MARIO MENDOZA HABLA DE SU RELACION LITERARIA CON BOGOTA

La otra ciudad de la furia

El vínculo de Mario Mendoza con su ciudad natal, Bogotá, es parecido o más corrosivo que el que tenía Borges con Buenos Aires, porque “no los une el amor sino el espanto”. Pero el del escritor cafetero no queda enmarcado sólo en una inteligente, irónica e irreverente poesía; lo plasma a lo largo de toda su literatura con acuarelas perturbadoras de un cartograma lúgubre, decadente y peligroso, donde los lúmpenes son los globos de una fiesta a la que nadie invita a nadie y, el que asiste, lo hace por cuenta propia, sabiendo que quizás no salga vivo o al menos limpio.

Sin embargo, Mendoza no es solo novela policial de la más cruenta. Como todo creativo tiene su faceta luminosa y de ella, surgió la colección juvenil El mensajero de Agartha por pedido expreso del mismo público, al que solo le llegaba su fama pero no sus trabajos. El resultado, aunque no sorprendió a los entendidos, fue un éxito de ventas en el segmento más sincero, el de los niños, que si algo no les gusta, simplemente lo dejan a un lado.

Este año y con la intención de llegar masivamente al lector argentino, Planeta relanzó sus recientes y más exitosos libros Lady Masacre, La melancolía de los feos, Diario del fin del mundo y Akelarre.

—¿Al leer sus novelas uno se pregunta si sus personajes sobrevivirían a otra ciudad que no fuera Bogotá?

—Antes de ser escritor, tenía algo muy en claro, que en el siglo XIX la ciudad arquetipo era París, en el XX era Nueva York con ese paradigma de ciudad “patchwork” con mezcla de retazos como Little Italy, Chinatwon, etcétera. Pero finalizando el XX, los grandes teóricos hablaban de otro giro como las ciudades tercermundistas, las antrópicas, caóticas, que no fueron diseñadas. Entre ellas podría decirte Bangkok, Ciudad de México, Río de Janeiro, Bogotá. Y yo tenía el privilegio de vivir en una de ellas. Tenía todo al alcance de la mano para contar historias.

INDIGENTES

—¿Cómo describe a esa ciudad de sus novelas?

—Bogotá es una ciudad muy rara porque tiene su costado turístico, lujoso, de primer mundo que cualquier turista disfruta, pero si uno se corre hacia la periferia, observa su mundo medieval, religioso, sectario, donde una gran cantidad de mitos y leyendas hacen su juego. Tiene una prehistoria muy importante, una zona de indigentes muy fuerte, que andan con garrotes en la mano y es literal como lo cuento. Personas nómadas, que viven en carros de madera recolectando basura y lo cierto que es entre fascinante y temerario. Existe una zona de reciclaje que tiene un ADN humano muy interesante, que por supuesto, contrasta diametralmente con la zona lujosa, que está apenas unos kilómetros de distancia. Y en esa diferencia, no solo uno se desplaza en el espacio sino en el tiempo.

—Imagino que sus novelas se mueven más en la periferia de la ciudad.

—Cuando comencé a escribir mi objetivo no era escribir una novela y ya, quería construir un mundo. Y Bogotá tenía que ser mi epicentro, mi oficina de escritura, donde poder configurar ese inmenso escenario por donde se moverían mis personajes. Empecé con La ciudad de los umbrales en 1992 y después seguí con Scorpio City, que habla de esa calle de cartoneros que empiezan a hacer masacres, que ocurrió en la vida real y de lo que poco se habla. Y así fui desentrañando mi mundo. Pero para eso hubo que descubrirlo, recorrerlo, vagabundearlo.

EL PREMIO

—Su novela ‘Satanás’, inspirada en un hecho real, ganó el premio Seix Barral en el 2002.

—En diciembre de 1986, Campos Elías Delgado, un colombiano y ex integrante del ejército norteamericano que combatió en Vietnam dos veces, entró en una pizzería del centro de Bogotá y mató a 20 personas, pero antes había asesinado a otras nueve, entre las que se encontraba su madre. Algunas personas dicen que la policía lo ultimó cuando llegó al lugar de la segunda masacre pero me inclino por lo que cuentan otros testigos, que se suicidó. Lo que me emparenta con el hecho, es que yo había compartido con él semanas antes un taller de literatura donde intercambiamos bibliografía porque él estaba preparando una tesis sobre Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Fue shockeante.

—O sea que los del restaurante podrían haber sido ustedes en ese taller de literatura.

—Absolutamente. Un hombre raro, hosco, de esos que se sientan en las últimas bancas y no participan de nada. Y sospecho que tenía todo pensado porque el hecho sucede el 4 de diciembre de 1986 y la novela de Robert Stevenson se publica en 1886, exactamente 100 años después. Todo eso me motivó a escribir Satanás, que me costó mucho porque tuve tres intentos fallidos de escritura. Fue el primer libro que imaginé pero sin duda no tenía la experiencia, capacidad, talento ni disciplina para abordar un tema así a mis 21 años. Lo terminé escribiendo a los 31.

—¿Qué le aportó el premio Seix Barral por ‘Satanás’?

—El premio me dio mucha visibilidad porque me puso en el panorama literario de habla hispana, y lo terminé presentando en Buenos Aires, México y España. Lo que sucedió fue que la crisis del 2008 y 2009 limpió de un plumazo a muchos de los escritores emergentes de aquellos años y fue como un gran retroceso. Pero no lo tomé a mal, simplemente fue volver a los orígenes con un público nacional más amplio que ya me empezaba a reconocer.

—Los personajes de sus novelas son oscuros, pendencieros, marginales. ¿Cómo es convivir con ellos durante el proceso de escritura?

—Para mí sería más difícil convivir con personajes candorosos, pudorosos, bellos y luminosos. Me parecerían más peligrosísimos. No les tendría confianza. Como en la vida real. La gente demasiado buena es sospechosa. Mientras que con los “outsiders” tengo otro idilio, la confianza de que no te van a jugar sucio porque son eso, de temer. Los siento más puros y si los conocés, son mejores compañeros de ruta. Un hombre como Alfonso de La melancolía de los feos sería mi mejor amigo. Es para esas tardes donde uno no quiere vivir más y seguro te echaría una gran mano para cambiar de idea.

—Dentro de esa marginalidad que plantea nunca abordó el tema de los narcotraficantes.

—Nunca me interesó entrar en el mundo de los narcotraficantes. Claro que tengo material de sobra para escribir pero es algo que me aburre mucho. Me aburre leer sobre ello, ver series, películas y mucho más me aburriría escribir. No lo haría ni por encargo.