UNA MIRADA DIFERENTE

La ignorancia al poder

La simplificación y prostitución de ideas originadas por el desconocimiento, la corrupción y la ambición política desesperada destruyen la democracia y la libertad.

Nada peor para la democracia, para la libertad y para las sociedades, que la compulsión de los políticos a lo que se conoce como perseguir la consecución del poder por el poder mismo. 

La exégesis maquiavélica que culmina con los consejos en El Príncipe es más apropiada a regímenes de tipos monárquicos y despóticos que a los sistemas democráticos, aunque parece haber sido adoptada casi hasta la universalización por los políticos actuales. Tal vez con un sutil cambio de conceptos. El poder por el dinero mismo, o el poder por el botín. También expresado más coloquialmente con una aseveración que resultará familiar a los estudiosos de la política argentina: “el que maneja la caja manda”. 

Difícilmente esos conceptos puedan ser digeridos por quienes hayan abrazado desde la formación académica los principios del liberalismo, porque se le oponen por el vértice, para usar un término geométrico. 

Por eso la columna tiende a despreciar profundamente la exégesis política, porque inexorablemente termina queriendo interpretar, comprender o explicar las acciones de los políticos en su lucha para conseguir el poder, que no es muy diferente, como ya se ha dicho aquí, a la tarea del escritor italiano Mario Puzo, que se dedicó a la exégesis de la Mafia, y convirtió a un padrone asesino como Don Corleone en un personaje bondadoso, familiero y querible. 

Tocqueville en el siglo XIX y von Mises y en especial Hayek advirtieron de este vicio que comienza por la ineficiencia, continúa con la prepotencia y culmina en la pérdida de derechos y libertades. 

Flagelo universal

Este flagelo es universal, no es cuestión de creer que sólo se trata de un privilegio argentino. Cuando Trump cree que hará crecer la economía estadounidense aumentando los recargos, (sin aceptar que se trata de aplicar más impuestos a los contribuyentes), o maneja como el Yeneral González de Olmedo la geopolítica norteamericana, cuando Milei asegura que los monopolios favorecen al consumidor, o cree junto con Georgieva que salvará a la economía argentina forzando de algún modo la utilización de los dólares que sus compatriotas guardan escondidos, o cuando Sánchez en España o von der Leyen en toda Europa deciden irresponsablemente reemplazar  los métodos de generación de energía y niegan que esas son las razones de un apagón que fue apenas un comienzo de un desenlace más grave, o cuando en Uruguay el gobierno quiere “cambiar la matriz productiva de crecimiento” bajando las horas de trabajo y aumentando los costos laborales por distintos medios, no hacen sino exhibir su fenomenal ignorancia bajo el amparo de un apoyo popular que se basa en el hinchismo tribunero de sus votantes, que los ayudan a obtener y mantener el poder tentados por promesas y esperanzas irreales o vengativas. 

Esa urgencia o vocación de instantaneidad de las masas, fomentada por los políticos que quieren simplemente obtener el poder sin ninguna otra consideración, tiene diversos efectos nocivos y diluyentes. 

El primero de todos es que, como en una especie de wokismo exagerado, se ha abolido el conocimiento previo como requisito para poder tomar medidas o marcar el destino de los pueblos. Es cierto que el conocimiento no garantiza los resultados de ninguna acción de gobierno, pero es más cierto aún que el desconocimiento garantiza el fracaso de cualquiera de ellas. 

Observando los gobiernos de Trump, Sánchez o Milei, ¿qué eficiencia puede haber dónde todos los funcionarios tienen que alinearse con lo que piensa o cree el presidente o es destituido? La ineficiencia está asegurada. ¿Y quién que sea capaz querrá exponerse a ser auditado por inútiles? 

En todas partes se ven cómo los cargos del Estado son asumidos por personas que desconocen completamente el área que deben conducir, que tampoco tienen una formación profesional que tenga relación con los cargos que desempeñan. Los argentinos conocen muy bien esa figura, aunque prefieren cubrirla con un manto de piedad, de hinchismo o de bronca, pero no es exclusiva. España tiene la máxima responsable del sistema eléctrico que desconoce completamente las tareas y las cuestiones inherentes a su responsabilidad. ¿Qué puede salir bien?   

El inmediatismo es un extremismo woke. Antes se falsificaban los diplomas para aparentar haber adquirido conocimiento. Ahora se ha prescindido hasta de ese mínimo escrúpulo y una gran cantidad de políticos (también formados en una semana por decisión propia), asumen tareas de las que nada saben y toman medidas que afectan a toda la sociedad sin tener la menor idea de lo que hacen, y están preparados para arrojar argumentaciones ridículas, cuando no insultantes, ante el inevitable fracaso. 

Con esa misma impunidad, se intenta reducir gastos cuando no se conocen las tareas ni las particularidades de cada función, con lo que en el mejor de los casos, hace que permanentemente se avance y retroceda en cada medida, terminando en la nada. España está repitiendo el error argentino de querer bajar el precio de los alquileres mediante leyes que obligan a los propietarios, con idénticos resultados y papelones. Y no se puede dejar de mencionar los avances y retrocesos de Trump, que sólo hablando y pavoneándose ha logrado casi paralizar a la mayor economía mundial. 

Licuadora, no motosierra

Tampoco se puede negar, más allá de la catarata de insultos y descalificaciones que la afirmación pueda acarrear de la hinchada, que los famosos ahorros en el gasto que esgrime el presidente Milei, sólo se han concretado por acción de la licuadora, no de la motosierra, que hasta ahora no ha cortado nada relevante, más allá que algún dedo imprudente. Es muy difícil cortar gastos o reorganizar en serio si no se conoce ni la tarea ni la gestión de un área cualquiera. Mucho menos hacerlo con justicia o al menos con eficiencia. 

El concepto más usado por esta nueva clase política voluntarista es que hay que sufrir ahora para recoger los frutos dentro de dos o tres mandatos. Y esta es otra apelación universal. (Esto no implica salvar al previo estilo de políticos o de política que sirvió para pavimentar el camino de acceso de la nueva ola de salvadores)

Apoyados siempre sobre una serie de datos y afirmaciones semifalsas, o semiverdaderas, los nuevos políticos woke de múltiple ideología o ninguna avanzan y ganan tiempo, mientras por supuesto hacen sus negocios. Siempre acusando y comparándose con sus antecesores, culpables de todos los males, como enseñó tan bien Orwell en 1984. (No se darán ejemplos locales de estos casos en salvaguarda de la integridad personal del columnista), siempre jurando que están haciendo “lo que quiere la gente”. 

En otro formato woke sin ideología, los políticos, y las sociedades, han naturalizado la corrupción, la prebenda y la destrucción de la justicia por diversos mecanismos. Una forma de simplificar el acceso a la riqueza que ya no requiere de ningún mérito ni logro previo, salvo el obtener el poder, ser amigo del poder o negociar alguna ventaja que se comprará al poder. 

La Patria Desarrolladora

En el reciente simulacro de debate por la legislatura de CABA, en el canal que debió haber eliminado la terrible motosierra transformada ahora en inofensivo prendedor, ninguno de los supuestos contendientes puntualizó el hecho de que la Ciudad de Buenos Aires está en manos de la Patria Desarrolladora, que ha extendido sus tentáculos a la compra de eléctricas y agrícolas, directamente o por interpósitos socios súbitamente autodeclarados expertos en todo tema que les interese como negocio (sucio).

El negocio de los developers es esencialmente corrupto y se basa principalmente en el soborno a los funcionarios públicos. Es entonces un delito no sólo tolerado sino que fomentado y hasta envidiado, y fuente de financiamiento de campañas políticas y de enriquecimiento de funcionarios. Como lo es el sistema de contrataciones con el estado en todo el país. De nuevo, como una disculpa sanadora, este esquema no es local. Es casi universal. 

Se suele decir, con una simpleza de charla de café, que ya no hay estadistas. Es cierto. La instantaneidad con la que los individuos han decidido cambiar su estatus y su posición social sin trabajar, ni estudiar, ni formarse, ni respetar la ley ha tornado la vocación de estadista en una utopía despreciable, ridiculizada y arcaica. 

Incitado a la indignación deliberadamente, como un barrabrava enloquecido, el individuo es coimeado con la misma promesa de instantaneidad y cero esfuerzo por los sistemas woke de derecha, izquierda o centro, sin comprender que han caído en una trampa sin escapatoria, disfrazada de revancha, reivindicación de derechos que nunca fueron y que tampoco tendrá, justicia social, bienestar o de volver a la grandeza añorada. 

En ese escenario, las elecciones son nada más que el campo de batalla donde los padrones y sus sponsors ladrones públicos deciden quién se quedará con el poder, fuente de toda riqueza, sin importarles ni sus ideas ni sus partidos ni sus partidarios, que se vuelven invisibles una vez que los votan. 

Todo amparado bajo el venerado apelativo de democracia, que ha pasado a no significar nada.