Suelo traer a esta columna a los protagonistas de hechos humanos relevantes, a científicos –argentinos o extranjeros- que con talento y perseverancia han hecho al progreso de la humanidad. También a artistas famosos o músicos eminentes.
Pero hoy, he querido referirme a un mafioso, que alrededor de 1930, cobró gran notoriedad. Lo acusaron de ser el Al Capone argentino.
Era estafador y asesino, que ordenaba secuestros, que manejaba las apuestas de carreras de caballos y que vendía protección, mediante amenazas. Jamás le probaron nada. Y él, don Juan Galiffi, un jefe mafioso con todas las características de su oficio, juró siempre ser totalmente inocente.
Apodado “Chicho Grande”, este siciliano llegó a la Argentina, con 18 años en 1910. Y se radicó en Gálvez, Provincia de Santa Fe. Allí tuvo un vertiginoso ascenso. También compró casas y viñedos en Mendoza y San Juan y caballos de carrera. Pero dicen que su rol de empresario era solamente una cortina.
Galiffi transformó a Rosario en la Chicago argentina. Montó un imperio mafioso asociándose a delincuentes tan eficaces como desalmados, a los que delegaba el trabajo sucio. Se le atribuyó el secuestro y muerte del estudiante Abel Ayerza y de Silvio Alzogaray, periodista del diario Crítica.
Pero la aparición del ingeniero argelino Alí Ben Amar el Sharpe, marcó un quiebre en la “sociedad”. Era en realidad, un italiano llamado Francisco Morrone, (luego apodado “Chicho Chico”) que quiso disputarle a Galiffi su liderazgo. Pero en Rosario como en cualquier ciudad, donde actuara la mafia, sólo podía haber un jefe. En 1933, los cómplices de Galiffi ahorcaron a su nuevo rival.
Galiffi, teniendo conocimiento de alguna denuncia en su contra, se entregó a la policía. Dijo que era víctima de calumnias. Aun sin pruebas concretas de su culpabilidad, igualmente es deportado a Italia en 1933. Allí, en su patria de origen supo ganarse la amistad de Benito Mussolini.
Galiffi murió en 1943, en plena Segúnda Guerra Mundial durante un bombardeo en Milán. Pero no falleció por las bombas. Lo sorprendió un paro cardíaco en su cama en un sanatorio milanés. Fue un 16 de febrero de 1943.
En general, los hechos de la mafia en Argentina, transcurrieron en el silencio y en el ocultamiento. En este caso, a veces por incapacidad de los funcionarios policiales y judiciales y otras veces –digámoslo- por corrupción de algunos de ellos.
El enigma principal de la historia fue el misterio de la vida de Juan Galiffi, alias “Chicho el Grande”, considerado el número uno de la delincuencia organizada. Nacido en Agrigento, Italia, un 9 de septiembre de 1892, llegó a nuestro país –repetimos- en mayo de 1910, con casi 18 años. Galiffi obtiene la ciudadanía argentina. Pero “los caminos sinuosos siempre terminan en la oscuridad.
Se traslada a Rosario este hombre fornido, bien parecido, siempre sonriente. Y durante varios años acrecienta su fortuna. Con carreras de caballos “arregladas” y otros negocios sucios. Hasta que sus secuaces matan a su rival, “Chicho Chico”. Es el final.
Es deportado, al no encontrarse pruebas. Luego el final que mencionamos antes. Un paro cardíaco a los 52 años pone fin a su agitada vida.
Pero hoy, he querido referirme a un mafioso, que alrededor de 1930, cobró gran notoriedad. Lo acusaron de ser el Al Capone argentino.
Era estafador y asesino, que ordenaba secuestros, que manejaba las apuestas de carreras de caballos y que vendía protección, mediante amenazas. Jamás le probaron nada. Y él, don Juan Galiffi, un jefe mafioso con todas las características de su oficio, juró siempre ser totalmente inocente.
Apodado “Chicho Grande”, este siciliano llegó a la Argentina, con 18 años en 1910. Y se radicó en Gálvez, Provincia de Santa Fe. Allí tuvo un vertiginoso ascenso. También compró casas y viñedos en Mendoza y San Juan y caballos de carrera. Pero dicen que su rol de empresario era solamente una cortina.
Galiffi transformó a Rosario en la Chicago argentina. Montó un imperio mafioso asociándose a delincuentes tan eficaces como desalmados, a los que delegaba el trabajo sucio. Se le atribuyó el secuestro y muerte del estudiante Abel Ayerza y de Silvio Alzogaray, periodista del diario Crítica.
Pero la aparición del ingeniero argelino Alí Ben Amar el Sharpe, marcó un quiebre en la “sociedad”. Era en realidad, un italiano llamado Francisco Morrone, (luego apodado “Chicho Chico”) que quiso disputarle a Galiffi su liderazgo. Pero en Rosario como en cualquier ciudad, donde actuara la mafia, sólo podía haber un jefe. En 1933, los cómplices de Galiffi ahorcaron a su nuevo rival.
Galiffi, teniendo conocimiento de alguna denuncia en su contra, se entregó a la policía. Dijo que era víctima de calumnias. Aun sin pruebas concretas de su culpabilidad, igualmente es deportado a Italia en 1933. Allí, en su patria de origen supo ganarse la amistad de Benito Mussolini.
Galiffi murió en 1943, en plena Segúnda Guerra Mundial durante un bombardeo en Milán. Pero no falleció por las bombas. Lo sorprendió un paro cardíaco en su cama en un sanatorio milanés. Fue un 16 de febrero de 1943.
En general, los hechos de la mafia en Argentina, transcurrieron en el silencio y en el ocultamiento. En este caso, a veces por incapacidad de los funcionarios policiales y judiciales y otras veces –digámoslo- por corrupción de algunos de ellos.
El enigma principal de la historia fue el misterio de la vida de Juan Galiffi, alias “Chicho el Grande”, considerado el número uno de la delincuencia organizada. Nacido en Agrigento, Italia, un 9 de septiembre de 1892, llegó a nuestro país –repetimos- en mayo de 1910, con casi 18 años. Galiffi obtiene la ciudadanía argentina. Pero “los caminos sinuosos siempre terminan en la oscuridad.
Se traslada a Rosario este hombre fornido, bien parecido, siempre sonriente. Y durante varios años acrecienta su fortuna. Con carreras de caballos “arregladas” y otros negocios sucios. Hasta que sus secuaces matan a su rival, “Chicho Chico”. Es el final.
Es deportado, al no encontrarse pruebas. Luego el final que mencionamos antes. Un paro cardíaco a los 52 años pone fin a su agitada vida.