La insoportable levedad del endeudamiento

Napoleón sostenía que era inmoral endeudarse como nación porque eso hipotecaba el futuro de las siguientes generaciones. Para evitar ese endeudamiento en el que Francia había caído después de la Revolución, Napoleón apeló a las conquistas y rapiñas de los países vecinos. Y los franceses arrasaron con todo a su paso: España, Italia, los principados alemanes… a nada le hacía asco con tal de evitar endeudarse. Muy por el contrario, la Francia de Napoleón era opulenta, opulencia que los franceses extrañaron después de la abdicación del emperador. Periódicamente, arrastraban al país galo de revolución en revolución hasta que Napoleón III trató de reeditar los éxitos de su tío, pero con poca suerte.

Argentina no es Francia, ni tiene un Napoleón y a nadie puede conquistar. Además, parece que los políticos argentinos de tanto repetir las frasecitas del “granero del mundo”, “el país de los cuatro climas y las pampas ubérrimas”, se han creído que ser rico implica derrochar los recursos.

En nuestro caso, cuando los políticos se dan cuenta que los números no cierran, vuelven a repetir la frase del general: “La deuda la pagamos con dos cosechas” (lo dijo cuando volvió como un león herbívoro y cincuenta años más tarde perdimos la cuenta de cuántas cosechas se necesitan).

Este derroche nos obliga una vez más a ponemos el traje raído, los timbos gastados y salimos a gastar las pilas de todos los timbres pidiendo prestado pensando que, con la próxima cosecha, el petróleo de Vaca Muerte, el gas por el gasoducto que nunca se termina, el litio de Jujuy y la minería en la cordillera vamos a pagar las deudas y de nuevo vamos al dame dos y la pizza con champagne.

Y seguimos endeudándonos con la misma perseverancia suicida de don Bernardino y la Baring Brothers. Entonces el cálculo fue tan equivocado que, a pesar de la enfiteusis y los derechos de aduana, en menos de cuatro años ya no podíamos pagar los servicios de la deuda. La historia la hemos repetido y vamos hacia una nueva versión de chocar la calesita.

Napoleón sostenía que endeudarse para un país era inmoral. Está claro que en la Argentina no hay ningún Bonaparte.

Hecha la excepción de los años en que el mundo se mataba en guerras mundiales, Argentina vivió endeudada, gastando por arriba de sus posibilidades (o, mejor dicho, administrando casi trágicamente sus posibilidades económicas).

Cuando se habla de la deuda argentina sólo se menciona la deuda externa, la que debemos a otros países y al FMI –403.809 millones de dólares (billete) más la bola de nieve de los Leliqs.

Sin embargo, también nos enteramos que a los importadores se les debe 15.000 millones de dólares, cifra que preocupa al FMI. En el caso de Argentina, no pagarla implica parar varias industrias y la medicina que depende de insumos extranjeros.

Es decir que esta deuda está ocasionando por los menos un deterioro de la calidad de vida o la muerte de los argentinos por la caprichosa administración de un país que cuenta con unos 20 dólares distintos (más o menos, perdimos la cuenta).

A esta deuda agreguemos lo que he dado en llamar la deuda invisible o la deuda enterrada: ¿cómo están los cables de electricidad y las cámaras transformadoras? ¿cómo están las redes de distribución de agua y en qué estado se encuentran las cloacas? ¿cómo está el asfalto de nuestros caminos o la integridad de nuestros puentes, la eficacia de los puertos, la navegabilidad de nuestros ríos o canales? Y no hablemos de la generación de energía. ¿Cuánta plata nos insumirá poner en orden a un país cuya consigna siempre fue “lo atamo con alambre”?

Con esta insoportable levedad van tapando agujeros, mintiendo arreglos, improvisando a cada paso, endeudándonos con liviandad o emitiendo con desfachatez… eso sí, con el relato bien armado, llenándose la boca con la palabra soberanía mientras pagamos con yuanes a cambio de una fracción del territorio nacional.

Y con esa insoportable levedad que le da la ignorancia y un muy discutible criterio económico se frenan iniciativas, estimula actividades en desmedro de otras encabezadas por amigos.

Se preocupan por las prepagas (que tienen seis millones de afiliados), pero regalan plata a obras sociales sindicales (que tiene como 15 millones de afiliados), muchas de ellas inviables o pésimamente administradas que no cumplen siquiera con los controles mínimos de calidad o fiscales.

Estamos hablando de salud, de calidad de vida, de incapacidad, invalidez o muerte. Estamos hablando de la educación de los argentinos, de sacar de la ignorancia a generaciones para que ingresen al mundo de la economía.

La insoportable levedad ha invadido nuestras vidas y dañado nuestro progreso, hipotecando el futuro como lo señalaba Napoleón. Y para esto no hay soluciones mágicas. Solo lágrimas, sudor, sangre y trabajo, mucho trabajo.