La muerte de Colmillo Blanco: Jack London (1876-1916)

Aventurero, marino, pirata, buscador de oro, vagabundo, político y escritor autodidacta (solo asistió un año a la Universidad de Berkeley), así podría resumirse la vida de uno de los escritores más famosos de su tiempo: John Griffith Chaney, más conocido como Jack London (1876-1916).
Muchos salen de la pobreza a golpes o a las patadas; Jack lo hizo escribiendo las historias de su vida trashumante, y de los curiosos personajes que encontró en las minas de oro de Yukón (Canadá), en las islas del Pacífico Sur, en Japón, en Australia… Su vida fue tan salvaje como sus libros. Pero sus personajes más queridos, los más populares de sus famosas historias, eran perros.
Jack London -tal el nombre que adoptó de su padrastro- amaba a los perros como Bond, el que tuvo desde joven y que inspiraría la figura de Buck: un perro robado, entrenado para tirar trineos, el héroe de ‘El llamado de lo salvaje’.
Desde joven, Jack se embarcó con la intención de conocer al mundo. A los 17 años navegó por las procelosas aguas del Estado de Bering, cazando focas. De regreso a los Estados Unidos, se involucró en los reclamos sociales del proletariado: marchó con el Coxey's Army, un grupo de trabajadores que se dirigió a Washington exigiendo mejores condiciones laborales (fueron poco exitosos). Jack pasó treinta días en una prisión por vagabundo, pero meses más tarde ingresó a la Universidad de Berkeley. Lamentablemente, no tuvo los medios para continuar con sus estudios... Vaya uno a saber si los cuentos de un London académico hubiesen tenido el éxito que lograron los libros de este joven salvaje.
Cuando en 1896 se supo de la existencia de oro en Yukón, vio la oportunidad de enriquecerse y viajó a esos lugares casi inexplorados. No encontró mucho oro, pero sí frío, desnutrición, escorbuto (déficit de vitamina C que le hizo perder algunos dientes) y personajes fantásticos que poblaron sus noveles. Muchos de ellos eran locos, desequilibrados, alcohólicos, dementes y sifilíticos que vivían en Dawson City, la ciudad de la fiebre del oro. 
Extenuado y enfermo, volvió a Canadá “sin nada y con escorbuto”... pero con miles de historias y  personajes para contar. “No invites a la inspiración –decía–: búscala con un garrote”. Y Jack London la encontró en esas soledades heladas.
Comenzó a escribir sus aventuras, que eran recibidas con entusiasmo. En poco tiempo, fue el escritor mejor pago de los Estados Unidos.
Ya consagrado, fue contratado por un periódico de San Francisco como corresponsal en la guerra entre Rusia y Japón. Sus artículos lo mostraron como un adelantado a su época, tanto moral como en lo intelectual. 
Fracasado su primer matrimonio con Besos Maddern (con quien tuvo dos hijas), se casó con Charmain Kittredge. Juntos navegaron en el Snark, un barco construido por London y llamado así por la novela de Lewis Carroll (el autor de Alicia en el país de las maravillas). Con esta nave recorrió el mundo y relató sus aventuras en Cuentos de los Mares del Sur.
Su perfil de aventurero extravagante y pendenciero sería una fuente inspiración para  Hemingway y otros escritores norteamericanos.
Después de naufragios, tormentas y hasta encuentros con caníbales, llegó a Australia extenuado y enfermo por la frambesia o pian, una enfermedad causada por el Treponema pallidum (bacteria emparentada con la sífilis) que no requiere trasmisión sexual y que penetra por la piel, produciendo úlceras y nódulos indoloros pero pruriginosos, con compromiso de huesos y aorta.
Jack regresó a Estados Unidos hecho un desastre. No solo por el pian, sino también por la pérdida de dientes causada por la piorrea y una úlcera rectal que lo tenía a maltraer. Para colmo, contrajo malaria y fiebre amarilla. 
Entonces, en la era preantibiótica, el pian se trataba con compuestos arsenicales que le ocasionaron una nefritis. A todo esto, su alcoholismo no lo ayudaba a restablecer su salud.
En agosto de 1916 volvió a su rancho en Santa Rosa. A pesar de sus ideas socialistas, Jack London se había convertido en uno de los más grandes terratenientes en California.
Su aspecto de joven aventurero se había transformado en personaje oscuro, retraído de piel pálida y ojeras, con los tobillos hinchados por el edema.
Sin embargo, no solo siguió escribiendo, sino que mantuvo hasta el final de sus días una intensa relación epistolar con varios autores jóvenes. Por otro lado, continuó con sus hábitos alimenticios extraños, como comer pescado crudo o patos salvajes con poca cocción. 
El 21 de noviembre de 1916 se despertó vomitando. Luego se quedó dormido, y más tarde su esposa lo visitó. Jack estaba más reservado que de costumbre, y ella decidió retirarse de sus aposentos. Dormían en habitaciones separadas, ya que él solía pasar sus noches insomnes escribiendo.
Al día siguiente, el valet japonés de London lo encontró tirado en el piso, cerca de su cama. Inmediatamente llamaron al Dr. Allan Thompson, quien diagnosticó un envenenamiento por opiáceos e indicó un tratamiento con lavado de estómago y estimulantes para sacarlo del estupor. 
Pronto fueron citados dos especialistas que llegaron de Santa Francisco a tratar a esta celebridad literaria. Jack jamás se despertó y, para las 19 horas del 22 de noviembre, Jack London, de tan solo 40 años, fue declarado muerto.
En los periódicos se dijo que había sufrido un “trastorno gastrointestinal por uremia”, aunque el certificado de defunción decía “uremia por cálculo renal”. 
En 1937, el Dr. Thompson fue entrevistado por Irvine Stone, uno de los primeros biógrafos de London, y declaró que el autor había muerto de una sobredosis de morfina y atropina, ya que habían hallado varios frascos de estas drogas alrededor de su cuerpo.
¿Acaso Jack London se había suicidado? Es improbable que lo haya hecho adrede, ya que tenía planeado un viaje a Nueva York para visitar a sus dos hijas, a quienes no veía desde hacía tiempo.
Además, London usaba morfina con frecuencia y había desarrollado cierta tolerancia.
 ¿Pudo haber sido una sobredosis accidental? Puede ser. Pero Jack London había leído muchos libros de medicina y sabía a qué se exponía  ¿Ese día se dio una dosis mayor? Nunca se sabrá. 
Su cuerpo fue cremado y sus cenizas enterradas en un rancho, bajo una placa de cemento.
Alguna vez había dicho: “Prefiero ser cenizas que polvo"
Y finalmente lo logró.