EL RINCON DE LOS SENSATOS

La libertad de vientres de 1813, la Corte Suprema y Aldous Huxley

El día 2 de febrero de 1813, nuestra Asamblea General Constituyente decidió terminar con algo “tan desdoroso como ultrajante a la humanidad” como lo era, y lo es, la esclavitud. Dispuso, pues, la libertad de todos los niños que hubieren nacido desde el 31 de enero de ese año en adelante.

A esa decisión se la conoce como la “libertad de vientres” pues, merced a ella, nacerían libres los niños que aún se estaban gestando. Hoy, sin que se la llame así, se expande por buena parte del globo terráqueo otra libertad de vientres. Muy distinta. Que consiste en que las gestaciones puedan comerciarse. Así, un niño resulta ser un bien sujeto a las leyes del mercado.

En algunos países, se permite que ello se lleve a cabo sólo si es a título gratuito. Algo así como una donación. Pero, en otros, se admite que sea una actividad remunerada. Cualquier semejanza con la esclavitud, no es mera coincidencia. Un hijo se compra. Está en el comercio, como lo estaban los esclavos.

Por suerte, hay naciones que prohíben tal comercio y, en Italia, el mismo constituye un delito. Entre nosotros, las cosas no están tan claras. Por eso tuvo lugar un caso de subrogación de vientre, en el que la Corte Suprema acaba de decidir que un niño que pretendían anotar como propio dos varones es, en realidad, hijo de la mujer que lo dio a luz.

Esos dos señores – homosexuales de nacionalidad italiana - habían venido a nuestro país al sólo efecto de llevarse al niño. Lo que no fue posible, por no ser hijo de ellos. Así, pretendieron inscribirlo como propio, lo que no les fue permitido, toda vez que el artículo 562 del Código Civil y Comercial dispone que quienes hayan nacido “…por las técnicas de reproducción humana asistida, son hijos de quien dio a luz y del hombre o de la mujer que también hayan prestado su consentimiento previo”.

Recurrida esa decisión ante la Justicia, llegó hasta la Corte, la que resolvió que mal podía obviarse una norma tan clara y anotarlo como si fuera hijo de dos hombres. Cosa que, acotamos, es tan contraria a esa norma como a la naturaleza. La cual, aunque se la intente falsear por ley, continúa inalterable.

Tampoco aceptó el tribunal el argumento vertido por los recurrentes de que la gestante del niño había actuado por la amistad que guardaba con ellos y no por remuneración alguna. Cosa poco creíble. Si un embarazo, aún querido, ocasiona a la mujer no pocos trastornos y sufrimientos, parece difícil que lo acepte tan sólo por la amistad que la vincule con dos señores que viven del otro lado del océano. Esto no lo dijo el tribunal, lo que es de lamentar, pues su silencio podría considerarse como aquiescente con argumento tan poco verosímil.

También dijo la Corte que, ajustarse a lo que prescribe la ley, de ninguna manera implica una actitud “…discriminatoria de las personas en razón de su orientación sexual”, ni una oposición “…a la diversidad sexual”, como lo habían alegado los apelantes.

No obstante, el tribunal dejó la puerta abierta a otra solución afirmando que podría ser el Congreso quien la brindara. En otras palabras, quiso decir: “Hemos decidido conforme a la ley vigente. Si mañana rigiera otra, opuesta, también la acataríamos”. Postura timorata, porque la Justicia nunca debería validar una ley que subvierta la realidad.

De todos modos, una catarata de críticas ha recaído sobre su fallo, tildándolo de discriminatorio. Las han proferido activistas homosexuales y, también, algún periodista que hace público que lo es en toda circunstancia y sin que nadie se lo pregunte. Cabe destacar que tales opiniones de ningún modo representan a quienes, compartiendo esa orientación sexual, son gente seria.

Un antiguo aforismo dice que no cabe distinguir donde la ley no lo hace. Y el sentido común más elemental indica que no debe confundirse lo que la naturaleza distingue. Hay un padre y una madre. Nunca, dos progenitores del mismo sexo.

Bajo la capa de la “fertilización asistida”, caben hoy cosas muy distintas. Que van de la asistencia a cónyuges con dificultad para engendrar, cosa loable, a mujeres que, en solitario, recurren a bancos de esperma que les aseguran que engendrarán una criatura de determinado color de ojos y a parejas del mismo sexo que alquilan vientres.

Parecería que la humanidad – o buen parte de ella – se deslizara hacia lo que Aldous Huxley imaginaba en Un mundo feliz. En el que los humanos eran concebidos e incubados en serie, maquinalmente, con garantida uniformidad.

Ese mundo era de ficción. Pero en este, bien real, hay quienes quieren que la ley otorgue patente de verdad a lo que es groseramente falso. Y que sea legal comprar o vender seres humanos.