La identidad como resistencia: lo que Gardel nos enseñó y estamos olvidando
POR WALTER SANTORO (*)
Vivimos tiempos donde la ignorancia se aplaude, se exhibe y hasta se premia. Donde la velocidad le gana al conocimiento, la imagen sustituye a la profundidad, y el algoritmo reemplaza a la historia. En este contexto, hablar de identidad cultural puede parecer un gesto romántico, o incluso inútil. Pero no lo es. Es, quizá, lo más urgente que nos queda.
La identidad no es una bandera vacía ni una herencia congelada. Es una herramienta de resistencia, una forma de saber quiénes somos y desde dónde hablamos, frente a un mundo que busca estandarizarnos, fragmentarnos o borrar nuestra memoria.
Y si de identidad hablamos, Carlos Gardel no es solo una referencia: es una brújula.
Gardel no solo fue un cantor. Fue quien, en un país sin símbolos claros, sin voz definida ni orgullo compartido, construyó una imagen cultural reconocible, fuerte y admirada. Nos dio una música, una estética, un modo de estar en el mundo. Le dio a la Argentina su primer embajador no oficial, su primer ídolo internacional, su primer mito de verdad. Y lo hizo cantando, con dignidad, con estilo, con autenticidad. Con una sonrisa que aún atraviesa generaciones.
Hoy, sin embargo, vemos cómo su legado se diluye, cómo se modernizan sus espacios sin criterio, cómo se destruye sin pudor la memoria que él ayudó a construir. Y eso no es solo una pérdida artística o patrimonial: es un acto de autodestrucción cultural. Porque cuando se borra la historia, se borra también el futuro.
Desde su Fundación —institución a la que he dedicado décadas de trabajo, estudio y reconstrucción documental— sostenemos que la cultura no es souvenir que podemos regalar ni vender: es columna vertebral de una sociedad que quiere crecer sin perderse. La memoria no es un gesto nostálgico. Es una plataforma desde la cual se proyecta sentido, pertenencia y autoestima colectiva.
Porque es importante Carlos Gardel, como camino y advertencia.
No es casual que quienes intentan dominar pueblos lo hagan primero a través de la cultura. La dominación siempre empieza por el desarraigo. Y el desarraigo comienza con la ignorancia. Por eso, defender a Gardel, su obra, su figura, no es solo homenajear al pasado. Es protegernos como sociedad, por un futuro.
A 90 años de su desaparición física, Gardel sigue enseñándonos. Su historia demuestra que con talento, esfuerzo, sensibilidad y dignidad se puede alcanzar lo más alto. Pero también nos advierte: su figura, si no es cuidada, puede diluirse. Y con ella, la posibilidad de seguir creyendo que lo nuestro puede ser universal sin dejar de ser auténtico.
Hoy, la cultura argentina está en disputa; sí como la memoria. Y frente a ese escenario, elegimos resistir, con documentos, con proyectos, con verdad.
Porque sin cultura no hay comunidad. Sin identidad, no hay nación. Y sin memoria, no hay futuro.
Por eso decimos: Gardel no es pasado. Gardel es posibilidad. Y defenderlo es defendernos.
La ignorancia no es inocente. Es funcional. Por eso, el desinterés por la cultura no es un error: es una estrategia. Y es nuestra responsabilidad frenarla.
EL TRABAJO DE LA FUNDACION
Desde hace años, la Fundación Internacional Carlos Gardel trabaja de forma silenciosa pero incansable en la defensa, investigación, restauración y proyección del legado gardeliano. Hemos recuperado objetos, desmentido falsedades, preservado documentos, apoyado investigaciones y promovido proyectos culturales, museográficos, educativos y editoriales.
No lo hacemos por nostalgia. Lo hacemos porque la figura de Gardel es una plataforma de sentido, capaz de darles a las nuevas generaciones una referencia de excelencia popular, de belleza emocional, de memoria compartida. Porque Gardel sigue siendo una puerta de entrada a la mejor versión de nosotros mismos.
(*) Presidente de la Fundación Internacional Carlos Gardel