Mirador político

La hegemonía perdida

En su variante kirchnerista, el peronismo ha ocupado un lugar central en el escenario político durante dos largas décadas. Sin embargo, en ese mismo lapso perdió siete de las once elecciones a las que se sometió. Ni siquiera el -en otros tiempos- hegemónico peronismo puede soportar tantas derrotas sin consecuencias. Se trata de un partido construido desde el poder, por lo que la pérdida de control del aparato estatal y de sus recursos lo debilita inevitablemente.

A esto se suma que Cristina Kirchner logró algo impensable: la pérdida de la tolerancia social de la que su partido gozó históricamente. Desde sus inicios el peronismo provocó varias crisis macroeconómicas e incurrió en prácticas de corrupción a una escala inédita, pero con una tolerancia constante de la mayoría de los votantes.

Ahora esa capacidad parece amenazada. Perdió el poder en las provincias “grandes” de la franja central del país, mientras que en las menos pobladas del norte o del sur el clientelismo le ha permitido mitigar el retroceso. En esos distritos el nepotismo, los caudillos y los clanes políticos locales siguen ganando aún con la boleta del PJ. Formosa es sólo un ejemplo de esa realidad. Santa Cruz lo fue hasta hace poco. Los Kirchner intentaron, a partir de 2003, trasladar al orden nacional el modelo en el que se formaron.

La única excepción a la pérdida de poder en la franja central es la de la provincia de Buenos Aires. Pero Axel Kicillof es una mala copia de su mentora Cristina Kirchner y, al igual que ella, practica un populismo cada vez menos atractivo.

Esto ocurre, entre otras razones, por un cambio de mentalidad generacional al que el kirchnerismo no se adaptó. Sigue abusando del “wokismo”, del progresismo ñoño, del lenguaje inclusivo, de las políticas de género, del financiamiento generoso con fondos públicos para los amigos (periodistas, artistas, militantes, piqueteros, etcétera) mientras alrededor se expande la miseria.

A lo que hay que añadir que tampoco cambia de prácticas. En la Legislatura bonaerense, Kicillof cerró con el kirchnerismo un acuerdo para endeudar a la provincia. Parte de esa deuda irá a cubrir déficit fiscal. La historia de siempre: la máquina electoral del PJ consume más recursos de los que puede recaudar. No importa de qué lado de la interna estén: garantizan que el futuro será igual al pasado.

El desastre fiscal es la causa de la inflación, algo que quedó a la vista con el ajuste de los últimos dos años. Pero el peronismo no cambia de ideas. En su diccionario tampoco figura la palabra autocrítica. Para eso haría falta un liderazgo que todavía no aparece. La única estrategia, por lo tanto, es apostar al fracaso de quien ocupa el poder, algo que no seduce a nadie más de los que viven del usufructo del Estado.

En lo táctico, Cristina Kirchner tampoco cambia de receta. Encumbra a un dirigente no propio y, acto seguido, lo lija. A Daniel Scioli lo ninguneó en la campaña. A Alberto Fernández, en el cargo. A Kicillof lo presiona en la Legislatura. Si a Mauricio Macri se negó a traspasarle el poder, a los propios, también, aunque con mayor disimulo. Ese liderazgo deletéreo es la causa principal de la hegemonía perdida que allana el camino de Javier Milei para 2027.