La despedida de Enrique Diemecke

Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Programa integrado por la `Rhapsody in Blue' de George Gershwin y Sinfonía N 7 en Mi menor, de Gustav Mahler. Dirección: Enrique Arturo Diemecke. Solista: Sergio Tiempo (piano). En el Colón, el viernes 2.

Evidentemente, las características de este concierto final del ciclo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires tenía un atractivo y homenaje implícito, la despedida del maestro mexicano Enrique Arturo Diemecke, en su condición de director titular de la OFBA durante dieciséis años. Por eso, se advirtió una sala muy colmada por las circunstancias aludidas también, como elemento adicional.­

Como aperitivo de la sesión -valga la metáfora- se ejecutó la célebre 'Rhapsody in Blue' del músico estadounidense George Gershwin, una obra significativa de los años 20 (data de 1924, como parte del concierto 'An Experiment in Modern Music' en Nueva York) cuando el músico lograba su afirmación desde los musicales al repertorio clásico. El director contó en este concierto número 19 y último de la OFBA, con Sergio Tiempo como pianista, que aquí, con su talento siempre apreciado, dio una versión lucida y recibió merecidos aplausos.­

Tras el intervalo la expectativa estaba centrada en la aludida despedida de Diemecke. Bien conocida su carrera y actuación entre nosotros, y además su admiración con Mahler, como lo revela el libro biográfico presentado hace pocos días, con alusión a la música del compositor, de manera que en su labor entre nosotros también se recuerda el ciclo Mahler, como de tantos de sus valiosos aportes.­

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MOMENTO EMOTIVO­

Por consiguiente, su elección de la Séptima Sinfonía, en Mi menor, 'Canción de la noche', en cinco movimientos y una extensión de un par de horas, fue carta de despedida con el suntuoso orgánico que requiere. Sus acostumbradas palabras explicativas en el comienzo, su dirección con una memoria siempre privilegiada, recrearon el mundo poético mahleriano.­

Un caso especial la caracteriza, y fueron sus curiosos pasos anecdóticos, por ser la sinfonía surgente de aquel episodio que tuvo que ver, como escribió Mahler a su esposa Alma, con subir a un bote en el lago Worthersee, y el golpe de remo le inspiró la introducción al primer movimiento, el Allegro, como también lo explicó Diemecke micrófono en mano.­

Por cierto que los sucesivos pasajes mostraron una orquesta enjundiosa en sus diversas secciones, pasando también por el scherzo central hasta llegar al impactante Rondo-Finale. Allí estalló la ovación que el director mexicano nunca olvidará seguramente, que ganó el aprecio y la admiración de tantos asistentes a los conciertos de la OFBA durante más de tres lustros.­

Calificación: Muy buena­