La batalla naval de Trafalgar del 21 de octubre de 1805 dio por tierra los planes de Francia y España, dejando a Gran Bretaña el señorío de los mares. Los proyectos ingleses de dominar los territorios americanos encontraron el momento propicio. Una flota naval británica surcó el Atlántico sur, primero para tomar el Cabo de Buena Esperanza, para luego enfilar para el teatro de operaciones del Río de la Plata.
Ya en África, Sir Home Popham, cabeza de la flota invasora, quien, a su vez, respondía al mando del mayor general Sir David Baird, pergeño la invasión a Montevideo y Buenos Aires, a fin de dominar dichas posesiones españolas y tomar los caudales reales.
Ante el anuncio del arribo británico el virrey Marqués Rafael de Sobre Monte tomó los aprestos para resguardar el tesoro real y trasladarse a Córdoba, la que por unas semanas fue la capital virreinal. La medida, correcta en lo formal, fue fatal para el ánimo de la población porteña.
DESEMBARCO
El 25 de junio de 1806 los ingleses desembarcaron en Quilmes, presentando, al día siguiente, batalla un grupo de criollos, los que fueron derrotados. Los invasores se hicieron con el domino de la ciudad por casi dos meses. Se mantuvieron las instituciones españolas, en tanto y en cuanto se jurase lealtad al rey Jorge, y se cumpliese el código de comercio inglés. Muchos comerciantes y parte de las familias importantes aceptaron al invasor, y, en especial, los beneficios del libre comercio, aun cuando ondease la bandera británica en el Fuerte.
Pero para otros se debía dar una resistencia armada para expulsar al invasor. Esa toma de conciencia popular sobre su sentido histórico y su necesidad de liberarse de todo sometimiento exterior fue interpretada, paradójicamente por un francés.
Santiago de Liniers organizó esas fuerzas en la Banda Oriental, con la asistencia de Martín de Álzaga en la ciudad y de Juan Martín de Pueyrredón en la campaña, batalla de Pedriel mediante, sumando a cientos de voluntarios, la futura Reconquista. Acción en la que participó un joven Juan Manuel de Rosas, con 13 años, y donde un salteño Martín Miguel de Güemes, al ver un barco inglés encallado por una bajante del río, dirigió una carga de caballería contra él, abordándolo, como hecho único en los anales de la guerra.
Se sumaron los paisanos de la campaña, los esclavos afro, los aborígenes -quienes llegaron tiempo después con 20.000 guerreros para resistir y, en 1807, controlarían la costa ante la nueva amenaza inglesa-, y las mujeres criollas, quienes tuvieron un rol destacado. Las familias porteñas usaban las terrazas para atacarlos. Cada casa era una fortaleza. Cada esquina era un piquete armado.
El 12 de agosto de 1806 Liniers, como caudillo militar, forzó la capitulación de Beresford como jefe militar de las fuerzas británicas. Fue la primera victoria española luego de Trafalgar o, visto del lado criollo, el origen de nuestra conciencia nacional a través del pueblo en armas para proyectarse como Nación.
REVISIONISMO
Los autores de la corriente historiográfica “revisionismo histórico” no sólo destacaron el triunfo militar y la figura de Liniers, sino que vieron en la Reconquista el inicio de nuestra identidad nacional.
Tal como lo señaló Carlos Pesado Palmieri, en “La década axial de la patria nueva” (2013): “El alba de nuestras luchas por la soberanía territorial la retrotraemos nosotros a los episodios que finalizaron con la victoria sobre la agresión británica al Plata en 1806–1807, por lo que hemos llamado a esa triada basal de nuestra existencia: la década axial… La Patria Originada no fue unívoca hija de la Revolución, sino que nació de un parto bélico en defensa de su soberanía territorial, amenazada por potencias extranjeras enemigas de la patria Originaria”.
Para Ernesto Palacio en “Historia de la Argentina: 1515-1938” (1954) la figura del valeroso marino francés fue fundamental como promotor de una “democracia en armas”: “El júbilo de Buenos Aires fue inmenso, así como su entusiasmo por el jefe que había decidido la victoria. Liniers aparecía a los ojos de todos como el caudillo natural, como el conductor providencial y necesario. A ello contribuía, sin duda, la subsistencia del peligro. La escuadra inglesa continuaba dueña del río, esperando evidentemente refuerzos para intentar el desquite. En ausencia del Virrey, el gobierno había recaído en la Real Audiencia. Pero el 14 de agosto, un Cabildo Abierto bajo la presión popular se pronunció contra el Virrey y designó jefe militar a Liniers. Impuesto Sobremonte, que se hallaba en Córdoba, del estado del espíritu público, confirmó a regañadientes esa decisión, aunque delegando el mando político en el presidente de la Audiencia, y s e dirigió a la Banda Oriental para hacerse cargo de la defensa de Montevideo. Liniers desplegó una extraordinaria actividad, dando muestras de sus grandes dotes de organizador. El aristócrata ligero y un poco escéptico, dado al ocio y a los placeres, se engrandecía ante la responsabilidad, como es corriente en los ejemplares de raza. En once meses convirtió a una población de comerciantes en una república militar”.
Salvador Ferla, en su artículo “Liniers, un líder desertor”, publicado en la revista “Todo es Historia” n° 91, diciembre 1974, profundizó el rescate del futuro Conde de Buenos Aires como “Padre de la Patria”: “En junio de 1809 una noticia traída por un bergantín procedente de Rio de Janeiro electrizó a la ciudad de Cádiz: Liniers se había sublevado al frente de 12.000 criollos y pasaba a degüello a la población española. Se trataba – se sabría después – de una fantástica distorsión de los hechos del 1° de enero, cuando el Cabildo porteño intentó deponer al virrey y fue reprimido por las milicias. La esencia rescatable de esta anécdota es la asociación que desde lejos se hacía entre Liniers, los criollos y la independencia. La ecuación es correcta. A pesar de la trágica culminación de su vida en el Monte de los Papagayos, es difícil disociar a Liniers de las ideas de criollo e independencia. El historiador anglocanadiense H. S. Ferns, elige los nombres de Liniers y Rosas cuando quiere señalar a los defensores de la independencia americana. En efecto, nadie mejor que Liniers se parece a un padre de la patria ni estuvo más próximo a ser el fundador de nuestra nacionalidad, con más razón habiendo sido esta nacionalidad proyectada y consumada por esa ciudad de Buenos Aires que lo encumbró hasta la altura del mito. No obstante, el Liniers de los textos de historia es una figura cargada de ambigüedad, incluido en la lista de los “leales a la corona”, porque así el mismo lo quiso en una renuncia por incomprensión, por debilidad o por azar, a un destino de patriarca americano”.
Finalmente, para Vicente Sierra, en el tomo IV de su “Historia de la Argentina” (1959) los hechos de 1806 preanunciaron un cambio de sistema y el inicio de nuestra identidad nacional: “La invasión inglesa de 1806 provocó alteraciones en el orden político, militar y económico del Río de la Plata... Cae un virrey, pero no se puede decir que hizo crisis el régimen virreinal. No se quebró la unidad territorial del Virreinato, pero se agudizó la vieja rivalidad entre Montevideo y Buenos Aires, preludio del federalismo agresivo en que fermentó la etapa más anárquica de la historia del país. Lejos de debilitarse se fortaleció la fidelidad a la monarquía al mismo tiempo que se advertía que la tesis del absolutismo, en que ella se afirmaba, no habían formado una conciencia política y en la mayoría resurgían vitales viejos principios opuestos de honda raigambre tradicional... Es que la gran importancia histórica del episodio fue poner al descubrimiento la debilidad estructural que aquejaba al régimen vigente. El fracaso militar abrió paso a lo que podríamos llamar ejércitos nacionales o populares, y el fracaso político testimonió que el pueblo estaba en condiciones de romper las ataduras del centralismo. Prácticamente abandonado por las autoridades, Buenos Aires sintió debilitarse su fe en el poder de la Metrópolis, sentimiento que, aparentemente no determinó ningún cambio, pero que fue a la larga provocador de rebeldías. Todo lo que se expresa en una fecha y en un hecho: El Cabildo Abierto del 14 de agosto de 1806. Acto y día en que se inició la revolución, de cuyo largo y complicado proceso histórico surgió la Nación Argentina”.