Se cumplen 154 años de la fundación de “La Prensa”

La presencia y colaboración de Arturo Capdevila

Le será grato saber a don Arturo, que su memoria iba a retornar a La Prensa, a dos días de celebrar este diario el 154º aniversario de su fundación.
Capdevila era una figura de renombre, en 1946 había ingresado a la Academia Argentina de Letras de la mano de Rafael Alberto Arrieta otro habitual colaborador del suplemento dominical que así lo recibió: “Cincuenta libros de diversa hermosura acompañan al nuevo miembro que incorpora públicamente… Llega así, como un príncipe oriental de las leyendas que él cultiva, precedido por los cincuenta cofres de su tesoro”. Cuando agradeció la distinción recordó los lazos que lo vinculaban con el presidente de la Academia el Dr. Carlos Ibarguren con quien compartían la Academia Nacional de la Historia, la Institución Mitre y el Instituto Popular de Conferencias de La Prensa.

Esta última entidad fundada en julio de 1914, tuvo como primer presidente fue Estanislao Zeballos, (rosarino), de cuyo fallecimiento se cumplió el centenario y pasó casi olvidado. Lo siguieron Carlos Ibarguren (salteño), Rodolfo Rivarola (bonaerense de Mercedes), Gregorio Aráoz Alfaro (tucumano) y Arturo Capdevila (cordobés). Recién fue un porteño el médico Osvaldo Loudet que la presidió en sus últimos años. Como vemos un espacio en el que se representaba todo el país, y no faltaban oradores del interior en esas sesiones de los viernes en el Salón Dorado de La Prensa.

SU FORMACION

Don Arturo se había formado en su Córdoba natal a la que dedicó poemas y libros; en el Monserrat y en la Universidad fundada por Trejo, frecuentó las letras y los códigos. El joven abogado ingresó en la Justicia (entonces con mayúsculas) pero así como a Baldomero Fernández Moreno la poesía le hizo abandonar la medicina, a Capdevila las letras lo hicieron renunciar a la magistratura. Y se instaló en Buenos Aires.

La Junta de Historia y Numismática lo recibió en 1922, la Academia Argentina de Letras en el momento fundacional durante el gobierno de Uriburu, su nombre como el de Ricardo Rojas fue propuesto; pero ambos al decir de Manuel Gálvez renunciaron por ser radicales, igual que Saavedra Lamas conservador. Años después habría de volver ya en la sede del Palacio Errázuriz.

Horacio J. Becco dio a conocer la bibliografía de don Arturo Capdevila, que suma 25 libros de poesía, 25 de historia, 10 de teatro, 6 de novela y cuento, 29 de historia y evocaciones, 21 de ensayos, 2 de derecho, varios prólogos a Evaristo Carriego, Benito Pérez Galdós y José Asunción Silva entre otros, y “ocho libros sobre temas científicos, que no reseñamos por considerarlos al margen de las humanidades y de esta bibliografía”, sin contar que muchos de ellos alcanzaron varias ediciones. Publicada a poco de la muerte de Capdevila, consideramos que por apuro se omitió algo que es una deuda para con su memoria y son los cientos o miles de artículos que a través de la prensa diaria, de la revista erudito dio a conocer a lo largo de seis décadas de intensa labor.

RECUERDO PERSONAL

En lo personal recuerdo a don Arturo porque sus libros “La infanta mendocina”, “El niño peta”, “El abuelo inmortal” y “Remedios de Escalada” de la célebre colección Billiken despertaron mi vocación por la historia en mi niñez. Años más tarde sus Evocaciones y Romances me atraparon como aquel recuerdo del padre Castañeda el fraile de la “Santa Furia”.

El diario La Prensa casi mensualmente publicaba alguna nota o un romance con la firma de Capdevila, era otra enseñanza, y su nombre se repetía en el aula. Al despedir sus restos Carlos R. Melo recordó al profesor que en “aquellos lejanos años” en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba enseñaba con “palabra rica y sencilla con la ilustración aleccionadora”, para agregar “Ya entonces su prosa y su poesía nos llegaba a todos, en páginas que han superado la dura prueba de los años”. Esa realidad que vivieron varias generaciones.

En el Instituto Popular de Conferencias que presidió, no pocas veces ocupó su tribuna, pero muy especialmente en la celebración del sesquicentenario de la declaración de la Independencia. Infaltable como titular o como vocal del mismo, disfrutaba de esas reuniones de los viernes. El doctor Juan Carlos Fustinoni, conserva en su archivo una foto que muestra a un Capdevila espontáneo, en una carcajada que mueve a sus colegas Atilio Dell´Oro Maini y Osvaldo Fustinoni, en la sesión del 8 de octubre de 1961.

ENTRE BUENOS AIRES Y CORDOBA

Fue Buenos Aires la gran vidriera de Capdevila, como recordaba en su incorporación a la Academia de Letras esta ciudad “se ha convertido en un poderoso centro editorial, y allá salen los buques de nuestra flota llevando libros -por lo regular traducciones- con pie de imprenta argentina, y entre ellos algunos libros de los que nosotros escribimos… Vamos a buscar lectores en otras tierras de América o en la madre patria porque en el propio suelo se conforma en general la gente con ver nuestros nombre'!' en los diarios”.

Don Arturo jamás olvidó su Córdoba natal, como cuando se recordó un muchachito: “Me veo cierta mañana en las sierras cordobesas, a la orilla del Arroyo de las Mojarras, a la parte de Tanti, en medio de la naturaleza, determinado a pintar en unas cuantas estrofas el paisaje que tengo ante los ojos. Esto es meramente trabajo, no todavía inspiración. Algo en suma muy semejante a lo que deben hacer las abejas en su labor de fabricantes de miel; esto es, el molde, aquel prisma hexagonal que su instinto les prescribe, donde se recoja el néctar. Permitidme destacar ahora mismo esta enseñanza de abejas: Sin moldes no hay cosecha, pues ¿dónde se guardaría?”. Allí en Córdoba, fue su deseo que descansaran sus restos.

MEMORIA

El escritorio de su casa de la calle Juncal al 3500, que sigue conservando la familia y en la que estuve hace poco, lindera a la de su colega Roberto Levillier (hoy demolida); daba a la calle, cualquier transeúnte podía verlo trabajar a don Arturo, incansablemente. Quizás una con una placa el gobierno de la Ciudad debiera recordarlo en ese lugar, lo mismo que a su vecino, para salvar sus memorias del olvido, mientras que la detallada bibliografía de sus artículos en La Prensa, enriquecería sin duda el conocimiento de su obra.


Epígrafe foot 1 Arturo Capdevila (der.) durante una de sus alocuciones en el Instituto Popular de Conferencias de La Prensa.