Folosofía cotidiana

La esclavitud del futuro

Por Isabel Saravia

Nuestros niños y jóvenes están padeciendo problemas afectivos, emocionales e identitarios de manera creciente y el mal uso de la tecnología no ha venido a aminorarlos sino a acrecentarlos y hasta ocasionarlos. Entonces, ¿estamos preparados como sociedad para manejar una avasallante tecnología? Convengamos que si actualmente no se controlan las incidencias morales de ciertas tecnologías resulta arrogante pensar que realidades mucho más invasivas a la esencia del hombre por las que aboga el transhumanismo, no ocasionarán efectos funestos.
En palabras de Nick Bostrom -director fundador del Future of Humanity Institute- el transhumanismo constituye un “movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber moral de mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y de aplicar al hombre las nuevas tecnologías, para que se puedan eliminar aspectos no deseados y no necesarios de la condición humana, como son el sufrimiento, la enfermedad y hasta la condición mortal”.

REPLANTEO
Incluso el mismo Bostrom, desde una posición transhumanista, advierte en relación a los riesgos de la tecnología, evidenciando así sus inmanejables consecuencias. De modo que el mejoramiento al que aspira este movimiento implica un replanteo de la naturaleza del ser humano como tal. Es inevitable preguntarse si puede ser feliz un hombre que no conoce el sufrimiento y si evitándolo como sea, no se creará otros e inmanejables. El hombre puede ser esclavo de su invención, ciertos facilismos pueden complicar enormemente la vida hasta el punto de generar muerte interior. El transhumanismo plantea horizontes que, en su enfoque reduccionista, implican un mal uso de la tecnología de por sí.
El hombre, inmaduro y altanero, concentra sus energías en ser otro, salirse de su identidad, considerándola cual prisión que no lo deja ser y se pierde en el espejismo de una realización ficticia. Y es que no se conoce ni acepta y pareciera no interesarse en hacerlo y eso lo lleva a perderse en sus caprichos. “Hay que saber qué desear”, como dice el filósofo Antonio Dieguez, analizando los fines del transhumanismo.
Refiriéndose al futurista Ray Kurzweil, Bill Gates dijo en una ocasión: “Es la persona que mejor predice el futuro”. Sabemos que el mundo se mueve por intereses, por la intervención financiera de unos pocos, confiriéndoles el poder de imponer agendas, de modo que resulta inevitable preguntarse: ¿Predice realmente o será que más bien maneja los hilos de la industria tecnológica, invirtiendo en ello y fomentando así su negocio.
Dicen que los transhumanistas no quieren caminar hacia la uniformidad sino potenciar las capacidades de la individualidad, pero no podrá lograrlo siendo que estaremos frente a un hombre masificado que busca la realización que otros diseñaron para él, no la que emana de su corazón, de todo su ser integral, que ninguna IA podrá crear. Si quiere imitar algo de la naturaleza del hombre inventará, jamás creará. La esclavitud nace en el corazón del hombre y desde allí se propaga y puede terminar apagando sus latidos.