que al poner pie en tierra queman las naves, sabe que no hay retorno. También sabe que el éxito no está asegurado y que, de no apurar las medidas, el tiempo y el descontento popular pueden desgastarlo hasta convertir su empresa en un fracaso. Y si fracasa, ¿después qué?

Este cambio de lógica es lo que anida en el proyecto de Ley Ómnibus que el Gobierno presentó ante el Congreso de la Nación. Se trata de un compendio de 664 artículos y 351 páginas. Cada una de las propuestas y modificaciones deberá ser tratada de manera individual. Pasará el verano con los diputados y senadores sentados en el recinto, como nunca, abocados al debate y la votación.

En muchos de sus puntos el paquete legislativo no impone, sino que libera ataduras. En general blanquea operaciones que hasta hace unos días eran ilegales y llevaban una carga punitiva. Por ejemplo, la compra de dólares en las cuevas o la reventa de entradas de espectáculos deportivos.

El plan comprende también la erradicación del esquema de movilidad jubilatoria y propone la privatización de buena parte de las 41 empresas estatales, muchas de las cuales arrojan severos déficits y tienen la plantilla repleta de empleados.

La pregunta aquí es si necesariamente una empresa estatal que brinda algún servicio que el privado no ofrece debe buscar la rentabilidad. Si ese debe ser su norte al momento de operar. Todo es discutible. Pero si Milei avanza con la motosierra es también porque no hemos sabido preservarlas, porque se avaló el abuso, porque se miró hacia otro lado cuando se recargaron de empleados traídos por la política. Capas y capas de trabajadores que llegaban con una administración y se quedaban para siempre.

El paso del tiempo también juega su partido. Durante décadas Radio Nacional y su red de estaciones y repetidoras tuvo un fin geopolítico, de cohesión nacional. Su objetivo era mantener comunicada la Nación hasta en sus más lejanos rincones, en las fronteras permeables adonde entraban las ondas de los países vecinos. Plantar bandera. ¿Tiene sentido hoy su rol en la era de internet? Tal vez no. Mucho menos si cuenta con 2.446 empleados -cifra que reúne también a la TV Pública- y exhibe un balance en rojo.

RESISTENCIA

Se presume que el calendario 2024 estará repleto de fricciones sociales. La pulseada en torno al debate de las leyes aportará un buen condimento durante los meses de verano, en un trimestre escaldado por el incremento de los precios y la escalada de la inflación.

Quienes no votaron a Milei se han llamado a ejercer la resistencia. Hay una veta romántica en buena parte del peronismo que, custodiando el legado del líder, piensa sostenerse en la trinchera todo lo que haga falta hasta contener y voltear la avanzada libertaria.

Deberán tener ojos en la espalda. Nada peor que el fuego amigo. Ya tuvimos en los ‘90 una muestra de lo que puede ser el pragmatismo sindical. Poco y nada hicieron en la oleada privatizadora de las empresas públicas. ¿Serán un bastión de resistencia ahora?

Por lo pronto, la CGT, que nunca le hizo una huelga a Alberto Fernández, llamó a un paro simbólico de 12 horas para el 24 de enero. “Detonaron todo”, dijo uno de los gremialistas al evaluar las tres semanas de la gestión Milei.

Más directa fue la maniobra del secretario general de la Federación Argentina de Empleados de Comercio y Servicios, el eterno Armando Cavalieri, quien expresó su "adhesión" al nuevo sistema de indemnizaciones establecido en el DNU emitido por el gobierno de Javier Milei.

La ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, que se reunió con el sindicalista, escribió en su cuenta de Twitter: “El gremialista expresó su adhesión a la figura Fondo de Cese, incluida en el DNU 70, que establece un sistema de cobro de indemnización inmediato y justo, a fin de poder hacer frente a futuros despidos. Una promesa de campaña de Javier Milei que hoy es realidad".

El hartazgo social generó una fisura en el sistema político. Por allí se filtró Javier Milei. Convertido en presidente de la Nación, cree que las fuerzas del cielo lo han puesto de cara a una misión redentora. Cuesta desentrañar su pensamiento porque, al parecer, no es el de un político común y corriente. De allí su singularidad.

Tal vez se considere en el umbral de una instancia fundacional para la Argentina. Algo vinculado con su sino. Borges, en el cuento Biografía de Tadeo Isidoro Cruz, escribió: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.