La peculiar relación de EE.UU. con las armas

Los norteamericanos tienen -en general- una relación muy especial con las armas. Peculiar. Distinta. Cercana. Casi íntima. Y peligrosa, por demás. Porque su Constitución, créase o no, les garantiza -expresa e inequívocamente- el derecho específico a poseer armas, concretamente. 

Eso es lo que surge, desde 1791, de la llamada Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, de la que se deriva que aquellas normas que dispongan un control o prohibición de armas tal que haga imposible que los ciudadanos puedan disponer de ellas son, en principio, inconstitucionales.
Cualquiera sea su naturaleza, esto es incluyendo a las disposiciones nacionales, estatales y municipales, por igual.

Esa particular enmienda dice, concretamente, que: "Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un estado libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas". 

Para algunos, esto supone nada menos que entender que el Estado no tiene necesariamente el monopolio de la violencia en la sociedad. En nuestros días, ese es un principio que no es universal y que ciertamente no está exento de algunos graves peligros, de distinta naturaleza.

FALLO CRUCIAL

La Suprema Corte de los Estados Unidos se pronunció, en el año 2008, sobre ese derecho. Lo hizo declarando entonces inconstitucional una ley que, desde 1976, disponía que, en la ciudad de Washington, no se podía vender armas de fuego, ni tenerlas en posesión.

A ese fallo, que fue dividido y ajustado, le siguió otro del mismo alto tribunal, sobre normas que disponían que en la enorme -y a veces insegura- ciudad de Chicago, así como en la localidad cercana de Oak Park se prohibía la venta y posesión de armas de fuego. En esa segunda intervención, el más alto tribunal de los Estados Unidos admitió, sin embargo, que la norma constitucional antes mencionada, que permite a los norteamericanos la posesión de armas de fuego no es de carácter absoluto y que ella está, como es normal, sujeta a algunas posibles limitaciones reglamentarias.

Lo cierto es que cada día mueren por violencia en el país del norte casi cien personas. De las cuales, algo menos de la mitad son claramente víctimas de homicidios. 

Lo cierto es que un poco menos de un centenar de millones de personas poseen, en los Estados Unidos, armas de fuego, dato que no es menor, por cierto. 

Esto convierte a ese país en la nación del mundo en la que más armas de fuego hay en manos de civiles. Un sólido 40% de todos los hogares norteamericanos tiene en su poder armas de fuego, situación peligrosa que deriva -como se ha visto- de normas de carácter constitucional que garantizan expresamente a los ciudadanos estadounidenses ese particular derecho.

No resulta entonces demasiado sorpresivo que la norteamericana sea una sociedad particularmente violenta que, de tanto en tanto, genera masacres tan horrendas como inexplicables, que asombran al mundo y que resultan realmente sorprendentes en una sociedad que puede preciarse, con toda razón, de estar claramente entre las más adelantadas del planeta. Lo que es increíble.

EFECTO NO QUERIDO

Tengo la sensación que la peculiar protección constitucional a la que he aludido más arriba tiene entonces un efecto no querido: el de diluir el examen cuidadoso de los impactos específicos de la permisividad constitucional sobre la vida real de los norteamericanos. 

Y quizás también otro: el de postergar así un reexamen profundo del impacto del marco normativo constitucional sobre la sociedad, cuando han transcurrido ya varios siglos desde su adopción y es más que evidente que el mundo en el que ahora vivimos ha cambiado notoriamente y tiene bastante poco que ver con el que, en cambio, existía en el siglo XVIII, cuando la norma norteamericana fuera adoptada.

BONANZA ECONOMICA

Mientras tanto, la economía norteamericana atraviesa por un período de bonanza. Por esto, la tasa de desempleo ha caído a apenas un 3,6%. En un ambiente de optimismo económico no hay demasiado espacio para detenerse y reflexionar sobre temas de otra naturaleza, como es el caso de la cantidad de armas en mano de la población.

Pero hay ya quienes sugieren que la bonanza actual de la economía norteamericana podría bien ser apenas una burbuja, lista para estallar. Esto a pesar de que el mercado laboral tiene un nivel de sanidad excepcional.

Quienes así desconfían sostienen que la expansión de la economía norteamericana se ha edificado sustancialmente a partir de un aumento sostenido de la inversión pública. Señalan asimismo que, respecto de las ventas, los inventarios de las empresas norteamericanas son hoy elevados. Apuestan entonces a que los estímulos fiscales decididos por Donald Trump a fines del 2017 comenzarán pronto a perder vigor. Expresan, además, preocupación por los niveles de consumo personal y de inversión empresaria que no se han robustecido al ritmo de la expansión económica. 

A todo esto cabe agregar que la inflación norteamericana, a estar a las cifras del mes de marzo pasado, es de sólo 1,6% anual. En febrero, ese guarismo era del 1,7% anual. Esto muestra que las autoridades monetarias de los Estados Unidos tienen dificultades en alcanzar la meta inflacionaria por ellas decidida, que es del 2% anual. 

Por todo ello, quienes dudan respecto del futuro de la economía norteamericana sostienen que, pese a las buenas cifras que existen en materia de crecimiento, la economía norteamericana está más débil de lo que parece y su futuro tiene algún signo de falta de certeza. Queda visto entonces que hay quienes se sienten atraídos por el ritmo actual de crecimiento económico de los Estados Unidos, pero hay también otros a quienes las cifras de crecimiento actual no enamoran necesariamente. Pese a todo, creemos que la bonanza económica del país del norte distrae a la sociedad respecto de enfocarse en temas como la tenencia excesiva de armas por parte de la población.