La pequeña gigante

El baúl de los recuerdos. Paula Pareto es uno de los símbolos del deporte argentino. Campeona mundial y olímpica, se hizo popular a medida que se sucedían sus éxitos en judo.

De un día para el otro, los argentinos comenzaron a familiarizarse con términos desconocidos. Ippon, kata, tatami, ukemi y tantas otras palabras se incorporaron al vocabulario -muchas veces con errores de pronunciación y de concepto- para intentar entender lo que hacía Paula Pareto. Diminuta, de apenas 148 centímetros de altura, la judoca inscribió su nombre en la historia grande del deporte argentino con triunfos espectaculares en Mundiales y Juegos Olímpicos. También lo hizo con su ejemplo para enlazar el deporte con el estudio de una carrera universitaria. Sí, esta pequeña es gigante.

Antes de que Pareto, la Peque, irrumpiera en escena con sus éxitos, nadie lejos del mundo de las artes marciales sabía que una pelea (se dice shinai) se definía por ippon (la puntuación máxima posible), que se desarrollaba en un tatami (el espacio de combate), que incluía katas (formas básicas) y que cuando un judoca se caía sufría una ukemi. Es verdad que hoy son palabras que encierran menos misterios y que están lejos de ser comunes y corrientes lejos del tatami -hay que acostumbrarse a llamarlo así-, pero entraron en los hogares argentinos gracias a una deportista de primer nivel.

Antes de convertirse en la mejor judoca argentina de la historia, Pareto fue una de las mujeres pioneras a la hora de entregarse a esa disciplina. Cuando entró por primera vez en un tatami, tenía apenas 9 años (nació el 16 de enero de 1986) y debía competir generalmente con hombres. Rebelde por naturaleza, se decidió por esa actividad justamente porque tenía pocas cultoras de su género y sintió que se le presentaba la oportunidad de abrir caminos. ¡Vaya si lo hizo!

La Peque abrió caminos para muchas niñas que decidieron dedicarse al judo. 

Su nombre empezó a ser asociado con los buenos resultados en 2005. La medalla plateada en el Campeonato Panamericano de Caguas (Puerto Rico) en la categoría de menos de 44 kilos resultó el eslabón inicial de una sólida cadena de éxitos. Pareto se transformó en sinónimo de triunfos, de desempeños caracterizados por la garra y la tenacidad de una deportista que ponía el cuerpo y el alma en todas y cada una de sus competiciones. Su magnética personalidad cautivó a todos en un abrir y cerrar de ojos.

Apenas dos años más tarde se subió al tercer escalón del podio en los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro. Ya en ese entonces participaba en la división de menos de 48 kilos, la que la tuvo como protagonista hasta su retiro, hace menos de tres años. Y en 2008 se llevó todos los aplausos al conseguir una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Beijing al superar a la coreana Song Pak Ok. A partir de ese momento, la Peque transitó con paso seguro el sendero de la popularidad.

El judo la tuvo como embajadora plenipotenciaria. Hablar de ese deporte significaba hablar de Pareto. Como suele ocurrir con ciertos fenómenos que se dan de tanto en tanto, muchos niños y niñas -especialmente- se volcaron a ese deporte. Buscaron dojos (escuelas) para aprender los secretos de esa disciplina, compraron el judogi (el traje), siguieron las enseñanzas del sensei (maestro) y a medida que fueron progresando cambiaron el color del obi (cinturón). La Peque fue una de las principales responsables de esa secuencia.

La emoción al consagrarse campeona del mundo en 2015.

EN LA HISTORIA

Acaparó los primeros puestos en cuanto certamen intervino. Por ejemplo, se cubrió de oro en los Juegos Panamericanos de Guadalajara de 2011 y de Lima en 2019 y de plata en los de Toronto (2015). Trepó a un podio muy significativo en 2009, cuando quedó tercera en el Grand Slam de Río de Janeiro. En un torneo en el que intervinieron las 14 máximas exponentes del judo, Pareto se ubicó detrás de la japonesa Emi Yamagishi y de la francesa Frederique Jossinet.  

Si de resultados se trataba, Pareto era ama y señora del judo. Sus actuaciones se antojaban la consecuencia natural del trabajo sin descanso de una deportista ciento por ciento dedicada al entrenamiento. Sus redes sociales se colmaron de seguidores asombrados por las extenuantes sesiones de preparación de esta Peque que ya era casi un miembro más de la familia.

En 2014 protagonizó otro impacto decisivo para la difusión de su disciplina con el subcampeonato del mundo en Cheliabinsk (Rusia). Perdió la final con la japonesa Ami Kondo, pero para los argentinos era una auténtica ganadora. Trascendió la arbitraria frontera que divide a exitosos de fracasados solo por un mero resultado. Pareto demostró que la derrota es apenas una contingencia de una actividad en la que hay un vencedor.

La doctora Pareto convivió durante mucho tiempo en el mismo diminuto cuerpo con una judoca excepcional.

Doce meses más tarde, en Astaná (Kazajistán), se quitó de encima la pena por la caída y se quedó con el título del mundo. En esa oportunidad se impuso a la japonesa Haruna Asani. Ya era la mejor del planeta. Y, por supuesto, fue reconocida en el país como la más destacada de los deportistas argentinos: se llevó el Olimpia de Oro. Se trataba de un reconocimiento que hacía honor a una mujer que personificaba con abrumadora claridad lo que significaba ser deportista.

Pareto también dejó en claro que la vida no se reducía a los entrenamientos y las competencias. Por eso, solo unos meses antes de su subcampeonato del mundo en 2014 se recibió de traumatóloga en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA). La doctora Peque compartía ese diminuto cuerpo con la enorme judoca.

Su segunda cita olímpica, en Londres 2012, ratificó su jerarquía. Abandonó la capital británica con un quinto puesto que le permitió llevarse un diploma. Y toco el cielo con las manos en Río de Janeiro 2016. Si la historia le tenía un lugar reservado entre las más grandes deportistas argentinas de todos los tiempos, acabó por entregárselo gracias a una notable actuación que hizo de Pareto la primera mujer de nuestro país en alcanzar una medalla dorada en una disciplina individual. La logró con un triunfo sobre la surcoreana Jeong Bo-Kyeong en la final.

La amplia sonrisa y la medalla dorada en Río de Janeiro 2016.

La Peque era de oro. Brillaba con una intensidad enceguecedora. A su carrera no le faltaba nada. Solo la impulsaba la búsqueda de la superación que persiguió constantemente desde su primera vez en un tatami. En Tokio 2020, que se celebró en 2021 por culpa del covid-19, se despidió del judo con un conmovedor séptimo puesto que le aseguró otro diploma olímpico.

Lesionada, pero de pie, no pudo revalidar el título de Río 2016 y se sintió en falta. Increíble, pero real, se disculpó: “Perdón por no poder hacerlos tan felices como en Río, pero lo di todo, hasta la última gota. La tristeza que siento es también gracias a tantas alegrías, así que vale”. Quizás su sed de triunfos y su amor por el judo no le permitieron ver que a sus compatriotas no les importaba no verla en lo más alto del podio. Que les bastaba con verla predicar con el ejemplo que solo dan los grandes de verdad.

Poco tiempo después de Tokio 2020 se retiró. Siguió entrenando y poblando las redes sociales con sus infernales rutinas, también incursionó en la cocina con su intervención en el popular programa televisivo Masterchef y abrió su propia cafetería. La doctora Pareto sigue trabajando en el sistema de salud. Ya no hay espacio para la judoca Pareto en las competencias. En cambio, en la historia tiene muy bien guardado su lugar. Porque esta pequeña es gigante.

El retiro llegó luego de la derrota a manos de la portuguesa Catarina Costa en Tokio 2020.