A 42 AÑOS DE LA GESTA

La historia de amor entre Roberto Néstor Estévez y Marta Beatriz López

 

Como el ser humano es un ser imitativo que aprende a través de los ejemplos, queremos traer esta historia de amor, que consideramos arquetípica pues va totalmente a contramano de lo que hoy se califica como “amor” -que a nuestro entender- no es sino una verdadera caricatura del anhelo y virtud más alta a la que puede aspirar un hombre y una mujer: amar y ser amados. Frente al falso amor, reducido a un mero sentimiento o a la búsqueda del placer y de evitar el dolor, esta historia de amor marca la diferencia. Porque es el amor forjado entre un héroe de Malvinas y una heroína de la salud.

EL AMOR ES DON

El verdadero amor es un don. Ambos lo sabían. Por ello, el joven teniente de 26 años de la Cía. C del RI 25, Roberto Néstor Estévez, antes de partir a la Campaña por la recuperación y defensa de nuestra soberanía nacional en el Atlántico Sur, dedicó a su novia Marta Beatriz López, estudiante de medicina, una carta póstuma -para que sea entregada en sus manos por si él no regresaba- fechada el 27 de marzo de 1982. La misiva rezaba lo siguiente:

"Mi niña hermosa:

Cuando vos veas estas líneas, yo estaré ante Dios, Nuestro Señor, rindiendo cuenta de mis actos. Lo haré, como consecuencia de haber entregado mi vida, como es un honor para el Soldado: en el cumplimiento de la misión.

Mis ojos hermosos, quiero que lo sepas: que verdaderamente me has conquistado, que por vos siento lo que nunca sentí por nadie.

Te doy todas las gracias por todo lo que tu alma bondadosa de niña me ha brindado, que fue siempre sin medida y que es una de las razones por la que me has "ganado.

Quiero pedirte que por favor me perdones por todas aquellas veces en que mi egoísmo, mi sensualidad, mi estupidez, mi cinismo, mi cobardía, o cualquier otra actitud mía te haya dañado, agraviado, defraudado o hecho sufrir. Pero, en particular, perdóname mi falta de madurez, de criterio, de visión que haya tal vez provocado que lo nuestro, este amor que nos une, culmine en una realización trascendental.

Mi hermosa dama, recordame siempre con alegría, porque a quien el Señor sacia todas sus profundas aspiraciones no se le debe recordar de otra forma.

Para vos, que sos niña aún, la vida continúa y ello es inexorable razón por la cual no te debés cerrar a la posibilidad de encontrar otra vez el amor.

Y ahora el último abrazo. No te olvides nunca de rezar por mí. Recordá siempre que es Dios, Nuestro Padre, quien así lo ha querido. Te amo por siempre, Roberto”.

Difícil agregar algo más a semejante testamento de sacrificio amoroso. Pero cual herencia que no merecemos pero que hemos recibido generosamente, resulta necesario tratar de conocer su contexto, su trasfondo y su legado pleno para conmovernos más aún con la riqueza que esconden estas palabras y poder ponerlas en práctica en nuestra vida cotidiana.

EL AMOR DE AMISTAD

‘Cartas de amor y coraje’ ha titulado su excelente libro la historiadora Marisa Bisceglia, con quién estamos en deuda. Pues gracias a ella tuvimos acceso a un sin fin de correspondencia que Roberto ha enviado a Marta durante largos años y que nos describe el corazón de ambos enamorados de Dios, de la Patria, del hogar y de la amistad.

Ambos fueron amigos desde la infancia y compañeros de aventuras en la calurosa ciudad de Posadas, provincia de Misiones. Con el correr de los años, como suele ocurrir en muchos casos, esa amistad sincera se tornó en un amor auténtico, genuino, maduro, edificado en la fe, en la esperanza y en la caridad.

Sus cartas revelan esta hermosa sentencia popular que afirma que en una amistad verdadera “las cargas se dividen y las alegrías se multiplican” o también aquella que afirma que “amigo es con quién uno puede pensar en voz alta”. Ambos compartieron el crecimiento de una profunda espiritualidad, alegrías y tristezas, sueños y frustraciones, desvelos y ansiedades, anhelos y deseos, el arraigo de valores y convicciones. Al tiempo que compartieron consejos y sugerencias, atención y respeto, hasta poemas y letras de canciones, lecturas de libros claves en la formación de cada uno, pasajes del Evangelio, citas de santos, encargos y favores. En fin, afecto noble y desinteresado, compañerismo pleno y un corazón abierto en cada correspondencia que convertían este vínculo en una verdadera relación trascendental. Demos algunos ejemplos citando con Bisceglia los siguientes fragmentos de cartas que Roberto Estévez ha dirigido a su amada a lo largo de su formación como soldado, como comando y como jefe de sección:

“Mi querida Marta: (...) Cada vez que pienso en las realizaciones que hemos llevado adelante, vos en lo tuyo y yo en lo mío. Siempre recuerdo con una mezcla de afecto y orgullo que tanto vos como yo hemos sentido siempre un fuerte llamado por lo que creíamos que era para nosotros, lo que es una forma de saber lo que se quiere, de ser uno mismo” (Sarmiento. 7-IV-1979).

“Mi niña querida: (...) Allí con vos estoy yo también, acompañándote y, los dos con la Fe que NUNCA nos debe faltar” (Sarmiento. 29-VI-1980).

“Yo desde acá pienso en vos y por vos pido a Nuestro Señor, para que siempre sea guía y razón de existencia” (Sarmiento. 21-IX-1980).

“Me resulta tan extraordinariamente fácil de entenderte lo que me decís de tu “renovación espiritual”, por haberla vivido que hasta me parece leer una carta mía y no una carta tuya” (Sarmiento. 29-IV-1981).

“Mi niña hermosa: (...) con esta tu última carta me impregnaste de esa tan particular alegría de quién encuentra la voluntad y los designios de nuestro Señor en lo que diariamente hace y, por eso día a día encuentra un nuevo encanto a lo cotidiano. Muchachita mía, solamente ese componente de tus cartas significaría para mí muchísima felicidad, más vos por intermedio de ellas me brindas mucho más” (Sarmiento. 15-VI-1981).

“Cómo ves, no solamente pienso en vos, no solamente te extraño, no solamente te nombro (lo cual es también cierto) sino que también te sueño. ¿Sabés por qué es? Porque te amo, o mejor dicho porque te amo muchísimo, porque en mi corazón tenés un sitio de privilegio donde antes nadie estaba, porque hasta él nadie había llegado, era monte virgen y cerrado y vos lo has hecho jardín donde también solo vos te paseas. Niña mía, hermosura: Te amo” (Sarmiento. 14-II-1982).

“Mujer de mis sueños: Todavía siento en mis oídos y en el corazón la increíblemente dulce caricia de tu voz. Vida mía ¿Alcanzarás a entender todo lo mucho que significas para mí? A veces pienso ¿cómo tardé tanto en “descubrirte” en esta dimensión en que hoy te tengo? Porque (...) además de la amistad que durante años hemos profesado (...) Hoy es sentirte en permanente presencia junto a mí, es vivir en una identidad cada vez mayor, es calidez, es dulzura, es la alergia de poder decirte te amo…” (Sarmiento. 26-II-1982).

Aristóteles decía que “amar es buscar el bien del otro en cuanto otro”. Aquí lo podemos comprobar.

“EL AMOR CRUCIFICADO”

Desde Malvinas, el teniente Estévez le escribía a su amada: “Mi vida hermosa: Quiero hacerte partícipe de uno de los más felices momentos de mi vida y es por ello que te escribo. Dios me concedió la gracia de participar en la operación que permitirá recuperar las Islas Malvinas a la Soberanía Nacional. Por otra parte, quiero que sepas que estoy totalmente bien y no quiero ver motivo de preocupación. Si Dios lo permite, hoy mismo partimos rumbo al interior de la isla grande del Archipiélago (…) Vos no te podés hacer una idea (...) de lo profundamente alegre que me sentí cuando me eligieron a mi sección, a la de Juan Gómez Centurión y a la de Colque para componer la Compañía que iba a intervenir en la operación. Todo un privilegio: única fracción del Ejército que iba a formar parte del elemento combatiente de la recuperación” (Aeropuerto Stanley. 3-IV-1982).

Y en una de las últimas correspondencias dirigidas a su “niña de los ojos hermosos”, sentenciaba que: “Nosotros los soldados necesitamos virtualmente -imprescindiblemente-, de un motivo para empeñarme en lucha, una razón de ser para saltar a la acción. Sin ellos, estamos descalificados, no seremos soldados. Yo tengo mis motivaciones y, es importante que lo sepas, gracias a Dios, ellos me permiten ver con una claridad absoluta, que va más allá del entendimiento y de las limitaciones humanas. Sé con una certeza total y que no admite condicionamientos cuál es la conducta que debo seguir. Y vos, muñeca mía estás integralmente dentro de esas motivaciones, vos en tu identidad total, vos hoy con tus cartas, tu voz y ese momento más poderoso que es tu presencia en mi corazón; vos en el recuerdo vivo de tan genial y hermosos momentos inolvidables; vos en esa identificación tan grande y total de nuestros principios, valores y de nuestra apreciación de la realidad (...) Haz llegado a ser una razón de ser para mí. Te amo tanto que ni yo sé cuánto es todo mi amor (...) Muñeca mía, gracias por saber hacerte sentir aquí junto a mí, gracias por brindarte como lo hacés, gracias por ser lo más dulce de mi vida, gracias por ser como sos, gracias por existir. Te amo muchísimo” (Puerto Santiago. 26-IV-1982).

“AMOR SELLADO CON LA SANGRE”

Este amor fue sellado con la sangre generosa de Roberto Estévez en el campo de batalla. Dando el testimonio con su propia vida, que el dolor posee un sentido trascendente al unirse a la Pasión Redentora de Cristo, pues es un medio que nos conduce a la eternidad. Amor crucificado. Amor que expía. Amor que redime. Amor que salva.

Porque Roberto y Marta fueron dos modelos de sacrificio, en el sentido pleno del término, pues sacralizaron, es decir, convirtieron en sagrado, el tiempo y el espacio que los rodeaba con el ofrecimiento generoso de sus vidas a Dios y al prójimo.

Él eligió la carrera de las armas. Ella la de medicina. Él se recibió de comando, soldado especializado en todo tipo de combate. Ella se especializó en pediatría. Él recibió la misión de recuperar y defender la dignidad e integridad en cuerpo y alma espiritual del territorio nacional usurpado por el Reino Unido de Gran Bretaña: Nuestras Islas Malvinas y combatió heroicamente destacándose en Darwin Pradera del Ganso en la Gesta del Atlántico Sur. Ella combatió en primera línea contra las enfermedades que atacaban a los niños y a los más débiles. Él dio su vida en el campo de batalla protegiendo a sus soldados. Ella dio su vida luchando contra el dolor de la pérdida de su amor en el campo de batalla, batalló por rehacer su vida a partir del dolor y logró formar una hermosa familia siguiendo el consejo de Toto, y por si esto fuera poco, en el ocaso de sus días, está guerrera resiliente batalló contra un cáncer que no fue impedimento para llevar adelante su tarea y vocación médica con gran responsabilidad, profesionalismo, abnegación y con una hermosa sonrisa. Él moría un 28 de mayo de 1982. Su lema de vida era: si Dios con nosotros ¡quién contra nosotros! Ella falleció un 30 de agosto de 2011. Su lema de vida era “con amor todo se resuelve”.

Diferentes escenarios. Diferentes épocas. Un héroe. Una heroína. Una misma vocación de servicio al bien común trascendente e inmanente. Un mismo amor tejido con paciencia y firmeza ante la adversidad, entrelazado hacia la eternidad.

APRENDER A AMAR

Pasado mañana 14 de febrero, día de San Valentín, día de los enamorados, qué mejor ocasión para meditar sobre el amor a partir de esta verdadera historia de amor. Más aún, en medio de una humanidad degradada, en medio de un mundo perverso y promotor de vínculos destructivos, egoístas, tóxicos, posesivos; en medio de la oscuridad de un mundo soberbio y sin sentido, en fin, lejos de Dios; en medio de una Patria desalmada y de falsos referentes de vida, otra vez aflora la luz de Malvinas. Nuestra Causa Nacional, nuestra gesta heroica sigue alumbrando con sus ejemplos virtuosos el norte a seguir para los argentinos e hispanoamericanos. Y alumbra para edificar el corazón y disponerlo para saber vivir y morir por amor a Dios, a la Patria y al hogar. Pues como dijo San Juan de la Cruz: “El alma más vive donde ama que en el cuerpo donde anima, porque en el cuerpo ella no tiene su vida, antes ella la da al cuerpo, y ella vive por amor en lo que ama”. A nosotros nos queda elevar esta plegaria: Señor: ¡Que aprendamos a amar!