CLAVES DE LA SEGURIDAD

La Nación Argentina se deshace en el desorden

El delito debe ser observado, analizado y enfrentado como una voluntad inteligente. Pero también previsto como compulsión irreflexiva manifestando patologías y particularidades del comportamiento humano. Y lo humano, se sabe, siempre desafía los límites.

  El viernes 12 de febrero de 2021, en la Ciudad de La Plata, la policía detuvo a un joven de 18 años cuando huía luego de intentar robar la cartera a una mujer discapacitada. 

  Así presentado el hecho no tiene mayor significación, pues el accionar de los rateros hace a la cotidianeidad del paisaje urbano y si bien suelen escapar con el botín cada tanto caen detenidos. Ciertamente, todos ellos operan sobre el descuido o la debilidad de los transeúntes, pero cabe distinguir como verdaderos carteristas a los que  educan sus manos para lograr tener en los dedos una precisión propia de cirujanos a fin de hacerse discretamente con lo ajeno, y diferenciarlos de quienes al no desarrollar esa habilidad se limitan al arrebato y confían el escape a su buen estado físico.

  Sin embargo el joven detenido en La Plata, quien, reitero y subrayo: huía luego de intentar robar una cartera, es un caso singular en la crónica policial porque, a priori, su particular condición física lo margina tanto de poder alcanzar la sutileza del carterista como la velocidad del arrebatador, pues al no tener brazos ni piernas hasta sería difícil de creer que se le imputara el hecho en la ficción novelesca. 

  Quien esto escribe no está en condiciones de imaginar, en una escala realista, el enorme desafío que plantea enfrentar la vida desde temprana edad sin brazos ni piernas. Supongo que a muchos lectores les será igual de difícil imaginarse en esas condiciones, porque mentes, voluntades y contextos como los de Stephen Hawking no son la regla sino la excepción.

  Lo que sí puedo imaginar es el enorme deseo que la adversidad provoca en cualquiera de salirse al menos una vez con la suya. ``La ocasión hace al ladrón'', no es solamente el título que Gioachino Rossini le dio a su entretenida ópera de enredos amorosos en 1812, es un dicho popular con raíces bíblicas que reconoce el efecto de la tentación sobre el común de las personas.

  No tengo intención de escribir esta nota asumiendo el rol que le cabe al abogado defensor, pero sin dudas el imputado contará con la indulgencia del juez porque la conducta cuestionada, que en cualquier otro sujeto sería enteramente repudiable, en este particular caso revela una audacia y voluntad admirable. Mal dirigida, sí; pero admirable como impulso vital.

EN FORMA INDUCTIVA

El punto de tomar esta anécdota singular de la crónica policial para un artículo de periodismo especializado en Seguridad, que es lo que intenta ser la columna Claves de la Seguridad del diario La Prensa, pasa por indagar en forma inductiva sobre el significado del hecho y lo que revela.

  Y lo primero que sugiere es desorden. Un desorden social de tal magnitud que conlleva un nivel de impunidad lo suficientemente alto como para que la voluntad de robar encuentre la oportunidad de manifestarse superando todo extremo de imposibilidad física: roba y huye quien no tiene brazos ni piernas.

  Cabe entonces preguntar ¿cuál es la causa del desorden y la consiguiente impunidad? Y la respuesta es tan simple como poco novedosa: La Nación Argentina se deshace en el desorden a medida que viviendo sin reglas y sometiéndose a la voluntad de los gobiernos de turno, se aleja del estilo de vida propiciado por la Constitución Nacional.  

  Nos acostumbramos a tolerar la impunidad de los que mal gobiernan y eso significó normalizar la corrupción que privó al país de tener una clase dirigente, que fuera ejemplo y guía de progreso, al reemplazarla por una casta política, que sólo destila deshonestidad y privilegio.

  En lo que va del siglo XXI hemos permitido que se profundice el daño institucional y la degradación cultural desde la irracionalidad del pensamiento mágico, hasta exhibir miseria intelectual, y muy pocos argentinos parecen comprender que sin la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional la decadencia es lo único de lo que podremos seguir estando seguros.

  Porque la casta política, a más de piernas y brazos, tiene largos y fornidos tentáculos.