La nueva normalidad psíquica: camino al transhumanismo

Nos encontramos, casi sin creerlo, a finales de otro año, en esta época postpandemia de la cual en un mes se cumplirán cuatro años desde las primeras noticias de ese extraño y lejano virus chino, que cambiaría el mundo de manera aparentemente definitiva. En estos cuatro años muchos conceptos ligados a la cultura, a la forma de ver el mundo, pero en particular a la salud, sufrieron cambios profundos, en realidad cambios de paradigma. Un cambio de paradigma es una mirada estructuralmente diferente respecto a algo y no una simple modificación o evolución de la misma.
Uno de los conceptos más trascendentes y profundos es lo que nos hace o que nos define como humanos. Y, en ese contexto, habría que ver los límites que definen esas ideas y, si se quiere, por extensión la norma, la normalidad. Es decir, aquello que hace que si algo está comprendido entre esos límites sea considerado normal. Y, por ende, pueda ser reconocido como parte de lo que consideramos humano.
En este contexto pandémico y postpandémico es donde hemos visto los mayores cambios. La idea de normalidad, de enfermedad o ausencia de ella, sufrió cambios fundamentales, y al mismo tiempo se aplicaron y se busca incrementar en su implementación cambios en cuanto a la concepción de normalidad, y en particular los requisitos casi, para ser parte de ese colectivo, que hace a la humanidad.  Por consecuencia lógica y ya ligado a la historia de la humanidad, el concepto de normalidad, va asociado al de salud mental normal, y en especial aquello que es colocado fuera de esos límites, “la locura”.
Un libro de estos tiempos y de alguna manera signo desde su título de este tema, es el  Roy Richard Grinker un antropólogo que en su libro  “Nadie es normal: Cómo la cultura creó el estigma de la enfermedad mental  (Nobody’s Normal: How Culture Created the Stigma of Mental Illness.-2021) explora cómo el estigma respecto a la salud mental está ligada a los procesos culturales dominantes. Así se puede llegar a manufacturar la idea que permita que nadie, eventualmente, sea normal o que deba cumplir ciertos requisitos establecidos por la cultura para ser incluido en ese selecto grupo. El concepto de cultura puede parecer lejano o abstracto, pero es algo muy concreto y son las ideas imperantes de una época con la particular característica en los tiempos actuales que, como nos demostró la pandemia, la opinión pública puede ser totalmente coaptada, avasallada, por un discurso único dominante. Ese discurso, esa propaganda de la cual hemos hablado en otras notas al mencionar a la figura de Edward Bernays y otros, posee hoy infinitas formas de influir en las personas desde los diversos tipos de medios de comunicación masiva, con las TIC (las tecnologías de información y comunicación) y donde la supuesta distopia orwelliana de 1984 se trasladó triste y concretamente a la realidad. El paradigma, por ejemplo, de salud se invirtió para pasar a ser el de no enfermo, no contagioso, de no peligroso, y así fue sustituido por la trasposición del mismo, en el cual todo era una enfermedad hasta que demostrara lo contrario.
Desde el origen de los tiempos, el miedo ha sido un de supervivencia, que en su aspecto positivo permitió y permite adoptar medidas de defensa frente a un peligro anticipado real o imaginario. La alerta funciona cuando aparece algo inesperado, de alguna manera algo fuera de lo normal. El miedo a lo que sale de la norma está impreso en nuestro ADN. Este mecanismo arcaico arraigado en zonas de nuestro sistema nervioso ligadas a funciones motoras y emocionales, pero con menor contenido racional, tiene una lógica evolutiva y en particular en la evolución de nuestro sistema nervioso. Las funciones que se activan frente al miedo son aquellas que nos permiten la supervivencia, el impacto emocional y la capacidad motora, poco importa si quizás el lobo tiene buenas o malas intenciones, por descarte es peligroso e implica la huida. Esto ya lo conocía Bernays, pero lo conocían desde la antigüedad los estrategas militares en los cuales las campañas de miedo, de terror, el terrorismo era un instrumento de conquista. 
Más cercanamente, las guerras fueron paulatina y progresivamente menos territoriales en el espacio, para ocupar otros territorios, los del psiquismo. 
En el campo de la salud en particular la mental, el estar fuera de la norma, de lo esperable, de alguna manera estar fuera del lugar, estar en otro “locus”, por ende, el de la locura, en resumen, es un miedo que, en su aspecto arcaico, atávico, saltea todas las conexiones racionales. En el caso del miedo y la estigmatización de la “locura”, la idea de lo que nos lleva al miedo a la propia pérdida de control sobre nosotros mismos, nos hace proyectar en el otro, ese temor de no ser como los otros, de alguna manera no ser parte de la humanidad normal. El otro es el anormal, el está excluido del lugar y el centro así nos pertenece y eso aleja el miedo a la propia, insania.
Desde Hipócrates y su concepción integrada cuerpo-alma de los estados mentales, pasando por las cazas de brujas del medioevo, o la liberación por parte de Phillipe Pinel de los enfermos psiquiátricos encadenados, hasta las obras más recientemente de Foucault, (Historia de la locura) hasta la antipsiquiatría o por el contrario, la exageración del etiquetado diagnóstico, el movimiento respecto a la toma posiciones, ha estado ligado no solo a la salud sino al paradigma filosófico imperante, pero en particular y en definitiva a la libertad de las personas y que significa ser considerado persona. Es así que a pesar de haber pasado siglos desde la piedra de la locura que se mencionaba en otra nota o las naves de los locos, la Narrenschiff, esas embarcaciones que surcaban los ríos de Europa, sacando a los que nos interpelaban de una manera que impedía abordarlo, el uso de la estrategia del miedo a la locura se usa y cada vez más. 
Mencionaba en una nota reciente cómo este miedo en particular se puede usar y con éxito con diferentes fines ligados al poder y ese dilema entre normal y anormal ha caído al servicio de los intereses de turno, desde las reclusiones psiquiátricas de Stalin con su “Agitación antisoviética” que era el diagnóstico y motivo para ser enviado a esas reales cárceles bajo la excusa psiquiátrica.
Las referencias históricas son tan extensas como interesantes, pero siempre ilustran que ese aspecto arcaico, quizás siguiendo a Jung diríamos anclado en nuestro inconsciente colectivo, del miedo al que no es normal.
La locura ha sido desde siempre el estigma, es la mancha de la vergüenza, del apartamiento de la sociedad, que implica el ser diferente a lo que la norma impone. 
Hoy de la mano de algunos autores que han adquirido particular importancia como Yuval Harari, ese sentido de no pertenencia se exalta a un movimiento que cada vez va cobrando más cuerpo y es el de transhumanismo.  En esa propuesta el ser humano como es actualmente, quizás hoy llamaríamos normal, sano, es en realidad algo parcial y cuya posibilidad de subsistencia es siendo otro ya no humano sino transhumano. Para la idea de esta línea de pensamiento no es ya necesaria la locura, sino simplemente el estado actual normal pasa a ser disfuncional. Debemos concluir que para llegar a esas conclusiones y que las mismas no sean catalogadas de alucinadas, una larga tarea de modificación de la narrativa y en particular de miedo fue y es necesaria, para instalar este constructo teórico o narrativa absurda. Ya no solo la narrativa reinante establece quien es sano, quien es enfermo, es decir peligroso, sino la propia inadecuación del género humano, lo vuelve una especie en inevitable extinción.
Todo esto parece extremo, y en particular cuando se agitan los miedos diversos, pero hay una frase que se cita de Charles Baudelaire y es que “la mejor de las astucias (trucos) del demonio es hacernos creer que no existe”. En el uso propagandístico, dirigido de los miedos, en particular a la locura, a la salud, a la duda de la propia normalidad, está ya no el germen sino el desarrollo de los peores medios de control y sometimiento. Quizás en esa banalidad que cita Baudelaire, haya que reflexionar que en ese temor que creemos solamente está ligado a la estigmatización del otro, está la propia y en ello quizás la libertad y si escuchamos con atención algunos teóricos actuales (pero de ideas de siempre como Harari), nuestra propia existencia.
En este caso el miedo sí, es profundamente tonto y peligroso.