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La política de la gestión


En este último tiempo -resultado de la decadencia que sufrimos-, las cuestiones políticas se han vuelto temas particularmente relevantes y, sobretodo, dignos de preocupación. La política -o, si se quiere, el político- se ha mostrado irracional. Como consecuencia de ello, hay una palabra que llamativamente surge en la discusión política: “gestión”. Parecería que la gestión es la forma racional de la política. En estas líneas buscaremos reflexionar sobre esta cuestión, que termina por deshumanizar a la política.

LA PURA GESTION, HIJA DE LA POSMODERNIDAD

Son muchos los teóricos que reflexionan sobre las consecuencias de la posmodernidad. Ya sea que se la mire desde la derecha o desde la izquierda clásica, es evidente que la posmodernidad trajo males sumamente graves consigo. Algunos de aquellos males son la negación de la posibilidad de que haya una verdad objetiva; la negación del sentido de las cosas en general y de la vida en particular; y el individualismo, la pérdida del sentido de comunidad.

Para el hombre posmoderno, lo único que existe es el Yo. El Yo y sus deseos, y nada hay que sea capaz de contradecirlos. A la razón la satisface la verdad, pero, para el posmoderno, aquella no existe. A los deseos más superficiales los satisfacen los placeres, y de esos hay muchos y muy rápidos, instantáneos. Esta situación -que heredamos de Nietzsche- termina por derribar la racionalidad.

Si la verdad no existe y la razón no tiene lugar, el diálogo es imposible. El diálogo tiene sentido cuando hay un “qué” sobre el cual dialogar, pero si cada uno es dueño de una verdad que subjetivamente creó, desaparece ese “qué” y, por tanto, el diálogo. Y sin diálogo no hay comunidad.
Antes la política organizaba a un grupo de personas, y lo hacía con un fin: el bien común, la plenificación de cada hombre según su naturaleza y de la comunidad en su conjunto. Pero ahora no hay comunidad. Hoy la política posmoderna es la política del individuo, en la que tampoco hay algo tal que pueda ser llamado “bien”, sino que cada uno sigue sus propios objetivos, subjetivamente juzgados.

Es este el momento en el que la política se hace pura gestión. La gestión es simplemente la búsqueda de la eficiencia. Ya no hay una teleología en la vida del hombre, ni una naturaleza que plenificar mediante la política. Solo hay recursos (materiales, económicos, humanos…) que administrar.
Hablar de “bien” o de “naturaleza” es “demasiado humano”. Pero el posmoderno ve al humano como pura irracionalidad, por lo tanto, ve razonable deshumanizar la vida, y, en ella, la política. Todo le parece mejor en cuanto es menos humano.

PRAGMATISMO Y PRAXIS

La filosofías modernas y posmodernas son esencialmente autonomistas. Buscan que el hombre sea autónomo y, como la realidad escapa al completo control humano, reducen o deforman la realidad para poder controlarla. Un ejemplo está en la política educativa que algunos precandidatos presentan.
Para el pedagogo García Hoz, la educación es la plenificación del ser humano, es decir, que la persona pueda conocer la verdad y hacer el bien. En su obra “Principios de pedagogía sistemática” refiere a algunos modelos educativos que no respetan el fin mismo de la educación y que, por lo tanto, son problemáticos.

El primero de ellos es el que llama “reduccionismo pragmatista de la escuela activa”, que es aquel modelo que plantea que la educación debe tener el fin único de preparar para el trabajo, “reduciendo al mismo tiempo el concepto de educación a un medio de llegar a ser capaz de satisfacer las necesidades materiales; en otras palabras, haciendo de la utilidad el criterio máximo de la educación”. Los mismo plantea Jaim Etcheverry en “La tragedia educativa” con su idea de la “educación útil”.

El segundo reduccionismo que explica García Hoz es el de la “política del totalitarismo”, en el que “las escuelas han de ser el objetivo primero de la acción revolucionaria” y “se confunde la acción educativa con la acción política y se reduce el proceso educativo a un mero instrumento de la revolución y la lucha”.

Podemos ver esto en algunos casos concretos: por ejemplo, en un folleto entregado en la vía pública por militantes del PRO se puede leer “Vamos (…) a llevar tecnología (…) y a darles a los estudiantes de secundaria las prácticas profesionales que necesitan para los desafíos del futuro”. Luego, por tomar otro caso, en los folletos del partido ultraizquierdista MST se puede leer como única propuesta, en cuanto a su política educativa, que lucharán “Contra la hegemonía cultural capitalista”. Estos son simplemente ejemplos de la decadencia conceptual de la educación -y, por lo tanto, de la mirada sobre la persona- que se tiene. Para ellos, y tantos otros tantos espacios políticos -oficialistas u opositores- la educación sirve para trabajar o sirve para revolucionar, pero en ningún caso hay una verdadera preocupación por que la persona se desarrolle plenamente. Solo se busca administrar “recursos humanos” para alcanzar fines materiales. No hay un interés real.

LA POLITICA DEBE HUMANIZAR

Hay dos cuestiones que los políticos han olvidado -o ignorado- y que son esenciales a la buena política. Las personas somos seres dignos pero imperfectos, que debemos mejorar conforme a nuestra naturaleza; y las personas somos seres sociales, que vivimos en comunidad, y que nuestro bien lo encontramos también en el bien de los demás. La sana política es capaz de favorecer que eso suceda.

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