POR PEDRO LUIS BARCIA
Entre las páginas olvidadas de mi copoblano José Ceferino Álvarez (ni Serafín, ni Ciriaco ni Sixto, como han afirmado los críticos, que no consultaron la partida de bautismo del personaje, por no viajar a Gualeguaychú para verla), que hace años colecté en un tomo Fray Mocho desconocido (Buenos Aires, Ediciones del Mar de Solís, 1979) luce una paginita intitulada "Navidad". Se trata de una enternecida y simpática evocación de las escenas de la Pascua navideña en un rancho entrerriano.
"Alumbrado por la luz titilante de los candiles, un pequeño nacimiento, formado sobre un cuero estaqueado (...) Ayudados, un poco por la luna, otro poco por los candiles, los pascuantes admiraban el buen efecto del nacimiento", adornado con nidos de pajaritos, cáscaras de huevos de avestruz o "alguna randa o cribo, ingeniosa labor de la patrona”. "Los reyes magos figurados por diminutos muñecos de madera o de barro, vestidos a uso del país por las muchachas del pago, es decir, con chiripá y poncho terciado sobre el hombro. (...) El lago frontero, simulado por una fuente playa de agua no muy limpia, conteniendo un patito de vidrio o en sus orillas una o dos vaquitas de cartón de la más pobre industria o algunos escarabajos disecados". E irrumpiendo en la ranchada un conjunto de mozos, gauchos y chinas, risueños y festivos, que iban a curiosear, abandonando el propio, el nacimiento de los vecinos.
La celebración navideña daba ocasión a una guitarreada, baile y animada conversación, salpimentada con chistes y cuentos y con la alternadas coplas en boca de un par de payadores del pago, y degustación de pasteles rociados con vino áspero.
APROPIACION
La evocación de Fray Mocho evidencia la oportuna capacidad de apropiación del criollo de la liturgia navideña.
Se trata de un esencial anacronismo, en el que los reyes de Oriente son empilchados con atuendo gaucho de chiripá y poncho, sea dicho con dos indigenismos netos. Esta actitud de asimilación es semejante, en cuanto al referir a lo propio lo ajeno para adoptarlo mejor, a la arquitectura de marco y las vestimentas renacentistas de María y José en los cuadros del XVI.
Aquí, el fondo musical no es música gregoriana, sino un gato ágil y un duelo de relaciones. La fiesta es la construida con los elementos de la cotidianidad. Lo que importa es el ánimo celebrante y festivo, y éste lo funde, inficiona y trasfunde todo Pero el gesto asimilativo de lo ajeno a lo propio, a lo inmediato y nuestro es de honda significación. Además, se hace un mudo ofertorio de lo que es la totalidad de la vida del contorno: niditos, huevos de avestruz, escarabajos. Todo es asociado y asumido en el homenaje al Salvador.
Lo que se está diciendo, con elocuencia muda, es que las realidades elementales de todos los días, en medio de las que se afanan hombres y mujeres en las faenas habituales, todo eso es puesto como ofrenda en la Noche del Señor. Hay una desnuda sencillez en ese ofertorio y una profunda acepción.
Además, aquí brillan por su ausencia -diría Tácito- los adornos exóticos, muérdagos y globos de luces, y las comidas ajenas, turrones, almendras. Pasteles y vino es toda la vianda de la fiesta. La lección es de autenticidad no de imitación. Es una propuesta fundamental desoída en muestro mundo cultural académico.
A propósito de Antígona Vélez de Marechal, he hablado del "aquerenciamiento criollo del mito griego". Aquí se trata del aquerenciamiento gaucho de la celebración religiosa navideña.
Se trata de un proceso espontáneo de inculturación. La palabra es nueva -como que fuera propuesta sobre fines de la década del Sesenta- pero la actitud es centenaria, o milenaria, mejor dicho.
Sobre el fin de sus apuntes, Fray Mocho, que escribe en la capital porteña en la Navidad de 1897, dice: "Buenos Aires no hace ya de la Navidad la fiesta del hogar: los tiempos y las cosas han cambiado. Su población cosmopolita se desborda por las calles y las plazas, rebosa de los restaurantes, de los teatros, de las confiterías, y cada uno se divierte a su manera, sin solidaridad con nadie y manteniendo dentro del egoísmo más perfecto y acabado, el altruismo más despreocupado y elegante".
Esta Navidad se nos propone a los argentinos en medio de un marco doloroso. La fiesta no será externa, por cierto. Pero sí cabe que nos esforcemos en rescatar el valor de solidaridad. como la mejor celebración navideña en memoria de Quien dio el más alto ejemplo de caridad y donación. Esa solidaridad que ya lamentaba como desaparecida del seno de la sociedad argentina Fray Mocho hace más de un siglo. Estos lodos vienen de aquellos polvos.
