Claves de la religión

La caja de Pandora

La expresión empleada en el título es de uso habitual; se refiere a la potencial peligrosidad de un asunto que, de aspecto aparentemente positivo, puede sin embargo dar lugar a situaciones negativas, y enormes desgracias. Un punto clave es el mal manejo de la cosa; esto es el intrínseco peligro que comporta.

Lo que no es muy conocido es el mito griego en el que aparece el recipiente que encierra las calamidades. Era éste una tinaja ovalada en cuyo interior contenía todos los males que la humanidad podía padecer: la enfermedad, el crimen, la locura, el vicio, la pasión, la tristeza, la fatiga, la vejez; lo último que quedaba en la caja era la esperanza, la cual era considerada un mal en la mitología griega.

¿Quién era Pandora? La primera mujer creada por Hefesto según la orden de Zeus. El nombre es altamente auspicioso, significa la totalidad de los dones. Se dice que Afrodita le comunicó la belleza, y Hermes la astucia. Su creación ocurre después que el titán Prometeo había robado a los dioses el fuego para darlo a los hombres. Sigue diciendo el mito: Zeus le regaló la caja a Pandora para vengarse de Prometeo. Era Pandora una doncella encantadora, pero Zeus sembró en su ánimo la inconstancia de carácter, y la mentira.

¿A qué viene esta historia? El ilustre Cardenal Raymond Leo Burke, un testigo de la Tradición católica, comparó con la caja de Pandora el sínodo que ha venido desarrollándose en instancias previas y que, finalmente, se está realizando en Roma. En el discurso inaugural, el 4 de octubre, el Papa expresó su auspicio: “Que, una vez realizadas las reparaciones necesarias, la Iglesia vuelva a convertirse en un lugar de acogida para todos, todos, todos” Esta es la caja de Pandora. ¿Acaso la Iglesia no es ya el lugar accesible para todos? ¿Quiénes faltan? Continuó Francisco: “Además lo que se debe reparar es la enfermedad más común, el ‘chusmerío’…” ¡Irrisorio! Lo que se debe reparar es el relativismo, y el olvido o la negación del mandato de Cristo a los Apóstoles: Que todas las naciones (todos, todos, todos) se conviertan en discípulos suyos.

El mismo día de la inauguración del sínodo, el sucesor de Pedro dio a conocer su exhortación apostólica Laudate Deum, continuación de Laudato si: el problema acuciante del mundo es el “cambio climático”, no la ausencia de Dios, y el desprecio de la Verdad. El Papa le abre esta caja de Pandora a la Iglesia.
La institución sinodal es antiquísima; hubo sínodos, en distintos niveles, y con diverso resultado, aunque modernamente a causa de la marcada primacía de la monarquía papal, se hicieron menos generales, y se redujeron a algunas zonas, y diócesis. En este punto se puede anotar la relación entre sínodo, y concilio.

SÍNODO

Los rasgos fundamentales del mito ilustran muy bien lo que puede esperarse –o mejor, temerse- del mentado sínodo. Las obsesiones pontificias, si descontamos las cuestiones climatológicas, y otras variantes de la misma temática, que son expuestas ampliamente en la nueva exhortación, segunda parte de Laudato si, acogen las inclinaciones del sínodo alemán: la comunión eucarística de los divorciados, y la inclusión más amplia de los homosexuales en la Iglesia. Sobre esos dos temas las referencias son Amoris laetitia, y declaraciones informales y dispersas, respectivamente. Se trata siempre del progresismo que se ha asentado en Roma, y que se asoma en las críticas implicadas en las ya célebres Dubia, de los cuatro Cardenales. El 19 de septiembre de 2016, varios meses después de la publicación de Amoris laetitia, los cardenales Raymond Burke, Carlo Caffarra, Walter Brandmüller, y Joachim Meisner, presentaron una cuestión acerca de las interpretaciones que se habían propuesto sobre la exhortación apostólica, no sólo divergentes, sino también contrapuestas, por parte de teólogos, y estudiosos; especialmente en lo que respecta al Capítulo VIII. Además, los medios de comunicación han hecho hincapié en esta diatriba, provocando así incertidumbre, confusión, y desconcierto entre muchos fieles. “Por este motivo, los abajo firmantes, pero también muchos obispos y presbíteros, hemos recibido numerosas peticiones de fieles de diversas clases sociales sobre la correcta interpretación que debe darse al Capítulo VIII de la Exhortación”.

La solicitud se dirigía al Santo Padre, como supremo Maestro de la Fe, pidiéndole resolver las incertidumbres y “dando una respuesta benévola a las Dudas que nos permitimos adjuntar a la presente carta”. La respuesta fue el silencio. Siete meses después de aquella petición, el 25 de abril de 2017, el Cardenal Caffarra, en nombre de los otros tres prelados, apeló al Pontífice solicitándole una audiencia. Destaco, también, la fundamentación que avalaba el pedido: “Solo nos mueve la conciencia de la grave responsabilidad que se deriva del munus cardinalis, ser consejeros del Sucesor de Pedro en su soberano ministerio. Y del sacramento del Episcopado que nos ha puesto como obispos, para pastorear la Iglesia que Cristo ha comprado con su sangre” (Hch 20, 28). La respuesta, que fue el silencio, hace pesar sobre la Iglesia la buscada ambigüedad de Amoris laetitia. Es el método jesuítico impuesto por Francisco insinuar el cambio contrario a la Tradición, para que otros lo impulsen; entonces Roma callará, dejando que la Iglesia se precipite en el olvido y el desprecio de la Verdad. Ahora, la caja de Pandora es el sínodo de la sinodalidad.

ERRORES Y DESGRACIAS

¡Sínodo de la sinodalidad!, una tautología real, que abre el camino a errores y desgracias sin cuento. El otro asunto, junto a la comunión de los divorciados, es una mayor apertura de la Iglesia a los homosexuales. ¿Qué significa esto?

El Catecismo de la Iglesia Católica abordó correctamente ese tema. La cuestión no es la inclinación homosexual, de origen aun no científicamente dilucidado; es la práctica de la homosexualidad, la cual según la Verdad católica es un pecado; por eso, el Catecismo exhorta al ejercicio de la castidad. Aquí reside el verdadero problema. El sínodo, y el Papa con él, deberían cerrar la caja de Pandora, y presentar para los fieles y para el mundo, representado en los medios de comunicación, el Camino auténtico, la verdadera meta.

El pecado existe, y los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Seguramente el sínodo abordará los temas caros a la monarquía papal, pero si Dios no lo remedia –y no tiene por qué hacerlo- se abre con la caja el abismo de la ambigüedad, la confusión, y el error. Importa muchísimo el juego de las causas segundas, que entran en el orden de la Providencia, la cual puede permitir el mal.
Sin exageración alguna, se puede pensar que el futuro de la Iglesia resultará en buena medida de las decisiones sinodales. ¿Qué podemos hacer?

Invocar a la Madre de Cristo, y de la misma Iglesia, encomendarnos a Ella, poner en sus manos el incierto futuro, y rogarle que no abandone a sus hijos, a los niños, a los pobres; que en su misteriosa omnipotencia suplicante obtenga la conversión de Roma.

* Arzobispo Emérito de La Plata.