La excepcionalidad argentina
El presidente de la Nación sostuvo la semana pasada en los Estados Unidos que su plan de gobierno tiene “consenso social, pero no político”. No podía con menos palabras haber dado una mejor explicación del golpe sufrido el 26 de octubre por la dirigencia política en las urnas.
Ese domingo, los partidos que habían sancionado en el Congreso con mayorías extraordinarias leyes contra el programa de estabilización sufrieron una derrota abrumadora. Nunca tanto “consenso” político recibió tan contundente repudio social.
El hecho fue otra prueba del divorcio entre los ciudadanos de a pie y las burocracias partidarias; una abierta impugnación de su representatividad y credibilidad. Tan desconectados están los habitantes del Palacio de las Leyes con el país que los rodea que ni siquiera la vieron venir.
Milei describió la ofensiva opositora en el Congreso como un “golpe” económico, lo que es erróneo. El funcionamiento del Poder Legislativo responde al juego institucional, más allá de que sus resultados complazcan o no al jefe del Poder Ejecutivo. Pero acierta cuando afirma que “la economía del país se vio ralentizada, generando incertidumbre y malestar en los ciudadanos” por obra de los legisladores que se desentendieron del interés general preocupados por sacar ventaja política. Empujaron la economía a una catástrofe con el único propósito de recuperar el poder que les había quitado el Presidente.
Esta última percepción fue clave para que la sociedad los repudiara y dejara planteada una duda sobre su legitimidad: ¿en qué medida la dirigencia política representa la voluntad popular que se atribuye?
En cuanto al “consenso” que le reclaman a Milei desde el círculo rojo hasta el FMI también quedaron dudas: ¿es posible con una dirigencia cuya primera preocupación es la preservación del “statu quo” a cualquier costo?
Al referirse a la campaña, el Presidente recordó: “Me pasé los últimos meses recorriendo el país para pedirles a los argentinos que no se rindan, para prometerles que esta vez el esfuerzo sí valdría la pena. Y esta promesa no fue en vano: es un pacto sagrado con la gente”.
Aquí identificó correctamente otro de los factores de su éxito: la credibilidad. No sólo acertó con el diagnóstico sobre las causas fiscales de la crisis económica, sino que aplicó las medidas que había prometido. No se apartó de la huella a pesar de las presiones corporativas.
Por esta razón, el escenario ha quedado desierto de opositores. Nadie cree en los propósitos de enmienda, ni siquiera los de los peronistas menos recalcitrantes que se apartaron de Cristina Kirchner. Tampoco en los de los radicales o de las Provincias Unidas que hablan de cambio, pero votan junto a los populistas.
En resumen, lo único que quedó en pie fue el modelo que impulsa Milei en soledad y con todo el sistema político en contra (los Macri incluidos). El mismo lo reconoció: “Históricamente, la mayoría de los planes de estabilización exitosos en el mundo tuvieron consenso político. Lo que pasó en Argentina fue algo inédito: llevamos adelante un plan de estabilización exitoso con consenso social, pero sin consenso político”. La habitual excepcionalidad argentina.
