Por José Luis Milia
La Reforma Universitaria de 1918 es el mito fundacional más sobrevalorado de la historia argentina después de la “gran igualdad” del peronismo. Se la enseña como revolución iluminada, cuando en realidad fue el punto de partida de un sistema académico que nunca funcionó y nunca quiso funcionar. Es la epopeya favorita de quienes viven de la universidad sin pasar por la incomodidad de producir conocimiento. Vamos a romper la vitrina:
1)- Un movimiento con grandes palabras y cero ideas operativas: El Manifiesto Liminar es una pieza oratoria hermosa… que no propone absolutamente nada que permita mejorar la universidad. Es un catálogo de indignación juvenil, una gesta moral sin programa académico.
La Reforma denunció a los “usureros de la cátedra”, pero jamás explicó cómo reclutar, evaluar, formar o promover profesores de alta calidad.
* Exigieron libertad de cátedra, pero nadie pidió ciencia. * Exigieron autonomía, pero nadie acepto rendir cuentas a la sociedad que es quien la mantiene.
* Exigieron participación, pero nadie exigió responsabilidad.
Un manual de lo que NO hay que hacer si uno quiere una universidad seria.
2)- El cogobierno: Inventar el parlamento adolescente:
El cogobierno es una obra maestra de la ingenuidad política:
“Que los estudiantes gobiernen con los docentes”´. Brillante. Es como pedir que los pacientes voten el protocolo para operar un corazón.
El resultado: reformas bloqueadas por minorías ruidosas, concursos detenidos por caprichos facciosos, asambleas que duran semanas, y una universidad que evolucionó a la velocidad del correo postal.
La Reforma creó un ecosistema donde los que menos saben tienen poder para obstaculizar a los que más saben.
De ahí viene el clima interno: todos opinan, nadie rinde cuentas, nada cambia.
3)- La autonomía como escudo para no hacer nada:
La autonomía, que en cualquier país serio protege la investigación y la libertad intelectual, acá se utilizó como un blindaje perfecto para la ineficiencia.
La universidad argentina se convirtió en la única institución del país que puede: no investigar, no innovar, no revisar sus programas, no exigir excelencia, no graduar en tiempo razonable y, aun así, exigir más presupuesto como si produjera diecisiete premios Nóbel por año.
Autonomía, sí; autismo institucional, también.
4)- El profesorado: de la lucha contra los barones eclesiásticos a la instalación de feudos:
La Reforma se vendió como la guerra contra los catedráticos eternos. Pero logró algo peor: la institucionalización de la endogamia.
Los concursos se convirtieron en: rituales preacordados, votaciones de camarilla, devoluciones de favores, y un sistema de reproducción interna donde el mérito académico equivale, en la práctica, a un detalle simpático.
El ideal del “profesor joven, innovador, meritocrático” murió hace un siglo, el 15 de junio de 1918. Lo que quedó es un sistema cerrado que fabrica profesores funcionales a su propia irrelevancia.
5)- La universidad como máquina de paralizar ideas:
El legado estructural de 1918 es la instalación de un principio tácito: “Toda innovación es sospechosa”.
Y así, cambiar un plan de estudios es una odisea. Implementar estándares internacionales es casi terrorismo. Evaluar desempeño docente es una ofensa constitucional. Exigir productividad científica es “neoliberalismo”.
El resultado es un ecosistema donde cualquier cosa puede hacerse… excepto mejorar.
6)- El espejismo simbólico: festejamos la reforma porque admitir su fracaso sería demasiado doloroso:
La Reforma es intocable porque funciona como explicación moral de lo que nunca funcionó.
Es un mito perfecto: si la universidad anda mal, la culpa es del neoliberalismo, del capitalismo, de la derecha, del imperialismo, del FMI…, nunca del propio modelo universitario que bloquea sistemáticamente su modernización.
La Reforma es el gran justificativo para mantener un orden inútil, pero simbólicamente poderoso. Un tótem. Un santo patrono de la ineficiencia apañado con discursos juveniles.
7)- El saldo después de un siglo:
¿Qué quedó después de cien años de “revolución”?: Una universidad que investiga poco, permite la graduación lenta, forma profesionales con rezago, consume recursos masivos sin resultados equivalentes, y vive en un clima permanente de asambleas, paros y comunicados políticos. La Reforma prometió modernidad y creó un aparato autoprotegido contra la modernidad.
CONCLUSIÓN
La Reforma Universitaria fue la gesta romántica que nos condenó a una universidad mediocre. La crítica duele porque el relato es hermoso… y la realidad es deplorable.
Pero si uno mira la genealogía del desastre universitario argentino, la línea es clara: 1918 no fue la solución. Fue el inicio del problema.
