SALIDAS, APERTURAS, ADUANAS Y OTRAS MISERICORDIAS DE LA ERA BERGOGLIO

La Iglesia y un curioso camino sinodal

POR MIGUEL DE LORENZO Y MARIO CAPONNETTO

La noticia, ciertamente esperada pero no por eso menos dolorosa e indignante, de la remoción de su cargo de obispo diocesano de Monseñor Joseph E. Strickland, Obispo de Tyler, pequeña diócesis de Texas, dispuesta por el papa Francisco, nos obliga a ocuparnos, una vez más, de la grave crisis que hoy sacude a la Iglesia Católica.

Este ya largo camino, llamado “renovación”, “reforma”, “aggiornamento”, que desde el Concilio Vaticano II viene desfigurando el Evangelio de Jesucristo y convulsionado la vida de la Iglesia, ha recibido en los últimos diez años el más firme impulso acelerador de Francisco.

Ahora bien, ¿cuál es el propósito que anima todo esto, hacia dónde nos conduce esta iglesia “en salida”, de “puertas abiertas”, que dice adaptarse a los nuevos tiempos y al cambio continuo y a los paradigmas del momento? La respuesta es obvia y está a la vista.

La Iglesia en lo esencial, todos lo sabemos, no pertenece en modo alguno al tiempo. Por eso, Romano Guardini ya en 1922 advertía que “la Iglesia es el poder que se opone a todos los poderes que amenazan esclavizar el alma, ya sean utopías políticas, modas científicas, herejías etc., etc. La iglesia se enfrenta en todos los tiempos con el ahora en pro del siempre” (cf. Sentido de la Iglesia, Editorial Dinor, 1960, p. 78, 90, 92).

Pero, y nos guiamos por los hechos más que por las palabras, nos encontramos ahora, un siglo después de las certeras afirmaciones de Guardini y como la última etapa hasta el momento de ese camino de perdición, con el llamado Sínodo de la Sinodalidad (en realidad, un falso sínodo) celebrado en el Vaticano durante varias semanas en el pasado mes de octubre: un curioso y variopinto conjunto de religiosos y laicos pretendidos representantes del “pueblo de Dios en escucha”; aunque eso sí, muy sinodalmente elegidos a dedo por uno solo.

Todos esos supuestos representantes, férreamente obedientes a ese mismo uno, debían determinar, democráticamente claro está, qué es la verdad y qué cosas hay que cambiar en la Iglesia para adecuarse al momento histórico y a sus novedades.

MINORIAS

El dato, aún más democrático y sinodal si cabe, es que esa “magna asamblea”, bajo la supuesta guía del Espíritu Santo, elaboró una serie de documentos que permanecen secretos para culminar, finalmente, con la publicación de una Síntesis Final redactada de acuerdo con la opinión del coordinador general, en clara sintonía con la opinión y el propósito del mismo Francisco.

De la lectura de esa Síntesis Final se deduce, al parecer, como si esto fuera posible, que la verdad sobre la Iglesia y de su misión en el mundo actual fuese el resultado del consenso de un supuesto sensum fidelium que, en buen romance, no es sino una serie de ocurrencias que dictan unas mayorías accidentales (más bien, hay que decir, unas minorías de iluminados).

Pues bien, siguiendo con la sinodalidad que, según hemos oído hasta el cansancio, consiste en escuchar a todos y todes, donde todos son acogidos, piensen lo que piensen y hagan los que hagan, porque la iglesia no es una “aduana” y sus puertas no se cierran jamás, de repente, caramba, se nos revela que sí hay exclusiones. Se trataría entonces de una sinodalidad un tanto parcial, bergogliana digamos así, una sinodalidad “asegún” la llamaría el cura Castellani.

Tal el caso, por ejemplo, del ex secretario personal de Benedicto XVI Monseñor Ganswein, que tuvo aquel desliz fatal de comentar el dolor, “la puñalada”, que sufrió Benedicto XVI, al conocer el Motu Proprio Traditionis Custodes, que echaba por tierra la cuidada doctrina de Ratzinger que puso una justa y pacífica solución en el espinoso tema de la liturgia.

Desde entonces Ganswein es algo así como un paria, un “excluido” (perdón por utilizar la antigua expresión hoy abolida) dentro de la Iglesia sinodal y abierta a todos, pero no tanto. Últimas noticias nos dicen que a pesar de no ser recibido en ninguna parte y de no poder hacer casi nada de su ministerio, alcanzado por la misericordia, le es permitido respirar libremente.

EL OBISPO

Y fue por este mismo camino sinodal que en estos días le cayó la sinodalidad, con todo su peso, al ya mencionado obispo de Tyler, monseñor Strickland “misericordiado” personalmente por Bergoglio por el “delito” de defender la Fe y haber afirmado respecto de las llevadas y traídas “bendiciones” a las parejas “homoafectivas” como se dice ahora: “No podemos honrar a Dios que es la Verdad, intentando ofrecer bendiciones que van en contra de Su Verdad”.

La noticia, aparecida en la publicación oficial de la Santa Sede Vatican News decía textualmente: “El Papa Francisco ha relevado a monseñor Joseph E. Strickland, de 65 años, del gobierno pastoral de la diócesis de Tyler, en Estados Unidos, y ha nombrado administrador apostólico de la diócesis vacante a monseñor Joe Vásquez, obispo de Austin. La decisión se produjo tras la visita apostólica ordenada por el Papa el pasado mes de junio en la diócesis de Tyler y encomendada a dos obispos estadounidenses”.

Más abajo agregaba: “El cardenal Daniel Nicholas DiNardo, arzobispo metropolitano de Galveston-Houston, hizo pública una nota en la que señalaba que los obispos que realizaron la visita, monseñor Dennis Sullivan, obispo de Camden, y monseñor Gerald Kicanas, obispo emérito de Tucson, «llevaron a cabo una investigación exhaustiva de todos los aspectos del gobierno y liderazgo de la diócesis de Tyler por parte de su ordinario, monseñor Joseph Strickland»”. Como resultado de la visita, continuaba la nota, “se hizo una recomendación al Santo Padre de que la continuación en el cargo del obispo Strickland no era posible”. Aclaraba que le fue solicitada la renuncia a Monseñor Strickland y que, ante su negativa, se hizo inevitable su remoción del cargo.

Y eso es todo: ninguna razón, nada que deje entrever siquiera cuál o cuáles han sido los motivos para una decisión tan grave.

Tampoco tenemos noticias de que se haya iniciado proceso canónico alguno al Obispo Strickland ni que se le hubiere dado derecho alguno a su defensa. Todo es, al parecer, fruto de la mera arbitrariedad y del autoritarismo clerical (tan denostado por el mismo Papa) que se han impuesto en estos diez años de ruinoso Pontificado.

Este hecho, asaz penoso, se inscribe en el marco de las. crecientes tensiones entre la Santa Sede y un activo grupo de obispos y sacerdotes norteamericanos fieles a la Fe y a la Tradición de la Iglesia (los llamados “conservadores” por los medios seculares). El mismo Francisco reconoció en su momento la existencia de tales tensiones.

Pero para mayor abundamiento recordemos que el actual Nuncio Apostólico en Estados Unidos, el Cardenal Christophe Pierre, en una entrevista concedida a la revista América Magazine, se quejaba de que obispos y sacerdotes estadounidenses están “terriblemente contra Francisco”; y aducía como causa de este hecho a que “la mayoría de los sacerdotes jóvenes de hoy todavía sueñan con llevar sotana y celebrar la Misa tradicional de antes, como se hacía antes del Concilio Vaticano II”. “Se dice que a los jóvenes -añadía a continuación- les gusta la Misa Antigua […] Los que ven la iglesia y la liturgia como un lugar de refugio corren el peligro de aislarse” (cf. Portal Infocatólica del 4 de noviembre pasado).

Está muy claro. En la Nueva Iglesia de Bergoglio el problema no es el creciente vaciamiento doctrinal, el caos litúrgico, la aceptación de las mayores aberraciones, el imparable descenso de las vocaciones sacerdotales, la cada día menor asistencia de fieles a la misa dominical, ni el virtual cisma de la Iglesia alemana, ni los obispos, curas y monjas abiertos defensores de la homosexualidad recibidos con toda cordialidad por el Papa, ni los abortistas que pululan en la que todavía llaman Pontificia Academia por la Vida…

No, señor. El grave problema son las sotanas y el rito antiguo.