Un asentamiento informal en el Ex Ingenio Amalia de Tucumán dio origen a un comedor vecinal reconocido por su labor asistencial

La “abuelita” coraje que alimenta un barrio

Superando adversidades económicas, ideológicas y persecuciones gubernamentales en la provincia, Ana María Burgos supo defender un proyecto que enriqueció a su comunidad. Hoy los planes sociales y las drogas son los temas que la desvelan en sus tareas diarias.

Sufrimos porque no había abrigo, comida y trabajo. Dolía porque veías a tu hijo que tenía tantas carencias y si salías a trabajar lo tenías que dejar. Son muchas cosas que te van endureciendo y te hacen crecer. Esa fue la razón por la que formamos un comedor infantil vecinal que surgió de la nada. Al comienzo no teníamos una olla grande, nada para hacer de comida y las mujeres fuimos las que salimos a pedir. Las admiro porque parece que hemos nacido siendo guerreras y no le tenemos miedo a la adversidad. Enfrentamos las dificultades y si somos capaces de dar la vida a un niño también de superar todas las otras cosas que se nos presentan en el camino”, dijo a La Prensa Ana María Burgos fundadora del comedor vecinal que funciona desde la década de 1980 en el hoy denominado barrio Capitán Viola de Villa Amalia, en Tucumán.

Corría el año 1986 cuando en las tierras del Ex Ingenio azucarero Amalia, único establecimiento construido dentro de la capital tucumana, se formó un asentamiento informal. Entre espesos cañaverales, decenas de familias buscaban hacerse de un espacio propio cerca de un vaciadero de residuos sólidos urbanos, de donde la población se proveía de alimentos y de algún ingreso extra proveniente del cartoneo o changas relacionadas con los residuos.

No teníamos terreno, vivíamos alquilando y ya no se podía más. Fuimos ahí sabiendo que nos convertíamos en usurpadores, porque es la verdad. Pero la necesidad te mueve a cruzar límites y ver la cara de un hijo con necesidad fue el motor que impulsó a todas las mujeres que vivíamos por allí”, enfatizó Burgos.

De pelo largo de color negro azabache, con ojos que transmiten empatía y un dejo de tristeza, Ana María pareciera quitarse años de encima cuando alguien le pregunta por su comedor, por sus niños. “Empezamos a abrir calles para poder salir al centro, porque el Ex Ingenio Amalia era todo un matorral donde brotaban las cañas. Había que crear callejones para poder transitar y que los chicos fueran a la escuela”, recordó la mujer.

Luego agregó que: “Si alguien ha estado en un asentamiento sabe cuán importante es una chapa, encontrar un clavo o una madera. Esto es debido a que no se tenía nada y cada objeto era un mundo para nosotros”.

Por aquella época las promesas del candidato Don Fernando Riera permitieron, al ser electo gobernador, obtener los boletos de compraventa de los terrenos ocupados. “Nadie nos podía sacar y empezamos a luchar, a trabajar, a buscar los medios para que el comedor pudiera continuar. Pero no teníamos personería jurídica y desconocíamos los procedimientos legales. Mientras, había muchos niños con hambre. La gente traía algo del centro, lo que la patrona le daba, pero a veces no alcanzaba. Eran tantas las necesidades de los vecinos que vivían en casitas muy precarias, con ese frío que lo viví en carne propia y no tenía ropa para abrigarme, menos para darles a mis hijos”, explicó Barrios.

Con fuego a leña y una donación de rieles de vías de ferrocarril para armar una precaria cocina sobre la cual se ponía un tambor de lavarropas como improvisada olla, las primeras comidas fueron cocinándose lentamente. “Había un señor que era hojalatero y nos hizo las manijas en un tacho de lavarropas. Ahí empezábamos a cocinar primero sopa o guiso y le dábamos a todos. Después conseguimos otra olla que nos permitió hacer las dos comidas por separado. Mucho tiempo hemos estado comiendo eso que, como no teníamos techo en ese lugar a donde estábamos, lo producíamos e ingeríamos todo al aire libre. Pero las mujeres se las rebuscaron y armaron una cubierta provisoria con chapas de cartón”, señaló la cofundadora del comedor.

Imposible no recordar a esas primeras compañeras en las penurias. A esa mujer mayor, esa abuela “guerrera que hachaba la madera que podía encontrar y con eso cocinábamos para los chicos. Y cada vez se sumaban más niños, más mujeres, más embarazadas, más abuelos. Ya no daba abasto lo poco que teníamos e íbamos al mercado, pedíamos verdura y nos daban lo que podían. Sin importar el estado en que estuvieran esos alimentos, los limpiábamos y lo que se podía usar lo guisábamos y eso se comía ese día”.

LEGALIDAD

La memoria de Ana María sigue sin perder los detalles de cómo se fue construyendo este comedor de familias en situación de vulnerabilidad extrema.

En esa precariedad en la que vivían, alguien del ministerio provincial se les acercó y las asistió para sacar la personería jurídica. De esta forma estarían calificados para recibir ayuda gubernamental. Pero la esperanza de conseguir asistencia rápidamente sufrió un golpe desalentador.

“Cuando entró el gobierno de Busi fue una lucha tremenda. Nos mandaba a lavar los platos a nosotros, porque él no veía la necesidad del niño ni del abuelo, nada de esas cosas. Él tenía que tratar con hombres, con mujeres no negociaba”, recordó Burgos aquella época de la década del ´90 cuando temían ya no por la continuidad del proyecto, sino también por su integridad física.

“Una vez, el teniente Suárez nos puso las armas en la cabeza en el Parque 9 de julio. Ese día pensamos que no volvíamos a casa, pero gracias a Dios lo pudimos hacer y muchos se fueron del barrio por el miedo. Era común que mandarán gente para que desarmasen todas las casitas que construimos porque dábamos mal aspecto a la ciudad. Pero nosotros las volvíamos a armar de noche”, explicó la referente de la comunidad que adquirió, por entonces, la denominación de Barrio Capitán Viola, en homenaje al militar asesinado por la ERP en 1974 en Tucumán.

El contar con los títulos de sus tierras fue “lo que salvó a los vecinos. Don Fernando Riera, que ya murió, dejó esa obra hecha. Y nosotros teníamos que seguir luchando, pero nos dejó la base. Así que conseguimos personería jurídica para el comedor y eso mejoró mucho la situación. Ya teníamos un respaldo oficial y nos daban una partida que era unas moneditas por niño, pero podíamos comprar la carne y mercadería. Igual seguíamos pidiendo porque no alcanzaba, pero ya era menos el esfuerzo. Siempre que pienso en esa época me digo que el hambre te hace comer pan duro y no te das cuenta de que es tal hasta que podes avanzar”.

PALITO ORTEGA

Si mencionar al comedor y a los chicos provoca que a Ana María se le ilumine la cara, su no tan secreta admiración por un ídolo popular transforma su cuerpo septuagenario en una adolescente más.

La historia de esta madre coraje, que también junto a su esposo y tantos vecinos construyeron un barrio y un comedor, hizo un vuelco total cuando por primera vez escuchó a Palito Ortega.

“Su voz es muy especial. Llegaba a ese lugar a donde yo estaba, era la única alegría, la única paz que nos llegaba a todos. Simplemente sus canciones eran como una caricia para nosotros y por eso lo adoro desde chica”, confesó la jovial abuela cuya canción favorita es “Se parece a mi mamá” que siempre suena en el Día de la Madre en su casa.

El sueño de poder conocerlo alguna vez se cumplió de forma inesperada. Palito se presentaba en Tucumán y la entonces veinteañera Ana María junto a otras personas esperaban verlo fuera del predio donde tocaba. En un descuido de los organizadores, se hizo pasar por periodista y siguió a unos profesionales que cubrían el espectáculo. Así, por varios minutos pudo ponerle una cara a esa voz que por tanto tiempo escuchó por la radio y vio en esos ojos expresivos un brillo especial que irradiaban carisma popular.

Esta admiración por el cantante también se vinculó a su otro amor años más tarde. Durante la gobernación de Palito en Tucumán, Ana María trabajaba en la administración pública y allí conoció a Evangelina Salazar. Posteriormente, la primera dama de la provincia de Tucumán visitó el comedor. “Congeniamos muy bien con ella, me decía la “Negrita”. Cuando entró a mi comedor, que lo hicimos con ayuda de todos los vecinos, aún no teníamos techo ni puerta. Había dos morenas adentro y los chicos comían a la vuelta de cada árbol para aprovechar la sombra”, recordó Ana María sobre aquel primer contacto.

Luego añadió que: “Hacía mucho calor ese día y ella miraba para todos lados. Había ido junto a algunos funcionarios y entonces la señora les dijo “Me anotas todo lo que hace falta acá”. Una mujer se me acerca y me preguntó qué necesitábamos a lo que le contesté inmediatamente “un techo y una puerta”.

La visita causó algarabía entre los chicos y los vecinos. Así, el comedor del centro vecinal fue seleccionado, junto a otros cuatro más, como parte de la Fundación para el Desarrollo Comunitario que los beneficiaría con la construcción de la infraestructura necesaria para mejorar sus funcionamiento. Así llegaron las cloacas, la red de agua, el gas natural y de tener un rancho prefabricado se pasó a algo mejor construido y preparado para recibir a más gente y, eventualmente, ser un jardín de infantes para los hijos de los vecinos que trabajaban.

“Éramos la vidriera para que ellos continuaran haciendo la misma obra en otras provincias. Entonces nosotros no teníamos que bajar los brazos, sino que había que mantenernos trabajando con más vigor. Cumplimos al pie de la letra nuestro compromiso y hasta ahora está con los mismos colores con que pintaron 20 años atrás. También se mantienen todas las cosas que nos dejaron”, detalló Burgos que siempre quiso darle las gracias al cantante por la oportunidad que cambió la vida de los habitantes del barrio.

El vínculo de la pareja con los chicos del comedor quedó plasmado en unas fotos de cuando visitaron la casa de los Ortega en Tucumán y el dirigente político disputo un “picadito” de futbol con los chicos. “Los han atendido como reyes a mis niños”, recordó la mujer.

CAMBIO DE SIGLO

La llegada del nuevo milenio trajo también desafíos al hoy denominado Centro de Cuidado y Nutrición Infantil (CCNI) del barrio Capitán Viola.

Las dificultades políticas y económicas tuvieron un efecto social demoledor en la comunidad que se acercaba a recibir algún alimento. Además, la Fundación siguió existiendo pese que hoy sólo funciona en el comedor de Ana María, que es el único que sigue en pie de todos los que conformaban el proyecto iniciado en la gobernación de Ortega.

Cabe destacar que el esfuerzo y profesionalismo de Ana María la hizo ser reconocida en numerosas distinciones provinciales e internacionales. Pero es el saludo de los niños del jardín el mayor premio para su alma. “Cuando paso por la clase intento que no me vean, pero es imposible. Entonces me preguntan, ¿abuelita qué hay para comer hoy? Me duele el corazón porque es el único alimento que tienen en el día y cada vez son más los que se acercan desde otros barrios”, dijo lamentándose la vecina del Barrio Capitán Viola.

Los años han cambiado las caras de los residentes y han llegado nuevos desde otros rincones de la provincia. Mantener estable la afluencia de los voluntarios es difícil, aun cuando sean los mismos padres de los niños que comen en el CCNI. “Hoy damos de comer a 79 niños de dos a cuatro años y, después, tenemos otros niños discapacitados, abuelos y mujeres embarazadas. En total son 246 personas que vienen por una comida de lunes a viernes”, detalló la cocinera tucumana.

La pandemia también tocó a la comunidad pese a que, por suerte, no a la familia Burgos que pudieron “seguir dando de comer”.

ESTRAGO SOCIAL

Los planes sociales y las drogas se han hecho lugar en el entramado social del barrio y los robos se replican como en cualquier lugar del país. “Antes dábamos cursos, pero dejaron de venir porque reciben planes. No les interesa capacitarse para cultivar o tener un oficio”, se lamentó la referente social.

Luego agregó que: “de chica no teníamos leña, ni gas y tampoco para comprar eso. Buscábamos carbón en las cenizas que quedaban del Ingenio Ledesma. Ver hoy como las nuevas generaciones han perdido la noción del trabajo me preocupa mucho por su futuro, y principalmente, por el de sus niños. Un chico que se acerca a comer que tiene a su padre que no trabaja y recibe un plan, ¿qué ejemplo ve? Porque se lo ayuda con la comida, pero el niño va a la casa y ve los dos vagos ahí que no hacen nada. Y ¿cómo va a crecer ese chico?¿Será igual? Sí, o peor”.

Uno de los temas que más angustia a esta madre coraje es la droga “porque siempre estuvo presente, pero de forma más privada. Hoy está más visible y hasta la intentan ingresar en los colegios. Primero te la regalan y el chico que le gusta después comienza a vender para obtener más para sí mismo. Hemos pedido policía cerca de nuestra escuela porque no queremos saber nada con eso. Hoy tenemos todo con candado, las cosas cambiaron”.

Finalmente, consultada sobre el rol de las familias en la contención de los chicos, Ana María suspiró con resignación. “Yo veo tan poco amor en las mamás de ahora. Los dejan que se queden en otras casas desde muy temprana edad y yo, que soy de otra época, no me parece adecuado. Además, muchos no van a la escuela. Lo que yo reniego es que, si la mamá cobra por ello, ¿cómo es posible que el niño siga descalzo o tiene poca ropa? A veces los veo a las siete de la tarde pasando por ahí pidiendo”.

 

Reciben donaciones para el comedor

La esperanza por un mejor futuro sigue impulsando incansablemente a Ana María a seguir cuidando de los que se acercan por un plato de comida. Los años pesan en sus hombros, pero nunca estuvo sola en su lucha. La comunidad y su familia, formada por su esposo, sus hijos y su hermana Susana, son el basamento para que esta Fundación siga existiendo a través de donaciones de “todo lo que la gente no necesite”. Muebles, ropa, utensillos, electrodomésticos y dinero son alcanzados desde Buenos Aires por su hermana que acopia los elementos en el local de su peluquería situada en el barrio de Palermo, en CABA. En Tucumán la Fundación se encuentra en la calle Baaclini 374 y si puede escribir un mail a la dirección claudia1412_moya@hotmail.com.ar donde responderán cualquier consulta.

Actualmente, el Centro de Cuidado y Nutrición Infantil del barrio Capitán Viola cuenta con la urgencia de “arreglar las puertas, porque ya de tantos años se han empezado a romper las bisagras, ya están gastadas. Necesitamos cambiar la puerta con marco y todo. Ahora le hemos dejado calzado para que nadie la toque porque si ,no se le va a caer encima”.