¿QUE RECORDARA LA HISTORIA DE ESTOS AÑOS: EL DISTRIBUCIONISMO O EL DESPILFARRO?

La reconstrucción de un pasado imperfecto

“Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”, sostenía George Orwell. De allí que la historia deba reescribirse todos los días porque, a pesar de la impactante frase de Francis Fujushama, la historia no tiene fin, está en permanente ebullición ideológica.

Las nuevas perspectivas políticas y económicas hacen reconsiderar lo acontecido en el pasado, aunque se tientan de contemplar esos tiempos idos con criterios morales del presente y no con los que imperaban en el momento de la acción.

Durante los disturbios raciales de Estados Unidos a fines de la pandemia, se derribaron estatuas de esclavistas y oficiales confederados que hacía más de cien años mantenían su sueño de bronce. Bastó que la brutalidad policial se ensañara con una persona de color para desatar la violencia y perturbar la paz de las estatuas.

Argentina no ha sido ajena al perfeccionamiento de impurezas pretéritas, baste recordar las peripecias de la estatua de Colón regalada por la comunidad italiana para el centenario. Entonces nadie creía que el genovés fuese un explotador descarado...

¿VERDADES?

A pesar del relato oficial ideado por las autoridades conservadoras de principio del siglo XX de construir una historia almibarada para alimentar las simplezas de los inmigrantes que eligieron esta patria construida por sabios y proceres, las verdades de los acontecimientos fueron apareciendo a los ojos de sus descendientes, desencantados por un país que acumula 70 años de fracasos.

La presente decadencia actúa como un catalizador para estudiar el pasado y uno de los problemas, a mi criterio, fue crear prohombres tan perfectos e impolutos que desanimaron su imitación. Parecía imposible igualarlos...

¿No sería mejor ver a los próceres en sus dimensiones humanas?

¿Moreno era un jacobino, Saavedra el instigador de su muerte y Larrea un corrupto? ¿Belgrano, San Martín, Pueyrredón y Rivadavia eran monárquicos? Y sí así lo fuera, ¿por qué ocultar que en los primeros años de historia existieron proyectos de traer un rey al Río de la Plata? ¿Acaso no era la forma de gobierno consagrada por el tiempo en el siglo XIX? La Revolución francesa terminó en un baño de sangre y un sistema republicano solo parecía un experimento en las colonias de Norteamérica.

La sucesión de gobiernos en los primeros años de vida patria, que repetimos como loritos en las clases de historia, solo muestran las distintas inclinaciones ideológicas de los porteños: Juntas, triunviratos, directorios, asambleas, etc., se sucedieron a ritmo vertiginoso. Esta era una muestra de nuestra inestabilidad emocional y multiplicidad de criterios que no se podían poner de acuerdo en una discusión racional. Debieron recurrir a la violencia y la represión.

Casi todos los miembros de la Primera Junta –hecha la excepción de Matheu– sufrieron prisión o debieron exiliarse para evitarla.

Lo mismo ocurrió con los integrantes del Congreso de Tucumán y aquellos que redactaron nuestra primera Constitución en 1819.

La Argentina debió esperar 40 años antes de tener una Constitución, sumiendo al país en guerras, divisiones y discusiones (cuyo fin oculto era la distribución de los ingresos de la Aduana porteña, como hoy lo es la redistribución de los impuestos nacionales).

EL CASO RIVADAVIA

Los que ya pisamos los sesenta estudiamos una historia de próceres unitarios como Rivadavia, de muy discutida actuación durante su presidencia, acusado de maniobras fraudulentas como la enfiteusis, el empréstito Baring y el sonado caso de las minas de Famatina que creó una burbuja financiera. Para colmo su mandato concluyó con el escandaloso desenlace diplomático de la guerra contra el Brasil ... Rivadavia debió irse del país y, sin embargo, el retorno de sus restos a Buenos Aires mereció una recepción apoteótica. Para generaciones de argentinos, Rivadavia era un prohombre... pero ese prestigio de antaño se fue borrando con críticas fundadas a su gestión. Su recuerdo más vigente es la calle “¿más larga del mundo?” y la metáfora de un sillón que don Bernardino jamás usó.

Recordemos que entre 1960 y hasta los 80, los libro de texto de historia hablaban de la primera y segunda tiranía para designar los gobiernos de Rosas y Perón respectivamente. Hoy, esas figuras han sido rehabilitadas después de arduos debates que encierran distintas perspectivas políticas, lo que tampoco garantiza que no vuelvan a ser denostadas en el futuro... El nuevo revisionismo tiende a juzgar a los actores de la historia con criterios morales del siglo XXI y no los que dominaban en su tiempo.

Sarmiento es hoy reconocido como promotor de la educación obligatoria, laica y gratuita, aunque haya sido Eduardo Wilde –médico, escritor y político– quien condujo las discusiones en el Congreso para lograr la aprobación de la ley 1420. ¿Fue por su laicismo y espíritu anticlerical que ningún retrato de Wilde preside los colegios públicos que asistió a formar?

EL CANDIDO FUKUYAMA

Francis Fukuyama propició el fin de la historia como “el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas”, porque los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas (libro: El fin de la historia y el último hombre, de 1992). A más de 30 años de su publicación, solo podemos esgrimir una sonrisa irónica.

El conflicto mapuche, la Conquista del Desierto (la de Roca discutida, la de Rosas, que fue mucho más sangrienta, pasa casi oculta), la conquista española, el conflicto entre federales y unitarios, la Mazorca, la historia contada por Mitre, la Semana Trágica, la Patagonia rebelde, la década infame, el montonerismo, la represión ilegal, la Triple A, son episodios dolorosos de nuestra historia que merecen una perspectiva neutral, aunque resulte imposible desprenderse de sentimientos y de prejuicios, de perspectivas enseñadas e introyectadas, de olvidos planificados y recuerdos tergiversados, de adoctrinamientos subliminales y enseñamiento ideológico.

Roca pasó de ser el hacedor del Estado Nacional a genocida, Rosas de tirano a defensor de la soberanía, Yrigoyen de demócrata a represor, Perón de pederasta a estadista…

La historia se reescribe a partir de las nuevas vivencias y de las experiencias –especialmente las traumáticas–. La derrota de Malvinas, la hiperinflación, la caída del Dr. De la Rúa, los defaults, las deudas impagables, la inflación que atormenta los bolsillos, crean las preguntas: ¿Por qué fracasó la Argentina? ¿Acaso vivimos en un país de antípodas?

La historia nos cuenta de una grieta casi desde nuestros inicios: saavedristas vs. morenistas, unitarios y federales, conservadores y radicales, Perón y los gorilas, peronismo sindical o peronismo de izquierda (gordos vs. zurdos), los K y los anti K…

Y, sobre todo, nos atormenta una pregunta: ¿cómo se recordarán estos años? La figura de Alfonsín fue rehabilitada, a pesar de su fracaso económico, como la del padre de la democracia (aún tambaleante).

Menem es por muchos recordado como gestor de un gran gobierno, pero olvidan la corrupción en su gestión (base de la presente). De la Rúa no ha tenido esa suerte en ser rehabilitado (menos aún con la serie sobre la crisis del 2001). Y sobre Macri aún la tinta no se ha secado ni se ha dicho la última palabra.

El kirchnerismo ha dado una importancia fundamental al relato histórico, revalidando los valores de la guerra de los 70, exaltando al indigenismo, al rosismo y a la figura de Eva Perón (y no tanto la de su marido, declarado enemigo del montonerismo).

LA ERA DE CRISTINA

¿Qué rescatará la historia de estos años? ¿El distribucionismo o el derroche, la exaltación del nacionalismo o la corrupción, la figura carismática de la Señora o su búsqueda de la impunidad a toda costa tratando de fracturar el orden institucional?

La única constante de esta reescritura es la amnesia tendenciosa, el olvido de los pequeños grandes detalles, y la perseverancia de mitos y mentiras. En última instancia las personas prefieren un relato literario o cinematográfico antes que las crudas referencias académicas... Ha tenido más influencia Amalia y el Facundo que los textos de Vicente López, Bartolomé Mitre o Tulio Halperín Donghi. Y películas como 1985 tendrán una influencia aun mayor que El nunca más.

Siempre terminamos creyendo lo que necesitamos creer, sea en religión, en política o en la historia de nuestro país, del mundo y la civilización. Por eso cada generación necesita (¿o debe?) reescribir su historia en la eterna búsqueda de la verdad... aunque Pablo Neruda sostenía que la verdad es que no hay verdad…