La nueva ansiedad en la era de los ‘influencers’

El agudo análisis de un psicólogo y un psiquiatra sobre el modo en que la pérdida de valores, el individualismo y la superficialidad reinantes en la sociedad actual conducen a una situación de malestar emocional y físico que atenta contra la calidad de vida. Detallan con qué herramientas contamos para el cambio.

Cada vez que vemos o escuchamos sobre las innumerables aberraciones que ocurren a nuestro alrededor, es común lamentarse de vivir en una “sociedad que está cada vez más enferma”. Y, en efecto, es fácil advertir cómo el individualismo, la superficialidad y la falta de noción sobre el sentido de la propia existencia se han extendido de manera epidémica, a punto tal que la ansiedad y la intolerancia a la frustración se convirtieron en signos propios de estos tiempos. Así lo advierten el médico especialista en Psiquiatría y Psicología Médica, Enrique De Rosa Alabaster, y el licenciado en Psicología y psicoanalista, Daniel Alejandro Fernández, en el libro “Los nuevos rostros de la ansiedad” (Galerna, 2023). Una obra en la que brindan una visión amplia, profunda y clarificadora sobre este síntoma y el modo en que interfiere con el bienestar emocional y físico, al tiempo que limita la capacidad de disfrutar del presente y alcanzar nuestros objetivos.
“La pandemia no hizo más que profundizar y acelerar a gran velocidad los cambios que hasta entonces venían produciéndose de manera más lenta. Desde hacía décadas que el individualismo propio de una sociedad de consumo era notorio, que la pérdida de valores se incrementaba, que el éxito se asociaba a cierta noción de fama sin mérito alguno, que la apariencia y lo superficial predominaban por encima del contenido, que las metas se volvían más y más banales y que, inclusive éstas debían ser alcanzadas de manera urgente y sin esfuerzo, casi por arte de magia o tras haber leído algún libro de autoayuda”, aseguran De Rosa Alabaster y Fernández en “Los nuevos rostros de la ansiedad”, y agregan: “Lo cierto es que grandes expectativas sin un plan realista, ni la capacitación adecuada, ni un mundo interior rico y sólido que nos sirva de red de contención, tienden a concluir en fracasos estrepitosos y en una caída vertiginosa hacia la frustración y hacia la incapacidad de tolerarla”.
Los autores resaltan que el abordaje de la ansiedad requiere de un enfoque que comprenda las tres áreas siempre relacionadas de los seres humanos: la física, la mental y la social. Aclaran, además, que una señal de alarma, como es la ansiedad, no debe ser catalogada como patológica en sí misma, “a menos que hablemos de un nivel excesivo y por lo tanto perjudicial”. “De lo contrario, solo se tratará de una reacción humana esperable, además de beneficiosa si consideramos que sirve al individuo para tomar consciencia de sus circunstancias presentes y para evaluar acciones futuras. Sin embargo, tanto la ansiedad como la angustia o el estrés, así como la interrelación frecuente de esta tríada, de prolongarse demasiado en el tiempo y en grados elevados pueden perjudicar no solo el desempeño psicológico de una persona sino además propiciar la aparición de enfermedades orgánicas. Mente y cuerpo no son entidades separadas, sino que interactúan entre sí y lo hacen de modo permanente”, subrayan.
De Rosa Alabaster y Fernández apuntan que si bien existen diversas causas que pueden conducir a un elevado nivel de ansiedad, el disparador por excelencia suele ser el miedo. “Esta combinación de miedo y ansiedad es, con suma asiduidad, la causa que nos hace más vulnerables ante las pretensiones de otro por manipularnos”, alertan.
Coinciden en que la extremadamente baja o casi nula tolerancia a la frustración es uno de los nuevos rostros visibles de la ansiedad. “Queremos todo ya y no soportamos el no poder conseguirlo. Ante la insoportable frustración, la ansiedad crece de manera descomunal”, describen. También detallan cómo la depresión y la violencia pueden ser el resultado del modo en que se canalizan esta frustración y ansiedad.
En una entrevista con La Prensa, De Rosa Alabaster se refirió además a otro fenómeno característico de estos tiempos: el “aplanamiento” de las franjas etarias, es decir personas adultas que se autoperciben como adolescentes o jóvenes y que viven los problemas de personas mucho menores que ellas. Otro camino que conduce a la ansiedad.
-¿Qué los llevó a escribir “Los nuevos rostros de la ansiedad”?
- La ansiedad es un tema que ya lleva décadas y sigue siendo un tema. La característica del malestar psíquico -en particular la ansiedad o el estrés- es que son cultura-dependientes, es decir son cultura, son época histórica… Hablamos de “los nuevos rostros” porque, en definitiva, en el mundo pospandemia se dio vuelta patas para arriba todo, incluso las formas de manifestarse el malestar psíquico. La idea era, en lugar de hablar de patologías, hablar del malestar y cómo se manifiesta. Eso que llamamos ansiedad, cómo se manifiesta en lo concreto. Por ejemplo, hace dos días apareció una estadística de la Universidad de Michigan sobre depresión adolescente en Estados Unidos. Tiene que ver con las redes sociales, cosa que hoy nos parece totalmente lógico y normal, pero hace diez años la sola idea de decirle alguien “por mirar el celular te vas a angustiar”, era algo totalmente nuevo. Por eso tenemos que estar dispuestos a entender que hay algo de la forma del follaje de ese bosque, algo de la tierra, del sustrato (lo cultural), que hace a la ansiedad y que se manifiesta de infinitas maneras.
-¿Las redes sociales son uno de los principales factores generadores de ansiedad?
-En el caso concreto de ciertas poblaciones es “el” factor. Este estudio sobre depresión en adolescentes de la Universidad de Michigan se realizó desde 1991 sobre 50.000 personas. Ahí se observa que la estadística sube hasta 2015 de manera gradual, a partir de ahí empieza a subir fuerte, pero en el 2020 se dispara. En este estudio se vincularon esas cifras de depresión con el momento en que aparecen con mayor fuerza TikTok, Instagram y demás, justo en 2020 con la pandemia y el encierro. Es decir, que una cosa vino de la mano de la otra. Ellos vieron que en cinco años -de 2017 a 2021- hubo un 160% de aumento de tentativa de suicidio adolescente. Es brutal.
-¿Cuál es el principal factor de ansiedad en el rango etario que sigue a los adolescentes?
-Un poco menos las redes sociales, pero empieza a aparecer un problema: este estudio de Michigan, como arranca en 1991 incluye a los baby boomers. Y lo que está pasando es que generaciones de gente ya adulta, pero joven, están con una especie de síndrome de Peter Pan. Se están empezando a aplanar las franjas etarias. Hay gente de 30 o 30 y poco más de años, que tienen respuestas que está teniendo gente de 15 a 18 años. Quienes tienen un proyecto -familia, trabajo, etcétera- se manifiestan como adultos, como lo que son en realidad. No es un misterio. Pero si una pareja está sin un proyecto, es factible que estén diciendo “nosotros los chicos”… se autopercibirían como adolescentes o jóvenes de una primera juventud y, a su vez, tendrían patologías de primera juventud, que es lo que están viendo ellos en los estudios. Después se produce casi un salto a patologías muy específicas tipo pandemia: miedos, aislamiento social, el fenómeno de la desconexión, el que la gente no quiere engancharse de nuevo en el trabajo, se hace planteos existenciales tempranos… Lo que se está viendo es que se están aplanando las franjas etarias y mientras que antes cada etapa vital tenía el pasaje, la crisis, hoy es una especie de caldo continuo en el que una persona de 40 y pico está en otra situación completamente distinta, estudiando filosofía en segundo año desde hace 15 y tiene los problemas de sus compañeros de clase. Entonces nos encontramos con personas de 47 años que al escucharlas hablar son casi adolescentes, con planteos y expectativas de adolescentes.
-¿Cómo incide el hecho de que nos encontremos en una sociedad cada vez más individualista en el aumento de la ansiedad?
-Tiene que ver con los dispositivos. Personas que suben sus fotos con 40 filtros, autopercibiéndose -por ejemplo- como una loba sexy. Pero es un problema porque se autopercibe eso en las redes sociales. Antes, en la psiquiatría de hace cinco años atrás, eso se llamaba “trastornos disociativos”, la persona estaba disociada de su personalidad. Hoy, como uno se comunica con uno mismo, uno puede ser Superman. Cuando era chico no me creía Batman, pero jugaba a ser Batman, era claro que era un juego. Cuando uno no supera esa etapa en que la fantasía se contrasta con la realidad -porque la fantasía se comprueba por uno mismo- ahora se están viendo muchas situaciones en los que algunos componentes son de  delirios parciales. La persona está totalmente normal, pero en algún punto sigue creyendo esta fantasía de “la bomba sexy” o el hombre que cree que es un campeón… ¿y quién lo verifica eso? El mismo. Lo cual, por definición, era un delirio. Lo que genera la ansiedad y la enorme frustración es que en algún punto chocan con la realidad. Mientras todo pasa por las redes sociales, la persona pone lo que quiere. Pero cuando en el mundo de lo concreto esa persona tiene que demostrar, eso se vive como pérdida. Y la pérdida instala, en principio, la frustración, la violencia y, en un siguiente paso, la depresión y la inacción. Por eso, esa misma gente pasa de etapas muy juveniles -casi adolescentes- a casi la senilidad. Lo que se aplastó es el rango de la madurez, el rango de la adultez.
-¿Qué otras manifestaciones tiene la ansiedad?
-En el DSM describen el trastorno de ansiedad generalizada, distintos cuadros… eso sigue existiendo, pero cada vez menos. En realidad, el punto es que la gente manifiesta ese malestar, esa mal-adaptación, con un grado de ansiedad, o de angustia, y luego lo va a manifestar como puede. Aquí viene la variable cultural: no es casual que uno vea cada vez más la violencia de género, la violencia urbana, las diferentes formas de violencia, que es una de las formas de manifestar la frustración. Ninguno de esos manuales (los DSM) hablan, por ejemplo, de la intolerancia a la frustración. Y hoy día es lo más frecuente que una persona no pueda soportar estar limitada. Hay un concepto en psicología que es “auto” o “aloplástico”, quiere decir que si trato de adaptar el mundo a mí estoy mal porque todo el mundo tiene que adaptarse a lo mío y si el mundo -los demás, las cosas, las circunstancias- no se adaptan a mí, eso lo vivo con angustia. La postura sana es una intermedia. Es patológico también adaptarse a todo. La postura sana es lograr un mix entre adaptarse y que lo otro se adapte. ¿Cómo se manifiestan los disbalances en el nivel de angustia? Si lo manifiesto psicóticamente, de una manera psicótica (con alucinaciones, delirios) y, en general, desde la perspectiva neurótica es con bronca, con angustia, con somatizaciones y demás, pero que se manifiestan según mi construcción. 
-¿Cuáles son las formas más habituales de somatizar la ansiedad?
-Estamos en una especie de epidemia de insomnio. Y, entre otras cosas, pasó a ser una variable cultural. Después de la pandemia, la inversión del sueño terminó por no corregirse nunca. Estaba seguro de que eso iba a pasar porque las patologías del sueño, que son múltiples, son una somatización muy frecuente. Otras son el aumento de los cuadros de ACV, los cuadros de infarto de gente joven… Es decir, al aumento de las muertes de gente joven -evidentemente, posvacunas- se le sumó también el colapso de la somatización ligado a esto. 
La somatización es un estado de alerta del sistema nervioso neurovegetativo, que produce una contracción de toda la musculatura -se pueden contraer los carrillos, los trapecios, pero también se contraen las arterias, los bronquiolos, el estómago, el colon, la musculatura uterina-. Con lo cual, podés tener desde amenorreas hasta colon irritable, problemas digestivos altos… todo eso se incrementó muchísimo.
-¿Qué se puede hacer para hacerle frente a esto?
-Hay cantidad de cosas que las personas pueden hacer, y está probado que es así, para hacerse cargo de su propia salud. Finalmente, si hace falta, pueden consultar a un profesional. Por ejemplo, empezar a regularizar los ritmos alimentarios, los ritmos de sueño-vigilia, los ritmos de exposición a la luz solar. Uno necesita tener ciertas horas de movimiento ocular, no estar permanentemente frente a una pantalla. El movimiento ocular, que es el que hacemos al caminar, al trotar … todo esto muy básico del sistema nervioso, son cosas que se pueden hacer.  También tener tiempo de vacío… empezar a entender que nuestra vida psíquica tiene que ser como una torta esponjosa, si no tiene espacio de vacío, no hay posibilidad de que exista. Si todo es compactado, no existe. Cuidar los ritmos alimentarios, cuidar con qué nos alimentamos, fijarse de mantener rutinas, limitar las horas de pantallas, no solo por la luz azul sino por aquello a lo que las pantallas invitan: si uno se está comparando todo el día para ver quién es más linda, quién es más inteligente, por supuesto se encontrará que todos son mejores. Cuando uno se compara con imágenes pasadas por filtros y se cree que eso es verdad, es desastroso. En la ansiedad y la depresión de la adolescencia pasa eso. 
Todas estas medidas dan unos resultados fenomenales. Por lo tanto, insisto en la necesidad de reparar en con qué nos alimentamos mentalmente, emocionalmente, en la toxicidad en cuanto a la información -la gente está constantemente consumiendo cosas catastróficas-. Entonces si comprende que el organismo es un ente vivo, que tiene alimentación concreta, que tiene ritmos diurnos, necesidad de movimientos, empieza a estar mucho más claro que en definitiva no es tan complicado alejarse de eso otro. Luego, puede ser que uno encuentre que determinado aspecto lo tiene que resolver con ayuda profesional, pero es algo mucho más puntual, no es la ansiedad masiva o mi existencia completa.
Uno de los ejes al abordar la ansiedad es poder empezar a trabajar sobre la parcialidad, sobre lo imperfecto, y utilizar el inconveniente como una forma de superación. No considerarlo como un enemigo.