Por Gonzalo Meschengieser *
A lo largo de la historia, los grandes cambios sociales y ambientales no comenzaron con grandes obras de infraestructura, sino con pequeños giros culturales que se fueron expandiendo hasta modificar hábitos colectivos.
Así ocurrió con el uso del cinturón de seguridad, el reciclado doméstico, el cigarrillo en espacios cerrados o incluso con el cambio de dieta que impulsó la alimentación basada en plantas. Hoy, frente a la crisis climática y el estrés hídrico global, es hora de admitir una verdad incómoda: la próxima gran batalla cultural será por el agua.
No se trata solo de abrir menos la canilla, sino de repensar nuestra relación integral con el recurso más esencial. Las sequías prolongadas, la sobreexplotación de acuíferos, la contaminación de fuentes naturales y la inequidad en el acceso ya están generando tensiones en todo el mundo. Pero también están apareciendo señales de cambio. Y como en todo proceso cultural, es la conciencia -más que la tecnología- lo que marca el rumbo.
AGUA REGENERADA
Una de las transformaciones más disruptivas es la aceptación del agua regenerada como una fuente segura y confiable.
Ya hay ejemplos notables, como cervezas artesanales elaboradas con agua tratada proveniente de sistemas de reúso a partir de aguas cloacales, que no solo cumplen con los más altos estándares de calidad, sino que además generan un poderoso mensaje simbólico: el agua puede tener más de una vida útil.
Otra idea que está ganando terreno es el concepto de fit for use water: utilizar una calidad de agua adecuada para cada fin. Usamos agua potable de alta calidad para regar jardines, limpiar pisos o descargar inodoros, cuando podríamos usar agua reciclada, lluvia almacenada o incluso aguas grises tratadas. Esta racionalidad aplicada al uso del agua no es escasez, es inteligencia.
ADAPTACION HOGAREÑA
Los edificios y hogares también deben adaptarse. Así como ya se popularizaron los paneles solares, los sistemas de agua de reúso deberían convertirse en estándar, no en excepción.
Tanques para recolectar agua de lluvia, instalaciones que reutilizan el agua de lavamanos para descargas sanitarias, sensores para detectar fugas: son tecnologías disponibles, accesibles y necesarias.
Pero el cambio no empieza en la obra pública (aun cuando es indispensable), sino en casa. La calidad del agua que consumimos, la atención a pérdidas invisibles en caños o canillas, o incluso la procedencia del agua embotellada que elegimos, son parte de una nueva cultura doméstica del agua. Una cultura que exige preguntarse, antes de cada compra o decisión: ¿Qué huella hídrica tiene este producto? ¿Qué impacto tiene en las fuentes de agua su fabricación?
En esa misma línea, las inversiones -inmobiliarias, productivas o logísticas- también deben incorporar la variable agua como un criterio central. ¿Hay disponibilidad y seguridad hídrica en el área? ¿Se previeron fuentes sostenibles de abastecimiento? El futuro de un desarrollo puede depender de esas respuestas y el concepto que es tendencia es el de water stewardship.
La buena noticia es que no partimos de cero. Existen ciudades, empresas y ciudadanos que ya están dando el ejemplo. Pero para que la transformación sea profunda y duradera, no alcanza con soluciones técnicas: hace falta un nuevo contrato cultural con el agua. Como sociedad, debemos pasar de verla como un recurso infinito a entenderla como un bien común, limitado y valioso.
En definitiva, la próxima gran batalla no será entre países ni generaciones, sino entre nuestras viejas costumbres y la necesidad urgente de vivir de otra manera. Y como toda batalla cultural, se librará en nuestros hogares, nuestras decisiones diarias y en el modo en que educamos a las futuras generaciones.
* Médico Sanitarista M.N 117. 793. CEO de la Cámara Argentina del Agua (CAA).