La curiosa vida del Barón Munchausen y el síndrome que lleva su nombre
Rudolf Epich Raspe era miembro de una distinguida familia de Hanover que había completado sus estudios en la Universidad de Cottingen con la intención de convertirse en científico. Fue así como en 1763 publicó una ambiciosa obra sobre geología volcánica que pronto le ganó renombre internacional. Al mismo tiempo publica una serie de poemas en pleno auge del Romanticismo. Esta versatilidad le hizo ganar el aprecio del General Walmacbor quien lo nombra secretario de la Biblioteca del Estado y encargado de custodiar las colecciones de Federico II de Hesse Castell. Pronto le llegó la oportunidad de ser miembro de La Royal Society de Londres.
Sin embargo, estos logros académicos no se reflejaban en su economía, siempre al borde del colapso. Una denuncia de uno de sus muchos enemigos (al parecer, Rudolf no era muy popular) mostró que había vendido algunas medallas de Federico II (tampoco era Rudolf muy honesto). Acosado por la justicia, Raspe logró escapar a Inglaterra donde también fue despojado de su título de Académico.
Sin embargo, logró ingresar en la Sociedad Lunar, un grupo de científicos, donde se codeó con figuras como Erasmus Darwin, James Watt, William Herschel y Antoine Lavoisier.
Durante su exilio inglés publicó “El Relato que hace el Barón de Munchausen de sus campañas y viajes maravillosos por Rusia” donde narra las aventuras extraordinarias de Karl Friedrich Hieronymus, Barón de Munchausen. Relatadas en un tono irónico, en el que da vuelo al relato fantasioso del Barón que incluye un vuelo a la luna.
A pesar de que el texto gozó de cierta popularidad, Raspe no estaba interesado en su difusión porque quería recuperar su prestigio como científico y no convertirse en un escritor de aventuras fantásticas. Por tal razón murió en la pobreza y sin su ansiada recuperación de su buen nombre y honor.
Karl Friedrich Hieronymus había nacido en 1720 y después de ser paje del duque de Brunswick se alistó en el ejército ruso, donde sirvió durante las guerras contra los otomanos.
En el transcurso de su vida militar, adquirió una reputación por las exageradas historias que contaba sobre sus aventuras en el ejército. Estos cuentos se diseminaron y Raspe los recoge en su texto donde además de viajar a la luna, desciende al infierno con Vulcano, baila en el estómago de una ballena, cabalga sobre un caballo cortado por la mitad, además de apostar una gran suma por una discusión enológica que le reportó una enorme ganancia.
En la vida real, volvió a su ciudad natal donde tras algunas cervezas, contaba sus aventuras descabelladas. Volvió a casarse y ningún lector se asombrará al saber que su matrimonio terminó en un ruidoso y discutido divorcio.
Este relato heredero de la tradición literaria del Quijote y Los viajes de Gulliver, aunque carezcan de su valor metafórico, inspiró la descripción de un síndrome con el nombre del Barón, en un artículo de la prestigiosa revista Lancet de 1951, escrito por el doctor Richard Asher.
Los pacientes con este síndrome “crean” síntomas físicos o psicológicos y hasta llegan a autolesionarse para ser asistidos. El enfermo finge síntomas o incapacidad somática o mental en forma tan convincente que puede llevar a prácticas cruentas e invasivas, innecesarias como las que sufrió Brian Chambers, un señor de aspecto normal, con lenguaje cultivado y hasta académico, que solía presentarse en diversos hospitales de Gran Bretaña, generalmente en los servicios de emergencia y por las tardes -cuando quedan los residentes o médicos menos experimentados- relatando su malestar en forma tan vívida que nadie dudaba de su buena fe. Sus conocimientos médicos, expresados con precisión, desorientaban a los profesionales que confiaban en el testimonio de un paciente inteligente y colaborador.
A lo largo de los años, diversos profesionales cayeron en la trampa de este paciente simulador, quien visitó más de 300 hospitales y se sometió a 20 cirugías, en las cuales le fueron removidos el apéndice, parte del estómago, el riñón izquierdo, el bazo, la vesícula, además de someterse a broncoscopias, cistostomías y rectosigmoidoscopias, sin que en ninguno de estos procedimientos se encontrara patología alguna.
Aquellos que padecen este síndrome suelen ser mentirosos patológicos, incapaces de distinguir entre la verdad y las mentiras que ellos generan.
El tema es tan difundido y tan curioso a la vez que hay más de una docena de películas sobre el tema.
Hubo muchas idas y vueltas desde la descripción de Asher. No siempre ha sido aceptado y probablemente es más de lo que se habla que de los casos reales, pero siempre hay que tenerlo en mente porque cabe la posibilidad diagnostica.
Existe la forma más sutil de maltrato infantil llamado PROXY o por poder, donde una madre provoca o simula repetidamente la enfermedad en su hijo manipulando a los médicos que solicitan prácticas médicas invasivas para descartar los diagnósticos sugeridos.
Si bien existe una zona de grises hay que diferenciar este síndrome de los hipocondríacos que se angustian ante síntomas comunes, pero no llegan a lesionarse o lesionar a otra persona para justificar su “enfermedad”.
Lo curioso de esta construcción clínica es que el Barón Munchausen jamás inventó patologías que lo comprometiesen físicamente y nunca fue sometido a una cirugía que en el siglo XVIII le hubiese impedido continuar con el relato de sus extraordinarias aventuras.
