UNA MIRADA DIFERENTE
La política: ¡qué teatro!
La casi imposibilidad de tomar en serio a los políticos, o la necesidad de tomar mucho más en serio lo que hacen, o lo que no hacen.
La columna se ha referido ya a una gran obra de teatro de Pedro Calderón de la Barca, el mayor exponente del Siglo de Oro español: su acto sacramental El gran teatro del mundo. Se recordará que esa obra comienza con un ser supremo repartiendo a personajes esfumados y desnudos los papeles que les corresponde desempeñar en la vida y termina con un juicio en que los mismos personajes son evaluados según cómo hayan cumplido el rol que se les asignara, sin importar lo que les tocara ser.
Como los actores ficcionales y reales de esa obra, los políticos locales parecen comparsas que se apegan a un rol asignado, que puede ir cambiando según la función, donde amigos y enemigos se juntan después de la obra a tomar un trago, porque todo ha sido nada más que una ficción. Y el que hoy es héroe mañana es villano, el que hoy es juez mañana es ladrón, el que hoy es canalla mañana es héroe. Una concepción discepoliana y amarga de la vida, pero donde nada es permanente, o mejor, donde nadie es permanente.
Acaso no haya ejemplo mejor de esa metáfora que el olvido instantáneo con que Cristina Fernández sepultó la catarata de insultos y descalificaciones que hasta ese momento le había propinado Alberto Fernández cuando lo contrató como su presidente en 2019, no muy distinta a la condena a la que lo somete ahora cuando no le conviene compartir su fracaso, obtenido siguiendo sus precisas instrucciones.
La vicepresidente y Elisa Carrió también comparten sus renunciamientos flexibles, que se adecuan a las necesidades de cada momento, basados en las circunstancias o excusas que fueran, una concepción cuántica de la política, que supone que lo que se dijo sólo valía para ese breve instante, o que ha sido olvidado mágicamente por toda la ciudadanía; un papel en una obra de teatro que permite ser candidato o no serlo, renunciar o no renunciar, ser o no ser. Lo importante es lograr que el público se olvide de lo que dijeron antes. O no le importe. O no entienda.
Ese mismo criterio llevó al jefe de gobierno Horacio Rodríguez a asegurar que se bajarían los impuestos a las tarjetas y al día siguiente sostener que no se pudieron bajar porque el peronismo se opuso, lo que hace preguntar si este juego de oposiciones y enojos no es otro mecanismo acordado o espontáneo para no hacer nada. O para hacer de todo, siguiendo un argumento que nadie sabe quién escribió. Algo parecido a lo que ocurre con los piquetes, a los que todos se oponen, pero a quienes todos toleran, según el momento y la conveniencia, con excusas o narraciones diversas. La reciente explicación de medios generalmente y generosamente bien informados, sobre que el piqueterismo es tolerado por el gobierno de CABA porque las encuestas dicen que la mayoría está en contra de aplicar la ley y reprimirlo es otra burda excusa, que, aun si se aceptara que es verdadera, muestra que lo único que les importa a estos actores, (perdón, a estos políticos) es su conveniencia personal o electoral, no lo que corresponde hacer o lo que le conviene a la sociedad. El poder por el poder mismo. O maquiavelismo, aunque haya a quienes Maquiavelo le parezca un tratadista o un pensador al nivel de Montesquieu. Habría que recordar la complaciente, tolerante, dispendiosa e irresponsable gestión de Carolina Stanley cuando emprendió sus actos de generosidad con las llamadas engañosa y eufemísticamente organizaciones sociales. (Ahora Juntos por el Cambio trata de imponerla como vice de Vidal en la Jefatura de Gobierno, en este sistema en el que todos saben hacer de todo)
Versatilidad actoral
Otro ejemplo de versatilidad actoral es el inefable Sergio Massa, este semestre salvador de la economía, con resultados catastróficos y al borde del ridículo o la destrucción, cuya prensa amiga ya está catapultándolo a la candidatura presidencial por algunas de las ficciones, no facciones, del peronismo. Por supuesto, suponiendo de antemano que a la larga su seudoplan tendrá éxito y entonces las masas estarán predispuestas a aceptarlo, o que la mesa electoral del peronismo no tendrá más remedio que nombrarlo el candidato de consenso, como diría Pablo Moyano, el otro heredero famoso. El virrey del cloro, rey del humo y de los humos también es un actor versátil en este auto sacramental propio.
Este símil entre los políticos y los actores que hacen de políticos es extenso y de amplio espectro. Está presente en cada tránsfuga, en cada sospechosa adhesión o incorporación, como las que ha decidido el ya mencionado jefe de Gobierno incorporando funcionarios innecesarios a los que recluta porque le conviene electoralmente. Teatro. Puro teatro. Casi un casting.
Viene ahora la etapa de las alianzas, los acuerdos electorales. Ya se empiezan a concretar acuerdos que lucen absurdos para el votante. O que lo sumen en la perplejidad y la confusión, que a esta altura parece ser que es lo que se está buscando. (¿Quiénes? Una Fuenteovejuna donde lo que se hace mal o no se hace es por culpa del contrincante) Y aquí cabe preguntarse si las alianzas electorales que se formen no son fruto de la oportunidad o las negociaciones circunstanciales, sino acciones que estaban pactadas de antemano y hace tiempo. Eso justificaría las dudas que se callan prudentemente sobre el origen de los fondos o del apoyo mediático a candidatos independientes. O sobre los vaivenes y contradicciones ideológicas que licuan su plataforma. O sobre la funcionalidad de cada uno, y a quien le es funcional.
Desconcierto planificado
Esta hipótesis intenta sugerir que el votante no está desorientado o confundido, sino que está deliberada y planificadamente desconcertado. Ya no se espera que vote acorde a sus convicciones o a sus necesidades y esperanzas. Ahora debe ser estratega y politólogo para poder determinar su voto. Ya no basta con elegir al menos peor -una aberración oximoronica y resignada– sino que debe hacer una exégesis infalible de cada partido y cada candidato e inferir su conducta y ética futuras. Y como es sabido, en este espacio se sostiene que la exégesis política es una forma de justificar la deshonestidad.
No siempre hay un pacto, un carpetazo, una complicidad, como en el caso de la obra pública donde los culpables y beneficiados son miles y son socios, otro Fuenteovejuna vergonzoso. Igual que en la Mafia, los políticos parecen seguir un código no escrito ni acordado. Un padrino puede tolerar insultos, agravios y hasta agresiones de otros padrinos, salvo que se infrinjan ciertos códigos, en cuyo caso el enfrentamiento es a muerte. Eso explica el rencor de Cristina Fernández contra quienes expusieron su corrupción, pero hicieron lo mismo que ella. No tienen código. No tienen perdón.
Ningún ejemplo mejor que el de la inflación. Se trata de un fenómeno de hipocresía. De la política y del propio pueblo. Todos saben cómo se debe evitar y eventualmente abatirla. Pero no lo hacen. Como máximo se endeudan en vez de emitir, una forma de emitir más adelante. Se insiste en que no se puede dejar gente en la calle reduciendo el gasto como correspondería. Se machaca sobre que se dañaría a la salud pública y a los jubilados, como si ellos no hubieran sido ya la víctima fatal del flagelo y del ajuste chapucero de Massa y antecesores. Más allá de las promesas, nadie eliminará las reparticiones inútiles creadas por este gobierno y los miles y miles de cargos con salarios fastuosos injustificables, ni los cientos de miles de contratos de tercerización, fuente inagotable de corrupción, ni todo el sistema de prebendas multipartidario que rige en el país, ni toda la corruptela redistribuible existente en el gasto nacional y con mayor énfasis en las satrapías provinciales y municipales de todos los signos. Y si a alguien se le ocurre, las calles se inundarán hasta la revuelta popular de los mismos que hoy despotrican contra la inflación. Todos quieren curarse de ella. Pero nadie quiere seguir el tratamiento. Buscan manosantas, no médicos.
Tolerancia a la corrupción
La corrupción generalizada necesita de la tolerancia popular. Eso se consigue solamente creando la sensación de que se desparrama platita generosamente. Y aunque se mienta por un tiempito, como ocurre ahora, aun los que fingen creer que la inflación viene del cielo corren a comprar dólares o cualquier cosa en cuanto tienen un peso en sus manos. De una u otra forma, los gobiernos de todo signo han caído en esta práctica, con la excepción efímera, forzada y costosa de la década de los ’90. Claramente no es el peronismo quien se enfrentará al problema y lo solucionará del modo adecuado. ¿Algún otro partido sí? ¿Alguien cortará el despilfarro en tantas empresas del Estado cerrándolas? ¿Alguien cortará las prebendas empresarias y sindicales que cuestan miles de millones de dólares? ¿Alguien pondrá en vereda al PAMI, la Anses, a todas las cajas de la corrupción? ¿Alguien pondrá fin a la industria de las licitaciones con juicios fabricados contra el país? ¿Se echará a los y las amantes & amigos del poder que ganan 20 o 30 veces el sueldo mínimo, roban mucho más y hacen daños colaterales todavía más costosos? Son multipartidarios. Se podrán hacer todos los planes con que se sueñe con un nivel de detalle milimétrico. Pero mientras los Horacio Rodríguez no quiera enfrentar a los piqueteros, o las Cristina Fernández no dejen de creer que la solución es arrojar platita, subsidios y jubilaciones gratuitas para conseguir la complicidad y la anuencia de la sociedad, nada de eso pasará.
¿Apoyarán semejante cambio los empresarios prebendarios, o sea corruptos, o el sindicalismo, o los lideres sociales, beneficiarios directos de la coima del Estado? ¿Y la propia sociedad, o por lo menos la mitad de ella, que quiere que se baje la deuda, se pare la inflación, pero al mismo tiempo que no haya recesión ni corten los subsidios de los que goza? ¿Y el periodismo declamadamente imparcial?
Se afirmará, y con razón, que casi todo el planeta atraviesa una situación similar. Es cierto. La corrupción es universal, o está al borde de serlo. La hipocresía del discurso, el materialismo dialéctico de Engels y Marx redivivo y actualizado en las redes ha transformado la verdad en una cuestión relativa y la seriedad en un signo de vejez y de falta de comprensión de las nuevas generaciones, apabulladas por el miedo y la inseguridad inducidos y atrapadas en una maraña de derechos imposibles de conseguir pero que se demandan hasta la indignación, la urgencia histérica, la intromisión estatal antidemocrática y la violencia.
El wokismo del reseteo es más fácil de conseguir con políticos ladrones que compran el permiso y la tolerancia de los ciudadanos con emisión, impuestos canilla libre y reparto de derechos inventados. Y que coimean al votante con populismo, o sea con platita, como diría la autoproscripta telúrica. O creando miedos e inseguridades, divisiones inventadas, odios y cancelaciones. También es cierto que, al igual que en Argentina, eso termina saboteando la cultura del trabajo, del bienestar y del progreso.
Y es cierto, asimismo, que esa sumatoria llevo a la destrucción de toda riqueza individual y colectiva, a la pauperización y hasta la extinción arbitraria de la población y a un nuevo feudalismo. En esa ecuación, el estatismo es fundamental e imprescindible. Y el estatismo es sinónimo de corrupción. Círculo vicioso garantizado.
Con lo cual, habría que corregir el título de la nota. Porque todos los políticos del mundo son hoy actores con un papel que va cambiando. Como Maduro ha dejado de ser dictador porque tiene petróleo. Como Zelensky ha pasado de chantún a héroe, como el Príncipe de Qatar ahora es bueno igual que Ali Khamenei de Irán porque tienen gas. Y Lula ha dejado de ser ladrón. No importa. Tal vez mañana tengan otro papel en la obra de teatro y les toque ser los malos de nuevo.
Vale para todos. La recaudación se reparte entre los actores al final de cada función. Calderón tenía razón: El gran teatro del mundo.