La primera velita: los deseos de Milei y lo que enseñan las transiciones
El gobierno de Javier Milei ha soplado su primera velita. El Presidente y su hermana habrán imaginado mucho más que tres deseos. La irrupción de Milei en el escenario, su acceso al balotage de noviembre de 2023 y el triunfo que lo proyectaría a la Casa Rosada iniciaron la fase actual de una transición a una nueva era política.
EL BIG BANG Y DESPUES
La primera consecuencia de la entronización de Milei fue que se aceleró el proceso de disgregación del sistema político preexistente y que, por esa vía, se diluyó la centralidad de la grieta kirchnerismo-antikirchnerismo que había signado la última década. Ambos polos de esa antigua grieta perdieron relevancia (la coalición Juntos por el Cambio se fragmentó y sus partes se subdividieron, mientras el kirchnerismo, que había conseguido mantener la colonización o, al menos, contener a buena parte del electorado peronista del país, se convierte velozmente en un fenómeno principalmente bonaerense e, incluso, circunscripto a ese ámbito, sufre desvíos y soporta fuertes desafíos internos).
Desde el gobierno Milei ha formulado una polarización distinta: del otro lado de la frontera que él traza, si se quiere, discrecionalmente, está “la casta”, una designación que incluye en principio al conjunto de las conducciones partidiarias (salvo a las redimidas por la absolución del Presidente) y se extiende a otros estamentos de lo que los sociólogos solían definir como establishment, en un colectivo de límites borrosos, dibujados con criterio análogamente antojadizo por la inspiración presidencial, al que puede incorporarse súbitamente un personaje como el ahora exsenador entrerriano Edgardo Kueider que semanas antes fuera uno de los héroes que sumó a la aprobación de la Ley de Bases.
Encumbrado en segunda vuelta, el Presidente llegó a la Casa Rosada sólo acompañado por su escolta en la boleta, la vicepresidenta Victoria Villarruel, de la que ahora se encuentra distanciado. En las restantes posiciones electorales, que se dirimieron en la primera vuelta de octubre, la cosecha de los libertarios fue magra, razón por la cual alcanzó el gobierno en un cuadro de gran debilidad formal: bloques legislativos desprovistos, ningún gobernador del palo, ningún intendente.
Desde ese punto de partida, pocos le vaticinaban posibilidades y algunos le auguraban una permanencia corta en el cargo. Milei usó con vigor las principales palancas de poder de las que disponía: el sostén de la mayoría de la opinión pública -que, con pequeños declives temporarios, mantiene hasta ahora- y un ejercicio tenaz de las facultades presidenciales (el rasgo hiperpresidencialista que alienta la cultura política argentina).
Atrincherado sobre esa plataforma apostó con fuerza por priorizar plenamente un ajuste del gasto público y dar batalla a la inflación, que constituía, cuando él asumió, la principal preocupación de la sociedad argentina. Se jugó, además, por un posicionamiento internacional que incluyó, en primer término un apoyo anticipado a Donald Trump en la competencia electoral estadounidense. Desde que este triunfó y lo exhibió como figura destacada en la gala de festejo que organizó en su residencia de Florida, Milei avanza fortalecido. Su apuesta no sólo le brinda réditos políticos personales, también es potencialmente útil para los intereses del país en una época de grandes cambios mundiales.
APROBACION
Al concluir este primer año, la gestión económica libertaria recibe la aprobación de la mayoría de los analistas económicos, inclusive la de quienes durante el trayecto se mostraron críticos y reticentes. El sostenido descenso de la inflación (la de noviembre fue inferior a la de octubre), la caída del riesgo país y la evaporación de la brecha cambiaria consolidan el logro económico que, sin embargo, todavía mantiene asignaturas pendientes (la producción se ha reactivado sólo en algunos sectores, los salarios apenas se recuperan por la escalera un tramo de todo lo que cayeron por el ascensor).
El centro de las preocupaciones de Milei es ahora la consolidación política: en eso se involucra personalmente en mayor medida que antes. Conduce directamente, con el asesoramiento y la operación de Santiago Caputo y Karina Milei, los movimientos que deben coronarse durante el segundo año de gobierno.
En esa coreografía, Milei quiere estimular la polarización electoral en 2025 con la fuerza que encarna Cristina Kirchner, y de ser posible, con ella misma como candidata principal.
Ya se explicó en este espacio que el libertario está convencido de que ese ordenamiento lo beneficia en varios sentidos: “el rechazo que según las encuestas despierta la señora da réditos a quien tenga en frente; de paso, la presencia de ella a la cabeza del Justicialismo bloquea los procesos de renovación con los que el peronismo suele cambiar periódicamente su piel y revitalizarse”.
Aunque cualquier sospecha de arreglos con el kirchnerismo puede dañarlo en parte de su electorado, Milei no ha avanzado aún en su promesa de un proyecto propio para reemplazar el que se cayó de “Ficha Limpia”. Como lo expresó claramente el jefe de gabinete, Guillermo Francos, el Presidente quiere derrotar a CFK en las urnas, no en los tribunales. Prefiere proyectarla al rol de contrafigura.
CRISTINA KIRCHNER
La señora de Kirchner se beneficia por ahora con esta concepción del gobierno, que la lleva al escenario como protagonista circunstancial del desafío. Ella preside el Partido Justicialista, mientras el peronismo histórico (un conglomerado no menos disperso que el resto del sistema político que, pese a carecer de algún liderazgo notorio, registra en las encuestas de opinión entre un 8 y un 13 por ciento de voluntades) debate cómo hacer para recuperar su movimiento, que considera ocupado por sectores que responden a otra matriz ideológica.
La señora encabezó esta semana un plenario de dirigentes del PJ bonaerense (la provincia de Buenos Aires es la sede real de su reinado; en el interior no consigue súbditos, sino más bien rebeldes). En la provincia trata de contrarrestar la desobediencia del gobernador Axel Kiciloff y de una legión de intendentes ansiosos por independizarse de su tutoría en las listas de sus municipios.
Lo que evita hasta ahora una secesión es el espanto -que ella alimentó durante el plenario de Moreno- de volver a perder nacionalmente frente a Milei: “Si nos dividimos, él gana”, amenazó la señora. Que para mantener la unidad de su fuerza, su propia primacía y la de su hijo deba recurrir al miedo en lugar de apelar al entusiasmo y los ideales, esa unidad y ese control no prometen demasiado futuro.
La condición de polo alternativo al kirchnerismo vigoriza, según la estrategia de Milei, la fuerza centrípeta que empuja hacia el oficialismo libertario a la mayor parte de los segmentos electorales que se encuadraban en Juntos por el Cambio; en primer lugar, el PRO, que empezó a experimentar ese desplazamiento a través de Patricia Bullrich y sigue notándolo, aun en cuadros legislativos y políticos que ahora apenas murmuran su lealtad a Mauricio Macri.
Con comprensible suspicacia, el expresidente y sus más fieles interpretan estos despliegues tácticos como maniobras hostiles y denuncian colusión del oficialismo con el kirchnerismo. Adjudican a este motivo el desinterés libertario por aprobar el proyecto de “ficha limpia”, pensado por el PRO para impedir que la señora de Kirchner pueda ser candidata a cargos electivos.
La apuesta de Milei parece más ambiciosa que lo que imaginan sus críticos liberales: él pelea por una conducción plena de su campo, tarea que requiere satelizar a quienes, pretendiendo ser aliados, compiten con su dirección. Milei quiere encarnar sin mayores ataduras el liderazgo de la nueva época.
¿CUAL ES EL ENEMIGO?
Desde que sorprendió con su victoria y ocupó el gobierno dando la espalda al Congreso y escarneciendo a los legisladores hasta este primer cumpleaños de su gestión, Milei se ha convertido en punto de referencia obligado del estallado sistema político, único punto fijo ante el big bang del sistema preexistente. Desde ese posicionamiento proclama su desinterés por los acuerdos con cualquier residuo orgánico de “la casta”, incluyendo a fuerzas que lo han ayudado a paliar su debilidad legislativa. Prefiere absorber paulatinamente a sus prófugos y se empeña en construir una nueva hegemonía.
Así como el objetivo principal del primer año de gobierno fue ganar la batalla contra la inflación, ahora el blanco es consolidar el año próximo la presencia institucional y política a través de la elección de medio término de 2025.
El país que gobierna Milei navega un cambio de época, una transición inconclusa.
“PENSAR LO NUEVO ES PENSAR DE NUEVO”
La transición argentina está inmersa en un cambio de dimensión global, en el que al mismo tiempo que se extiende la globalización y se profundiza la integración económica mundial, se despliegan fuertes movimientos identitarios, localmente enraizados. La participación activa en el mundo no es excluyente de una política destinada a fortalecer los intereses y los valores del país. Como recordaba Perón, “La verdadera política es la política internacional”, pero “Argentina es el hogar”.
La globalización económica no es incompatible con las tendencias nacionalistas e identitarias, sino más bien lo contrario. Se trata de fenómenos no excluyentes, que, de hecho, coexisten y se refuerzan mutuamente. La globalización tiende a homogeneizar mercados y entrevera culturas, pero simultáneamente alienta procesos que buscan preservar o desplegar identidades e intereses específicos, en una interacción que puede ser tanto conflictiva como complementaria.
Un ejemplo claro de esta interacción es el crecimiento del nacionalismo económico en Estados Unidos bajo la administración de Trump.
PERIODOS DE TRANSICION
En anteriores períodos argentinos de transición (el proceso de organización nacional que culmina en el roquismo, la primera democratización que culmina en el yrigoyenismo, la formación del peronismo en el período 1943-45) el país tuvo que asimilarse a los cambios que se vivían en el mundo y también internamente, se vivieron momentos de crisis de las fuerzas políticas, secesiones y fusiones, rupturas y ensambles, muchas de ellas impensadas, porque se trataba de fenómenos nuevos que no podían conceptualizarse adecuadamente con categorías de una etapa anterior. Hasta a los actores les costaba explicar sus movimientos, porque en muchos casos también ellos, aunque actuaban diferente, seguían razonando en los términos anteriores. ¿Comunistas y trotskistas apoyando a un movimiento surgido de un golpe militar en el que se destacaban muchos oficiales que simpatizaban con el Eje? Del otro lado, ¿comunistas, conservadores y radicales abrazados entre sí y con el embajador de Estados Unidos? Cuatro décadas más tarde: ¿un presidente peronista perfeccionando relaciones con Washington y participando en una coalición militar internacional?… Cosas veredes…
Esos momentos, en los que se cruzan contradicciones y paradojas, suelen suscitar perplejidad. Como la que revela estos días desde La Nación el columnista Fernández Díaz, ante “estos anarcocapitalistas que se autoperciban como el ´menemismo del siglo XXI´, puesto que al fin y al cabo esa apuesta no deja de ser peronista. Un peronismo de mercado que se asienta en el territorio (…) Digamos que el menemismo es el padre y hasta el abuelo de la ´casta´, y que presentarse todo el tiempo como impolutos verdugos de esta entidad demonizada mientras le rezan a Carlos Menem constituye una risible contradicción flagrante, con consecuencias en materia de un pragmatismo sucio que cada tanto emergen, y que desbaratan el relato de la ´pureza´, aunque los fanáticos las justifiquen o no las quieran ver”.
Habría que mirar esta transición, este cambio de época que se proyecta al tiempo que viene, como aconsejaba Tácito: ´sine ira et studio´.