La observación de una vida inconclusa

Franz Peter Schubert fue el duodécimo hijo del matrimonio Theodor Schubert y Elisabeth Vietz; su padre era docente y músico aficionado. A pesar de que el matrimonio llegó a tener 14 hijos, Franz solo conoció a 4 de sus hermanos.
Desde temprana edad dio muestras de un notable talento musical. A los pocos meses de haber comenzado a recibir clases de su hermano Ignaz, ya lo había superado en conocimientos y calidad interpretativa.
El organista Michael Holzer también le enseñó lo que estaba a su alcance, pero le reconoció al padre de Franz, con lágrimas en los ojos, que jamás había tenido un alumno tan dotado, al que contemplaba “con asombro y silencio”.
El joven Schubert llamó la atención de Antonio Salieri, el músico más reconocido de Viena y aquel al que muchos señalaban como el asesino de Mozart —hipótesis que ha inspirado cuentos, novelas y una notable película, como Amadeus, de Milos Forman.
Salieri le dio a Franz clases de teoría musical y composición. Fue bajo su supervisión que escribió su primera pieza: Fantasía para cuatro manos.
Como de algo debía vivir, ya que su familia no tenía medios, ingresó a la escuela de su padre como maestro. En 1814 se enamoró de la joven Therese Grob, a quien le dedicó el Salve Regina. Lamentablemente, la relación no pudo prosperar hasta el altar, ya que Franz no contaba con los medios económicos para mantener un hogar, como establecía una severa ley de consentimiento matrimonial austriaca.
Desde joven fue un compositor prolífico. En el año 1815 compuso más de 20.000 compases de música que incluían varios de sus famosos lieder, basados en poemas de autores como Goethe.
A lo largo de su breve existencia compuso 140 canciones.
La vida de docente no colmaba sus aspiraciones y lo tenía deprimido. Su relación amistosa con Joseph von Spaun, que lo asistía económicamente, se ha prestado a debate sobre su sexualidad. El musicólogo Maynard Solomon fue quien primero esbozó la teoría de su homosexualidad, tema que se ha debatido ya que otros autores señalaban sus vínculos con varias señoritas.
Además de la ayuda de Spaun, fue invitado a vivir en la casa de otro amigo, Franz von Schober, oportunidad que aprovechó para abandonar su actividad docente y dedicarse a componer y dar clases de música.
Poco a poco se creó un círculo de admiradores, entre los que se contaba Johann Vogl, un destacado barítono que difundió la obra de Schubert.
Desde 1818 la prensa vienesa escribió críticas elogiosas sobre sus composiciones. Ese mismo año entró al servicio del conde Esterházy, familia que había acogido a Haydn por muchos años y lo cobijó durante su prolongada vejez.
Desde 1820, un grupo de artistas y estudiantes se reunía periódicamente para escuchar las obras de este joven menudo, miope, de cabellos crespos. Estas reuniones crearon suspicacias en la rígida policía austriaca, que veía conspiraciones por todos lados, y un día arrestó al compositor y a cuatro de sus amigos, sospechosos de actividades revolucionarias. Todos fueron severamente reprendidos y uno de ellos, el poeta Johann Senn, estuvo un año preso. Schubert nunca lo volvió a ver, aunque escribió canciones sobre sus poemas, como El canto del cisne.
A pesar de este confuso episodio, su obra comenzó a publicarse y los derechos de autor le permitieron cierto desahogo. Aunque su nombre se codeaba con otros autores notables como Gioachino Rossini y Carl Maria von Weber, debió vivir bastantes fracasos, postergaciones y hasta la censura de su obra Los conjurados.
Fue en esta época cuando un Beethoven postrado por la enfermedad alabó la obra de Schubert llamándola “la chispa del genio divino”.
Esta alabanza de Beethoven coincide con el periodo de mayor madurez de sus obras, que incluye la famosa Sinfonía inconclusa, obra que había iniciado a escribir en 1823 pero que, por razones desconocidas, no terminó. Estos manuscritos fueron guardados por su amigo Anselm Hüttenbrenner a lo largo de 40 años.
Franz vivió un frustrado romance con una de sus alumnas, la condesa Esterházy, que no pasó de ser una aspiración, y asistió a deprimirlo al igual que la muerte de Beethoven, por quien sentía profunda admiración y respeto.
Justamente, el 26 de mayo de 1828, en ocasión del aniversario de la muerte del genio de Bonn, Schubert ofreció su primer concierto público.
En medio de esta eclosión creativa, la salud de Franz comenzó a deteriorarse, atribuyéndose su empeoramiento a su afición al tabaco y al abuso de alcohol.
Aunque en octubre había comenzado a tomar clases de fuga con Josef Lanz, cayó enfermo a punto tal de no comer por once días. El Dr. Sarenbach lo asistió en este deterioro final.
Su hermano Ferdinand lo asistió económicamente para sostener el tratamiento, que consistió en sangrías, el uso de polvos de mostaza y de cantárida española como estimulante (que hoy sabemos es un tóxico).
Cuando Sarenbach cayó enfermo, fue reemplazado por el Dr. Josef von Kreig, quien era un conocido sifilólogo.
El doctor fue muy claro con los familiares y amigos del compositor: su estado era muy grave por “avanzada desintegración de la sangre”. El diagnóstico fue Nervenfieber (fiebre nerviosa).
El cuadro empeoró y Schubert comenzó a experimentar alucinaciones. En un momento creyó que lo estaban enterrando vivo, cerca de la tumba de Beethoven. Finalmente falleció el 19 de noviembre de 1828.
Muchos autores han difundido que murió de fiebre tifoidea, pero este diagnóstico se ha puesto en duda. Nervenfieber, el término usado por von Kreig, era un diagnóstico inespecífico, pero lo utilizó uno de los médicos más conocidos de Viena, que estaba tratando a uno de los músicos más populares de la ciudad. ¿Acaso estaba ocultando algo?
Autores posteriores creen que con este término estaba describiendo la evolución delirante de una meningitis sifilítica, complicada por envenenamiento con mercurio usado como parte del tratamiento.
Un año antes había portado la antorcha fúnebre de Beethoven, junto a quien pidió ser enterrado. Su deseo le fue concedido.
Las tumbas de ambos genios de la música fueron trasladadas en 1888 al cementerio Central de Viena, donde reposan junto a Johann Strauss (hijo) y Johannes Brahms, los hijos dilectos de esta ciudad donde impera la música.
Sobre la tumba de Schubert está escrito el epitafio que le dedicara su amigo, el poeta Franz Grillparzer:
“El arte de la música no solo ha enterrado aquí un precioso tesoro, sino esperanzas aún más espléndidas”.