El análisis del día

‘L’État, c’est moi’ (el Estado soy yo)

Por Carlos Daniel Lasa *

El 13 de abril de 1655, Luis XIV habría expresado ante el Parlamento de París la memorable frase “L’État, c’est moi” (“el Estado soy yo”).
Esta identificación del Estado con la persona del rey tiene su parangón en nuestra Argentina, solo que ha cambiado el sujeto. Ya no es la persona del rey con la cual se identifica el estado, sino con un sujeto colectivo. Se trata del movimiento peronista que, desde la década del 40, ha venido gravitando en la escena política vernácula. El Estado argentino es, pues, patrimonio exclusivo del peronismo. Cuando el peronismo es desplazado de unos de los poderes del estado (del ejecutivo, por ejemplo), entonces se administran todos los medios para deponer al intruso. Es más: cuando un signo político no peronista llega al ejecutivo, el problema más grande que tiene no es el diseño de su plan de gobierno sino llegar al cumplimiento efectivo de cuatro años de su mandato.
Este problema no existe para el peronismo. Basta recordar el gobierno de los abogados Alberto Fernández y Cristiana Fernández. Si un gobierno de signo no peronista hubiese cometido la décima parte de los diversos y graves yerros que se consumaron en el cuatrienio 2020-2023, seguramente no habría llegado al segundo año de su gobierno.
Pero más allá de estos hechos fácilmente constatables, debemos preguntarnos: ¿por qué el peronismo considera que el estado y el peronismo son la misma realidad?, ¿por qué creen que fuera de este movimiento nadie tiene legitimidad ni capacidad para gobernar el país?, ¿por qué rechaza la democracia liberal representativa que el país hizo propia en su Carta Magna?

¿PARTIDO O MOVIMIENTO?
Perón designa al espacio político fundado por él como “movimiento”. Rechaza de plano la idea de “partido” por cuanto esta supone una visión liberal que concibe a la sociedad como un conjunto de átomos, totalmente autónomos.
La visión partidista de la sociedad, según Perón, es patrimonio del individualismo liberal. Y las voluntades de estos átomos, esencialmente egoístas, son vehiculizadas por aquellos que las representan: los partidos políticos.
Ahora bien, estos partidos, a juicio de Perón, son incapaces, en virtud de su antropología individualista, de alcanzar un punto de vista universal. De allí que los partidos políticos hagan del Estado un medio para defender los intereses de los poderosos y no del pueblo.
El movimiento (su movimiento) se mueve buscando la unidad de la Nación; los partidos políticos, por el contrario, se ordenan a dividirla. Señala al respecto: “El movimiento peronista no es un partido político; no representa a una agrupación política. Es un movimiento nacional: ésa ha sido la concepción básica. No somos, repito, un partido político; somos un movimiento y como tal no representamos intereses sectarios ni partidarios, representamos solo los intereses nacionales”. (Juan Domingo Perón. ‘Exposición sobre la Reforma Constitucional’. 11 de enero de 1949. En Obras Completas. Buenos Aires, Docencia, 1999, tomo XI, vol. 1, p. 28).
Para Perón, la reivindicación de la acción política solo es posible por medio del “movimiento” por cuanto es el único elemento dinámico dentro de la política, el único generador de la acción política que hará “uno”, tanto al Estado como al pueblo. Mejor dicho: hará posible que el Estado posea vida y que el pueblo se configure como tal deviniendo “uno”.
Carl Schmitt explica claramente esta postura. Refiere Schmitt: “De este modo, puede considerarse al Estado, en sentido estricto, como la parte ‘políticamente estática’, al Movimiento como el elemento ‘políticamente dinámico’ y al Pueblo como la parte ‘no-política’ creciendo bajo la protección y la sombra de las decisiones políticas” (Carl Schmitt. ‘État, mouvement, peuple. L’ organisation triadique de l’unité politique’. Paris, Éditions Kimé, 1997, p. 25).

EL PUEBLO
El movimiento, para Perón, alumbra la existencia de un Estado propio, dotado de una voluntad bien determinada que no es otra que la del mismo pueblo. Claro está que, si bien todo pueblo se constituye a partir de un querer originario, el mismo se clarifica a través del líder. Es el líder el que, sintonizando con el querer del pueblo, se erige en su conductor.
Perón señala que la causa eficiente del movimiento es el mismo pueblo. El movimiento -considera él- surge espontáneamente, en el fragor de una contienda, fruto de una necesidad vital del pueblo de unirse para alcanzar los grandes objetivos de la Nación.
Sin embargo, será el movimiento el que constituya al pueblo como tal al brindarle una unidad, una conciencia colectiva. Y dado que el movimiento se configura en torno a un propósito dado por el Conductor, es dado afirmar que sin Conductor no hay movimiento y, sin movimiento, no hay pueblo (Cfr. al respecto mi escrito ‘¿Qué es el peronismo? Una lectura transpolítica’. Salta, Eucasa, 1ª edición 2018; 2da edición 2020, pp. 53-67).
Como puede advertirse, una auténtica democracia, desde esta perspectiva unificante, solo será posible cuando el Conductor haya sintonizado con el querer originario del pueblo (idea netamente romántica) y lo vehiculice mediante su acción de gobierno. Existe un pueblo ya configurado, aunque carente de conciencia de su querer originario (de allí la necesidad del Conductor y del movimiento para producir esta voluntad consciente).
En la Argentina, habrían sido Perón y el movimiento peronista los que hicieron conscientes la auténtica voluntad del pueblo. De allí que solo sea este movimiento el único habilitado para poder gobernar la Argentina.

DEMOCRACIA
Hans Kelsen ha precisado la naturaleza de la democracia representativa liberal (‘Esencia y valor de la democracia’. México, Editora Nacional, 1974).
Kelsen rechaza la idea de la existencia de un pueblo como sujeto dotado de una identidad y voluntad propias. Considera que, originariamente, solo existen individuos con intereses absolutamente diversificados.
El “pueblo” alcanza una cierta unidad entre los ciudadanos mediante las leyes. Para Kelsen, por lo tanto, la unidad del pueblo es meramente jurídica. Él define al pueblo como: la “unidad de ordenación jurídica del Estado reguladora de la conducta de los hombres sujetos a ella”. (Ibidem, p. 31). Y añade: “Desde el punto de vista democrático no existe voluntad popular con entidad propia. El pueblo se compone de las manifestaciones de voluntad de muchos individuos. Cuando éstos entran en relaciones legales y sancionan un derecho, la mayoría de sus voluntades se convierte en voluntad popular”. (Ibidem, p. 31).
Ahora bien, ¿cómo se establecen las leyes para alcanzar una cierta unidad dentro de esa originaria diversidad?, ¿quién otorga una voluntad colectiva al estado, una unidad de acción, una finalidad?
Desde esta perspectiva, el órgano que lo hace posible es el partido político. Los partidos políticos “… reúnen a los afines en ideas con objeto de garantizarles una influencia eficaz en la marcha de la vida pública”. (Ibidem, p. 35)
Los partidos, pues, son órganos de formación de una determinada voluntad política, de la voluntad estatal. Para Kelsen, la democracia, “(…) necesaria e inevitablemente requiere un Estado de partidos”. (Ibidem, p. 37)
En consecuencia, el partido que obtenga la mayoría de los votos será el encargado de fijar un determinado ordenamiento jurídico, a través del Parlamento, que permitirá lograr una cierta unidad a la pura diversidad inicial de los individuos dominados por intereses meramente particulares.
En realidad, la democracia del Estado moderno, es una democracia mediata, parlamentaria, en la cual la voluntad colectiva que prevalece es la determinada por la mayoría de los ciudadanos.

ORGANIZACIÓN POLÍTICA
La grave situación por la que atraviesa la Argentina consiste en que sus ciudadanos y dirigentes no se han puesto todavía de acuerdo en lo que respecta a la organización política que quieren darse.
Si bien es cierto que, a nivel normativo, Argentina asume la democracia representativa liberal, sin embargo, no sucede lo mismo en la praxis política. Esta última, en el peronismo, se funda en presupuestos políticos muy distintos a los de la democracia representativa liberal.
Una muestra palmaria de lo que refiero se manifiesta en los comportamientos diferentes que asumen los votantes de Milei y aquellos del peronismo derrotado. Los primeros, asumiendo los postulados de la democracia liberal representativa, entienden que Milei, al obtener la mayoría de los votos, tiene a su cargo el Poder Ejecutivo de la Nación Argentina durante cuatro años para ejecutar un plan de gobierno que se le planteó a la ciudadanía.
Los peronistas, por el contrario, entienden que el gobierno del vencedor no tiene legitimidad alguna desde el momento en que su plan de gobierno es contrario a la “voluntad popular”. Solo el peronismo puede y sabe explicitar esta voluntad del pueblo desde su misma aparición allá por la década del ‘40.
Con Milei, nos dirán los peronistas, el Estado se reviste de una voluntad contraria al querer originario del pueblo argentino. En realidad, el gobierno de Milei carecerá de toda legitimidad de ejercicio. De allí que sea completamente lícito terminar cuanto antes con el mismo. Toda operación llevada a cabo en este sentido equivale a ponerse del lado del pueblo.
Que quede bien claro: solo un gobierno peronista posee una absoluta legitimidad de ejercicio toda vez que vela por los intereses del verdadero pueblo argentino. El Estado argentino es peronista o, simplemente, no lo es. Los peronistas reeditan aquella frase de Luis XIV: ‘L’État, c’est nous’ (El Estado somos nosotros).
En el fondo de este conflicto reside, a mi juicio, una discusión que no se ha zanjado en nuestro país: la discusión en torno a la organización política. Insisto: si bien a nivel normativo ha sido resuelta, no sucede lo mismo en la praxis política.
Lo que veo con preocupación es una práctica ciudadana que vive de otros presupuestos frágilmente democráticos en torno a los cuales se agrupan no pocos argentinos.

* Doctor en Filosofía de la Universidad Católica de Córdoba.