Por Gianluca V. Di Battista *
Las peras han sido un alimento importante durante milenios. Tanto tiempo, de hecho, que su origen exacto se pierde en las brumas de la historia, aunque las teorías apuntan a China o al Medio Oriente. Se acepta ampliamente que fueron domesticadas en la región que une el mar Caspio con el mar Negro. Textos sumerios del 2.750 a.C. ya mencionan peras, y ejemplares secos hallados en cuevas de la Edad de Hielo en Suiza atestiguan su antigüedad.
Homero, en el 700 a.C., las llamó “regalo de los dioses”, insinuando su temprana presencia en Europa. Durante el Imperio Romano, la variedad de peras creció de seis a cuarenta, extendiendo su uso no solo como alimento, sino también en bebidas y postres ¿Quién no disfruta de un buen postre con fruta? Plinio el Viejo relataba cómo una bebida fermentada a base de pera, superaba en prestigio a las hechas con manzana.
El “buen cristiano”
Bon Chrétien, que significa “el buen cristiano”, remite a una leyenda del siglo XV. San Francisco de Paula, ermitaño y místico calabrés, fue enviado en 1483 por el papa Sixto a la corte del rey Luis XI de Francia, un monarca despótico y enfermo, preocupado por su alma. Francisco aceptó la misión, pero pidió no recibir dinero ni honores. Como símbolo de paz, fecundidad y paciencia, llevó consigo semillas de peral, que entregó como bendición final al moribundo rey convertido. La variedad que brotó de aquellas semillas fue llamada Bon Chrétien, no en honor al monarca, sino al santo que le llevó consuelo.
Esta misma genética apareció en 1.765 en Inglaterra, descubierta por un tal señor Stair en su finca de Aldermaston. Por un tiempo fue conocida como la pera Stair, hasta que un viverista llamado Williams la difundió con éxito por todo el país, inmortalizando su nombre. Pero, en realidad, el linaje verdadero era el Bon Chrétien.
Hasta el fin del mundo
En 1799, la pera cruzó el Atlántico gracias a James Carter, que la plantó en Massachusetts. La finca pasó a manos de Enoch Bartlett, quien comenzó a vender la fruta bajo su propio nombre, ignorando que era la misma variedad europea. Por más de un siglo, en América del Norte ¡se creyó que Bartlett y William’s eran peras diferentes! hasta que en 1.928 se confirmó que eran una sola. En Argentina, la William´s llegó probablemente en 1817, traída por el comerciante inglés James Brittain, que la cultivó junto al Riachuelo, en Buenos Aires. Pero su verdadera consagración llegó en el siglo XX, con la llegada del riego al Alto Valle del Río Negro.
Hacia 1910, los inmigrantes comenzaron a transformar el desierto en oasis. Wilhelm Gaspar Kopprio, suizo de origen, instaló un vivero en Allen. Trajo desde Francia un pie de membrillero de Angers, sobre el cual injertó la Williams Bon Chrétien, a la que describió como “la mejor pera de agua”: grande, mantecosa y perfecta para el comercio. Gracias a él y a otros visionarios, la William 's echó raíces profundas en la Patagonia irrigada.
Un ejemplo emblemático es el mítico monte plantado por la familia Tortarolo en la Chacra N.º 59, hoy conocida como La Abundancia. Allí se encuentran algunos ejemplares implantados en 1940 bajo el sistema tradicional. Casi un siglo después, los árboles gozan de buena salud y siguen entregando frutos de calidad.
En los años 20 y 30, la Estación Experimental Río Negro y la Agronómica de Cinco Saltos organizaron colecciones sistemáticas de frutales. En 1926 contaban con 24 variedades de peral, con William´s como reina indiscutida, y más de 27 de manzano. Hoy, el INTA conserva uno de los bancos de germoplasma de pomáceas más grandes de Latinoamérica, con casi 900 genotipos, un tesoro del Alto Valle que, lamentablemente, permanece hermético y con fines más arqueológicos que productivos, sin promoción real para su difusión y aprovechamiento.
Coronados de Gloria
A lo largo del siglo XX, y lo que va del XXI la pera William's ha demostrado una adaptación extraordinaria a las condiciones geográficas y climáticas del Alto Valle. Allí, en ese oasis trazado por canales y delimitado por cortinas de viento, desarrolló una característica única: un contenido naturalmente elevado, cerca de un tercio más que en otras regiones, del decadienoato de etilo, también conocido como éster de pera, una molécula responsable de su perfume y sabor inconfundibles.
Esa singularidad química no es solo un dato técnico: es la huella de una relación entre el fruto y su tierra. Sin embargo, a pesar de su potencial, esta riqueza permanece en gran medida inexplorada. Ni los organismos estatales ni las universidades locales han estudiado en profundidad este fenómeno que podría posicionar al Alto Valle como un referente mundial no solo en producción, sino también en investigación frutícola.
Mientras tanto, el mercado sí ha tomado nota. Hoy, Argentina es el principal exportador de peras del mundo, reconocidas por su calidad excepcional. Y en Allen, el epicentro de la cuestión, se encuentra la destilería de frutas más grande del mundo, capitales alemanes, que solo destilan una cosa: pera.
Quizás ha llegado el momento de mirar hacia adentro, y reconocer que el tesoro no es solo lo que exportamos, sino lo que somos capaces de cultivar, conservar y comprender. La historia de la pera William’s no es solo la historia de un fruto: es la historia de la civilización que la cultivó, del cristianismo que la consagró, de los inmigrantes que la trajeron a esta tierra y de todos nosotros que aún caminamos entre ellas. Un legado vivo que año a año espera volver a florecer.
* Ig: gian.dibattista