UN RECIENTE VOLUMEN RECOPILA POEMAS DEL GRAN HISTORIADOR DE LA BOCA

La poesía secreta de Antonio J. Bucich

Despierta curiosidad descubrir cierta faceta desconocida para el público, de alguien fallecido con prestigio bien ganado en el desarrollo de otras actividades: su prosa periodística y sus aportes en el campo historiográfico en el presente caso. Pero superada la intriga inicial, ese aspecto novedoso invitará a aumentar el reconocimiento por la multiplicidad de inquietudes que abarcó con solvencia; y ello agregando el nuevo perfil, equiparable en calidad con el resto de las empresas de resonancia emprendidas.

Lo dicho acontece con el develado de la secreta vocación poética de Antonio J. Bucich, historiador, periodista, crítico, conferencista, alto funcionario técnico de la Cámara de Diputados de la Nación y gestor de empresas culturales aún vigentes, como la fundación en 1926 del Ateneo Popular de La Boca junto a un grupo de escritores y artistas plásticos de su nativa barriada.

Cuenta su hijo, el arquitecto Eduardo J. Bucich, que halló, hace poco, entre los papeles paternos un sobre conteniendo varios poemas además de inéditos, ciertamente secretos, compuestos por el autor entre otros libros de Echeverría y su tiempo (1938), Paula y su hijo (1938), Luchas y rutas de Sarmiento (1942), Eça de Queiroz visto por un argentino (1945) o de la inestimable obra: La Boca del Riachuelo en la historia (1971), reeditada por su descendiente en 2013 y cuyas pruebas de galera tuvimos el gusto de ayudarlo a corregir meses antes.

A “don Antonio”, tal como desde niño escuché nombrarlo a Carlos G. Romero Sosa, apenas de una generación posterior a la suya y que en 1944 fundó en la ciudad de Salta la asociación “Pórtico de Amigos del Ateneo Popular de La Boca en Salta”, es de sospechar que lo impulsaba a tomar ese camino de discreción su excesivo sentido autocrítico sumado al hecho de no considerarse más que un diletante en el género que tanto sentía y respetaba.

 

DEVOCIONES

 

Así no resulta casual su confraternidad espiritual con varios cultores de la poesía a los que tuvo oportunidad de frecuentar en librerías, peñas, cafés, recitales y otros ambientes de la bohemia literaria porteña de los años veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta y hasta entrados los setenta del pasado siglo.

En esos sitios surgieron sus devociones por Francisco Isernia, Juan Póliza, Horacio Peroncini, Germán Berdiales, González Carbalho, Antonio Porchia, Juan Ferreyra Basso, el diplomático poeta Enrique Loudet que había conocido a Amado Nervo o por Santiago G. Sturla, el escritor radicado en la cordobesa Villa Allende, portador con su libro Versos de La Boca del Riachuelo de ecos audibles de sirenas de barcos y una añorada policromía de frentes de conventillos.

Antonio J. Bucich, fallecido el 22 de junio de 1976, nació el 23 de junio de 1903 en La Boca que era entonces la 4ta. Sección de acuerdo con la división electoral por circunscripciones promovida por el Ministro del Interior Joaquín V. González que permitió que en los comicios del 13 de marzo de 1904 fuera electo Alfredo Palacios como primer diputado socialista de América.

Hoy la escuela de Enseñanza Primaria número 11 del Distrito Escolar 4, situada en la calle Brandsen 1057, lleva el nombre de este vecino caracterizado del barrio originalmente poblado por inmigrantes garibaldinos, socialistas y anarquistas y con no menos fervorosos concurrentes al templo de San Juan Evangelista erigido en 1872 y primera parroquia salesiana del mundo.

Ya en su temprana juventud y siendo estudiante de derecho en la Universidad Nacional de La Plata, una carrera que pronto abandonó, dirigió revistas como Juvenilia, órgano de la Asociación Juvenil José Mármol, o Ideas, desde donde promovió la creación del Ateneo Popular de La Boca con la vista puesta en la labor cultural y modernizadora cumplida por los ateneos populares, republicanos, obreros y libertarios que florecieron en el siglo XIX en el Viejo Mundo y en especial de España.

 

EN ‘LA PRENSA’

 

Fue colaborador frecuente de La Nación y La Prensa. En la sección en rotograbado de este diario pueden rastrearse artículos suyos dados a conocer al menos desde 1943 en adelante, que dan cuenta de su insomne rastreo por la temática boquense. Podrían citarse como muestras: “Vito Cantone y el teatro de títeres de La Boca del Riachuelo”, en la edición del 2 de diciembre de 1962; “Luces y sombras en la historia boquense”, el 3 de marzo de 1963; “El lazareto del Parque Lezama en la fiebre amarilla de 1858”, el 17 de mayo de 1964; “Breve historia de una vieja morada boquense”, el 25 de octubre de 1964; “Manuel Peri, un perfil boquense del tiempo viejo”, el 16 de mayo de 1965; “El escultor boquense Américo Bonetti”, el 11 de julio de 1965; “Esquema de las generaciones artísticas y literarias boquenses”, el 17 de octubre de 1965; “Nombres para la historia boquense”, el 11 de junio de 1967; “La Boca en la época de Rosas”, el 23 de abril de 1967; “Antigüedades de la nomenclatura boquense”, el 24 de diciembre de 1967; “Lejanos orígenes del periodismo boquense”, el 7 de abril de 1968 y “Orígenes de la educación pública en La Boca”, el 4 de agosto de 1968.

Este incansable trabajador de la pluma supo captar en intensidad las artes plásticas y así su sensibilidad y conocimientos en la materia lo acercaron al ejercicio de la crítica pictórica, en periódicos varios y en opúsculos de su autoría como Noticia sobre el arte de los boquenses (1949) o Tres figuras del arte boquense. Francisco Parodi- Francisco Cafferata- Américo Bonetti (1950). Aunque más allá de analizar con solvencia técnica cuadros y esculturas, abrevó en los testimonios vitales sobre las fuentes de inspiración de sus creadores, a través de la charla con figuras de la talla de Alfredo Lázzari, Benito Quinquela Martín, Carlos Victorica, Víctor Rebuffo o Santiago Stagnaro, todos integrantes del íntimo círculo de sus amigos.

Ejemplar hombre de hogar, construyó el suyo con Luisa Delia Ferro. Bucich solo trasnochaba en las redacciones urgido por los cierres, como en la del desaparecido diario católico El Pueblo en la calle Suipacha donde se desempeñó largamente; o a fin de asistir a las funciones del Teatro Verdi que se fundó en 1899 situado en Almirante Brown 736. Y sobre todo para mantener largos diálogos con el músico Juan de Dios Filiberto, el mencionado Quinquela Martín, los novelistas Bernardo González Arrili y Joaquín Gómez Bas, el comisario, historiador y criminalista Francisco Luís Romay, el historiador y numismático Juan Canter, el polígrafo Enrique de Gandía, el jurista y bibliófilo Francisco P. Laplaza, el comediógrafo y dirigente socialista -que dramatizó en La Boca ya tiene dientes, la elección de 1904 que llevó a Alfredo Palacios al Congreso de la Nación y testimonió en un ensayo la presencia de Eugenio O´Neill en el Riachuelo- José Armagno Cosentino, y el neurólogo, psiquiatra y poeta Hernani Mandolini quien gustaba narrarle anécdotas de José Ingenieros, bien que el autor de La tragedia heroica del genio estaba ya algo desengañado del positivismo en que abrevó en la juventud.

Y se amanecía conversando igualmente con los ateneístas más jóvenes. Así con el músico y musicólogo, discípulo de Ricardo Rojas, doctor Jorge Oscar Pickenhayn que dirigió Pórtico, una de las cuatro revistas de la institución como da cuenta un reciente trabajo de la profesora Catalina V. Fara sobre las asociaciones culturales barriales como espacios para el comercio de arte en Buenos Aires. Con el periodista y poeta rosarino Domingo V. Gallardo, ya con su poemario Anillos de cristal de 1938 bajo el brazo y el domicilio precario en alguna pensión de la Capital Federal. Con José Gobello, a poco inaugurado en los estudios sobre el habla porteña y flamante autor de Lunfardía en 1953. O con un veinteañero Héctor Miguel Ángeli, poeta y traductor al que invitó a publicar en el número XII de los Cuadernos de La Boca del Riachuelo sus “Manchas”.

 

‘POESÍAS INÉDITAS’

 

Ahora de este creador y a la par incansable motor cultural, ha aparecido con pie de imprenta en noviembre de 2023 y como tributo póstumo a su memoria: Poesías inéditas. Un título que viene a integrar y dar un digno cierre, con el número XXVIII, a la interrumpida colección de los “Cuadernos de La Boca del Riachuelo”, justamente creada por Bucich en 1961 y que salió con regularidad hasta 1967, cuando tal vez alguna de las recurrentes crisis económicas argentinas frustró su continuidad. La primera entrega de los Cuadernos correspondió a su trabajo: “La Boca, su Ateneo, un Evocador” que vio la luz en ese ya lejano 1961.

A Poesías inéditas se ha incorporado a modo de presentación lírica, un soneto que Germán Berdiales le dedicó y se encuentra en la página 21 de su Nuevo y viejo libro de mis amigos de 1964. Asimismo lucen al comienzo de la obra una copia de la xilografía de Víctor Rebuffo: Bares en la Vuelta de Rocha y un retrato de Bucich realizado por Miguel C. Victorica en junio de 1953. A continuación puede leerse el ramillete de catorce poemas, directos, con cierto tono coloquial alguno y despojados de metáforas casi todos, principalmente sonetos, alguna composición en modernistas versos alejandrinos dedicada a Francisco Isernia y la inaugural: “Soplaba viento pampero” en intercalados octosílabos con pentasílabos.

Lo primero que se advierte es que el severo historiador de La Boca y sus adyacencias como Barracas, no apuntó en general a incorporar en su canto otros ambientes que los de su barrio, con boliches y demorados parroquianos de chambergo. En todo caso, desde la orilla del Riachuelo de los Navíos y entre la niebla inspiradora del tango de Cobián y Cadícamo, nunca disipada, pareció divisar el poeta con visión e intuición marinera de lejanías, las extensiones bonaerenses del sur. Un punto cardinal con pamperos disparados desde las llanuras; siendo el de Bucich un sur no metafísico a lo Borges, sino nostálgico y con lamentos a musicalizar en ritmo dos por cuatro, por los amores muertos o no correspondidos a lo Homero Manzi: ¡Vienes de lejos nombrada/ en las ráfagas del viento./ Viento del sur. Noche obscura, ausencia y pena en el alma!”

Sin arriar, mejor todavía que la romántica, la neorromántica bandera de la melancolía, para estar a tono con la estética -y la conciencia humanista- de varios de sus contertulios a poco adolescentes de la Generación del ‘40, dará cuenta por ejemplo en el soneto “Pesadumbre porteña” del resultado de confrontar los cielos abiertos que le deparaba su vecindario humilde y en general de una sola planta, con el vértigo de la gran ciudad al divisar sus construcciones extendiéndose cada vez más en forma vertical tras el Parque Lezama. Y será entonces que con algo o con mucho del Fernández Moreno de los setenta balcones, la emprenderá contra: “Estos rascacielos que ofenden al cielo. Que tienen ventanas, pequeñas, iguales”. Todo por reivindicar a renglón seguido las horas perdidas y aquel ocio que consideraban escuela los griegos, animando a los habitantes de las gateras despobladas de naturaleza y propicias en su urbanística deshumanizada para afianzar un materialismo sin ideales, al ejercicio del “beatus ille”. Así los aconsejará: “Búscate la calle, vete campo afuera,/ búscate la hierba, el pájaro, el viento,/ siempre en las andanzas, siempre en la quimera.”

Dijimos antes que Bucich, sin duda más identificado con Darío que con Neruda, se consideraba apenas un diletante del género lírico. Fue una pena que arribara a esa conclusión y cabe hoy imaginar qué hubiera deparado a nuestras letras, en caso de haberle dedicado tanto esfuerzo y tiempo a la poesía como al resto de sus actividades intelectuales. Ignoramus.

Aunque como belleza y verdad coinciden en alguna platónica dimensión, es seguro que el corazón honesto y generoso que en él latía no hubiera errado en traducir al verso los más altos valores de la existencia humana.

Lo cierto es que lejos de toda vanidad terrena y sabedor de “que la fama es puro cuento”, al menos, o a lo más, pudo Antonio J. Bucich reconocerse como una persona ética y en consecuencia versificar quizá proponiendo las palabras para su epitafio: “Dígase nada más:/ ¡fue un hombre bueno!”

También de ese modo cabe homenajearlo a casi medio siglo de su muerte.