Umbrales del tiempo

Julio Cortázar

Julio Florencio Cortázar nació en 1914 en Bruselas y falleció en 1984 en París. Fue escritor y traductor argentino, aunque también adoptó la nacionalidad francesa. Su padre era funcionario de la Embajada argentina en Bruselas y siendo Julio muy pequeño regresó a nuestro país, donde la familia vivió en Banfield, provincia de Buenos Aires. Varios años después, junto a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, entre otros narradores, Cortázar fue parte del boom literario latinoamericano de los años ’70.

SUS LIBROS
A partir de 1951 publicó los siguientes libros de cuentos: ‘Bestiario’, ‘Final del juego’, ‘Las armas secretas’, ‘Todos los fuegos el fuego’, ‘Octaedro’, ‘Alguien anda por ahí’, ‘Queremos tanto a Glenda’, ‘Deshoras’, ‘La otra orilla’ y los textos de relatos breves: ‘Historias de cronopios y de famas’ y ‘Un tal Lucas’.
También como novelista eximio escribió ‘Los premios’, ‘Rayuela’, ‘62 Modelo para armar’, ‘Libro de Manuel’, ‘Divertimento’ y ‘El examen’. Entre sus otras obras. que son innumerables, algunas de ellas que los críticos califican como Misceláneas están: ‘La vuelta al día en 80 mundos’, ‘Último round’, ‘Los astronautas de la cosmopista’, ‘Papeles inesperados’ y ‘Prosa del observatorio,’ entre tantos más. A estos escritos se sumaron cuatro obras de teatro, cuatro de poesía y decenas de textos de críticas, traducciones, cartas y discos grabados por él mismo contando sus experiencias o leyendo cuentos. En uno de esos discos declara divertido que al llegar a París fue relator de peleas de boxeo para una radio con el fin de ganarse la vida.
Su novela ‘Rayuela’, publicada en 1963, es considerada por los críticos como su obra más representativa y ejemplo ineludible del llamado ‘boom literario latinoamericano’ y hay estudios sobre su argumento y estructura particular.
Distintos autores han realizado biografías de Julio Cortázar, y directores de cine adaptaron algunos de sus cuentos a la pantalla grande, además de filmar documentales sobre el autor. Hay varias escuelas y una plaza en Buenos Aires bautizadas con su nombre y apellido.

ALGO PERSONAL
En 1970, en viaje de egresados del secundario en un tren a Bariloche, charlando con una chica me enteré de que existía un autor llamado Julio Cortázar. Su fanatismo me contagió y al volver a Buenos Aires devoré sus libros de cuentos. En 1972, Victoria Ocampo me trajo de París, donde él la visitó al hotel donde ella se hospedaba, un ejemplar de ‘62 Modelo para armar’ autografiado por Cortázar. Y en 1973 lo conocí personalmente en el viaje que hizo a Buenos Aires una vez recuperada la democracia.
Como todo adolescente le pregunté qué quiso decir en algunos de sus cuentos, como que era eso de que un hombre vomitaba conejitos, o si ‘Casa tomada’ era una metáfora de la retirada de la aristocracia ante el advenimiento del peronismo. De esto último me dijo que no, que sólo había sido un sueño, una pesadilla, que al día siguiente de tenerla lo escribió.
No necesito decir que la obra de Cortázar influenció enormemente a todos los escritores jóvenes de la época, entre los que modestamente me encuentro. Nada fue igual después de la publicación de sus libros. Cada aparición era correr a las librerías, leer ávidamente y sorprenderse. Su estilo siempre vanguardista utiliza el surrealismo como forma de representar la realidad. La principal característica de su narrativa fantástica es la aplicación de elementos insólitos y sugerentes.
Siempre parte de situaciones cotidianas que enganchan al lector y luego lo enfrenta a finales paranormales.

FINAL
En febrero de 1984 yo estaba participando como invitado de un programa de Radio Rivadavia muy tarde a la noche cuando en el informativo dijeron que Cortázar, de 69 años, había fallecido. Los presentes nos quedamos mudos como si se tratara de un querido familiar. Si bien su legado creativo sigue vigente y no ha envejecido para nada, este escritor que en los ‘70 y ‘80 salía en la tapa de los magazines gráficos de la época, enriqueció la juventud de varias generaciones y lo sigue haciendo en las clases de literatura moderna cuando alguna profesora comete el acierto de mandar a sus alumnos a leer sus cuentos. Lo aseguro yo, como docente, y por ser un cronopio que nunca lo olvida.