UNA MIRADA DIFERENTE
¿La fatal arrogancia en problemas?
El medio término muestra de golpe y sin eufemismos lo complicado de la situación y de la solución.
Existe consenso sobre que el atributo más importante y universal que necesita una economía para motorizar el ahorro y la inversión, o sea la prosperidad y el bienestar de la sociedad, es la confianza. Justamente el ingrediente del que más carece la economía nacional desde hace mucho, o más bien del que carece el país en general.
Más que en los enfoques económicos, la razón bien podría estar en que cada vez con más frecuencia y habitualidad la discusión política -y los procesos electorales, obviamente- se han convertido en disputas de barras bravas o malevos, en peleas de comadres de conventillo, en insultos y descalificaciones, en operaciones mediáticas de baja estofa, en acuerdos secretos espurios, en sucios arreglos y fraudes que el pueblo sospecha pero que nadie se atreve a mencionar por miedo, por intereses creados, porque le pagan para que no lo haga o le dejan de pagar si lo hace, porque teme a la Justicia, que se toma más trabajo en proteger a los delincuentes de las denuncias que en perseguirlos o exponerlos. La aparición de funcionarios con máquinas cuentadólares y señales de querer entregar a sus jefes-cómplices parecía hasta ahora una exclusividad kirchnerista.
El presente sainete electoral de candidaturas testimoniales y saltimbanquis reclutados por su falsa popularidad, se exhibe con desvergüenza, casi con orgullo, y quien lo critique se arriesga a ser insultado, cancelado, agredido, descalificado, despreciado y condenado por viejo, obsoleto, ignorante o imbécil por quienes en su mayoría parecen haber encontrado una revancha a sus escasos o inexistentes logros educativos o de otro tipo, reemplazados originalmente por algún diploma inexistente o un título honoris causa ad hoc de alguna universidad nacional y popular, o simplemente por una pose agraviante, simplista o peyorativa.
Urdidores de falsedades
Quizás la mejor definición del momento la dio uno de los más notorios armadores de listas, como denominan los exégetas de la mafia política a los urdidores de falsedades, transeros e inescrupulosos: “Lo importante es que levanten la mano”. Una frase que suena a lealtad, ese atributo devaluado que en realidad quiere decir obsecuencia sin pensamiento. Misión que también es mentira, porque esos supuestos leales cambian su voto por un alfajor, para ponerlo en lenguaje al alcance de nuestras masas.
Las semanas previas a la payasada … perdón, al proceso electoral, muestran un surtido de traiciones, sorpresas, aparición de figuras (más bien de figuritas) seudomediáticas vestidas con corbata o trajecitos sastre, como se decía en la época de Eva Perón, tratando de sonar serias, experimentadas, confiables, elegibles e institucionales, que seguramente por secretos méritos personales ocuparán bancas generosamente rentadas en el orden nacional o provincial, opinando con desenfado sobre los problemas de la gente y su inefable solución.
Y en todos los casos, mostrando su sumisión y admiración por el brillante desempeño de funcionarios de primer nivel. Pocas veces se han escuchado tantos elogios en un corto tiempo de candidatos a la ministra Pettovello, por ejemplo, o a la Secretaria Privada del presidente, también del mismo origen y trayectoria que los nuevos postulantes a salvadores de la patria.
En ese proscenio, el Gobierno trata desesperadamente de mantener los indicadores que considera blasones de su lucha, para lo que llega por caso a improvisar una tasa de interés en pesos que está en contra de todo lo que predica, de todo lo que sostuvo, lo que incluye no solo a los valores a que se llega y al escándalo al borde del delito del moral hazard del carry trade, sino que infringe supuestos principios rothbarianos predicados como una biblia frente a la cual, se supone, todas las otras ponencias económicas son una patraña.
La declaración presidencial de ayer, explicando que “las tasas altas se deben al miedo Kuka” encierra una contradicción técnica, además de abrir el interrogante de una nueva inseguridad.
El Congreso saboteador
Del otro lado, el Congreso arrojando leyes saboteadoras de todo equilibrio, con el solo propósito de debilitar la imagen de gestión del oficialismo, sin ningún razonamiento ni argumento, salvo el de seguir garantizando la impunidad del robo de las satrapías provinciales y de mantener la pulseada de poder con el Ejecutivo hasta la irresponsabilidad. Un despropósito por ambas partes.
Al mismo tiempo, y en un abuso de la capacidad de fanatismo de sus partidarios, el oficialismo se enfrenta a algunos escándalos en su gestión y en sus gestores, casi siempre fruto de sus intrigas palaciegas, (o de innombrables intereses) que se traducen en sutiles y no sutiles mecanismos de filtraciones, carpetazos, operaciones de inteligencia, rumores, convenientes intervenciones o no intervenciones de la justicia, y de paso en abundante redistribución de riqueza mediática para lograr que la tribuna crea lo que es tan difícil de creer, o para conseguir convertir modelos de todo uso o chongos y portabolsos en figuras políticas potables, accionar para el que curiosamente sí hay plata.
La discusión interna parece ser ahora una selección de a quién entregar y a quién empoderar o transformar en candidato irremplazable e infalible. Lamentablemente ese minué de obsecuencia también es bailado como en la orwelliana Rebelión en la granja por figuras que tenían al menos una pátina de seriedad, pero que ahora son sometidas al besamanos de exreposteras, expeinadoras, exmanicuras, exadivinas, exkirchneristas, exentertainers et al, en un vergonzoso y hasta innecesario desfile también digno de la pluma de Orwell.
E, igual que en la emblemática novela, los protagonistas corren el riesgo de olvidarse de lo que prometían lograr, de sus propios objetivos y los objetivos de sus votantes. Lo que será desmentido hasta la muerte con todo tipo de adjetivo derogatorio, cuando no con una persecución insultante o de las otras, sobre todo en el caso del gobierno, que ama creer y hacer creer que no ha variado un ápice su plan original y sus mecanismos para lograrlo. Siempre bajo la admonición de que quien opine lo contrario es un imbécil que no comprende que es ahora o nunca. Frase nunca escuchada en la historia política de la humanidad.
Recientemente un conocido economista oficialista ha sostenido que a este paso, el peso será tan fuerte como el dólar, y en ese momento se dará la oportunidad de dolarizar. Interesante opinión, que ni coincide con el proyecto que se vendió a la sociedad ni es fácil de comprender para quienes no tienen el secreto de la alquimia monetaria que rige. (Esta semana al menos). Tampoco parece tener en cuenta el descalce del sistema bancario argentino, tema sobre el que la columna ha elegido no profundizar para no tener la culpa.
Tropiezos de la desregulación
A este cuadro se deben agregar los tropiezos y consecuencias de la publicitada desregulación, que tiene los inconvenientes que tantas veces se han planteado, en este espacio y en tantos otros. La necesidad de gestión, de conocimiento de cada área y sector que se intenta desregular, los efectos, los intereses oscuros que hay detrás de cada actividad, de cada reglamentación, de cada impuesto, de cada ente, de cada trámite, y la pulseada permanente del delito entronizado contra cualquier acción que perciba como ataque.
Eso hace correr el riesgo, que se evidencia hoy, de que la desregulación termine siendo una ficción, una frustración, una tarea a medias, un empeoramiento a veces provocado deliberadamente por los afectados. La burocracia y la corrupción son la administración argentina, no son parte de ella. Hay una correspondencia biunívoca, una identidad, que sólo puede ser rota por equipos profesionales especializados, con alto nivel de conocimiento, un respaldo y accionar correlativo de la Justicia que hoy no existe porque forma parte del problema, y un equipo de funcionarios de primer nivel impoluto y compenetrado con la necesidad de hacerlo, al extremo de hacer innecesaria la existencia misma de un ministro desregulador. Cada ministro debe serlo en su área. De lo contrario no puede ser ministro.
Un sector importante y representativo de la sociedad ha elegido poner su confianza en un partido que se considera iluminado y que lo cree a tal extremo que estima innecesario rodearse de un importante grupo de funcionarios y legisladores capaces y honestos. Lo que importa es que levanten la mano. Que sean leales, como decía Eva Perón.
Es muy importante en estos momentos, como se señaló en este espacio al comienzo de esta gestión, marcar otra vez las diferencias de criterios, métodos y acciones, y aclarar las confusiones que crea la proliferación de rótulos que denominan como ortodoxia económica lo que no lo es, de modo que un eventual traspié importante en la tarea que se trata de encarar hoy no lleve, por falsa contraposición, a pensar en volver a transitar el camino que trajo al país a la pobreza, al atraso y la intrascendencia.