La frustración que creó una identidad
El baúl de los recuerdos. River tenía todo para ganar la Copa Libertadores de 1966. Vencía 2-0 a Peñarol, pero se lo empataron y perdió 4-2 en tiempo suplementario. De esa derrota nació el apodo eterno de "gallina".
Hubo un tiempo en el que la Copa Libertadores se empecinaba en negársele a River. Parecía una maldición. O un capricho del destino. Hoy en Núñez están habituados a los éxitos del equipo de Marcelo Gallardo, pero hasta que en 1986 las huestes del Bambino Héctor Rodolfo Veira rompieron el maleficio, los millonarios la pasaban mal en esta competición. El capítulo inicial de la cadena de decepciones se dio el 20 de mayo de 1966, cuando el conjunto que orientaba el Tano Renato Cesarini cayó dramáticamente a manos de Peñarol en un partido que no sólo representó una frustración monumental, sino que además le dio vida a un apelativo que sigue presente en la vida de los riverplatenses.
Hasta esa jornada en Santiago, la capital de Chile, jamás se había asociado la palabra gallina con River. En realidad esa relación nació el 29 de mayo, cuando los hinchas de Banfield soltaron un gallo blanco -el sexo del ave quedó perdido por la magnitud de la anécdota- con una banda roja atada sobre el plumaje en el preciso instante en el que los de Núñez salían a la cancha para afrontar el partido que finalizó 1-1 en el sur del conurbano bonaerense. Esa imagen le dio vida al apodo de gallinas que en su momento fue muy ofensivo para los millonarios, pero que en estos días es llevado con mayor naturalidad. Hasta con orgullo.
La actitud de los simpatizantes del Taladro apuntaba directamente a una presunta falta de coraje de River en la derrota contra Peñarol. La crónica de los hechos obliga a indicar que el 14 de mayo los uruguayos ganaron 2-0 el duelo de ida en el estadio Centenario con goles del Pardo Julio César Abbadie y del peruano Juan Joya; y que el 18 los millonarios se desquitaron con un 3-2 en el Monumental con dos tantos de Ermindo Onega -un crack que quedó marcado por haber actuado en los años de vacas flacas del equipo- y uno de Juan Carlos Sarnari. Pedro Virgilio Rocha y el ecuatoriano Alberto Spencer -otra figura colosal de la época- descontaron para el conjunto que conducía técnicamente Roque Máspoli, el arquero del seleccionado celeste en el Maracanazo de 1950.
Esos resultados llevaron la definición a un tercer partido en el Estadio Nacional de Santiago. Los de Cesarini arrancaron con el pie derecho cuando Daniel Onega hizo gala de su poder de definición para abrir la cuenta. El delantero logró así su 17º tanto en esa Copa. Jamás otro jugador igualó esa cantidad de goles en una misma edición. Y antes del cierre del período inicial el Indio Jorge Solari -el tío de Santiago, el Indiecito- aumentó la ventaja con un golazo desde fuera del área. La Libertadores, que hasta el año anterior se denominaba Copa de Campeones de América, parecía teñirse de rojo y blanco.
Sin embargo, en el segundo tiempo todo le salió mal a River. Todo empezó un rato antes, cuando Alberto Sainz debió dejar la cancha por lesión. Inesperadamente, Cesarini dispuso el ingreso de un delantero como Juan Carlos Lallana. Hugo Orlando Gatti, integrante del banco de suplentes del elenco argentino, contó en el libro que la revista El Gráfico editó por sus 20 años en el fútbol que el atacante ingresó porque otro jugador no se atrevió a entrar para suplantar al defensor.
Entonces llegó la jugada que muchos sostienen que cambió para siempre el trámite del partido. Amadeo Carrizo, el gran arquero de River, decidió parar con el pecho un inofensivo cabezazo de Joya. La acción fue recibida con silbidos por parte del público chileno y uruguayo que ocupaba las tribunas. El del conjunto millonario, por supuesto, saludó con aplausos la actitud. La leyenda, incomprobable por cierto, cuenta que los jugadores de Peñarol sintieron que el guardavalla se burlaba de ellos y que eso los llevó a lanzarse con todas sus fuerzas al ataque.
Es imposible determinar si fueron en busca del empate por el pechito de Amadeo o porque simplemente necesitaban remontar el marcador adverso. Lo cierto es que unos minutos después Spencer descontó tras recibir un centro de Rocha al medio del área. En ese instante el dominio todavía estaba en poder del equipo de Cesarini. Pero Peñarol volvió a acertar cuando Abbadie venció a Carrizo con un remate desde fuera del área. El partido estaba 2-2 y el suspenso se extendió hasta el alargue.
En esos 30 minutos los de Máspoli fueron superiores a un rival que fue cayéndose paulatinamente. Otra vez Spencer se hizo presente en el marcador con un potente cabezazo y luego, por la misma vía y en absoluta soledad ante el arquero, anotó Rocha.
Peñarol consumó una hazaña fantástica al remontar un partido que parecía perdido y que le permitió obtener su tercera Copa Libertadores. River, en cambio, vivió una frustración insólita y gracias al ingenio de los hinchas de Banfield unos días después se convirtió en gallina.
LA SÍNTESIS
Peñarol 4 - River 2
Peñarol: Ladislao Mazurkiewicz; Pablo Forlán, Juan Lezcano, Nelson Díaz, Omar Caetano; Néstor Gonçalves, Julio César Cortés; Julio César Abbadie, Alberto Spencer, Pedro Virgilio Rocha, Juan Joya. DT: Roque Máspoli.
River: Amadeo Carrizo; Alberto Sainz, Eduardo Grispo, Roberto Matosas, Abel Vieytez; Juan Carlos Sarnari, Jorge Solari, Ermindo Onega; Luis Cubilla, Daniel Onega, Oscar Más. DT: Renato Cesarini.
Incidencias
Primer tiempo: 28m gol de D. Onega (R); 42m gol de Solari (R); 44m Tabaré González por N. Díaz (P); 44m Juan Carlos Lallana por Sainz (R). Segundo tiempo: 20m gol de Spencer (P); 26m gol de Abbadie (P). Primer tiempo suplementario: 11m gol de Spencer (P). Segundo tiempo suplementario: 4m gol de Rocha (P).
Cancha: Estadio Nacional (Santiago, Chile). Árbitro: Claudio Vicuña, de Chile. Fecha: 20 de mayo de 1966.