Páginas de la historia

José Figueroa Alcorta

He manifestado más de una vez, que me place traer a esta columna seres humanos conocidos por su nombre, pero de los que se suele ignorar sus logros y su personalidad.

Se los recuerda porque numerosas calles de nuestro país e incluso pueblos o ciudades, llevan sus nombres.

Y no me refiero a los San Martín, Belgrano o Sarmiento, sino a muchos otros héroes de nuestra historia, que están como ocultos por el alto prestigio de los recién mencionados.

Hoy, entonces, me ocuparé de uno de esos hombres, al que los reflectores no los iluminaron como lo hubieran merecido. Me estoy refiriendo a José Figueroa Alcorta.

Y eso que fue Presidente de la República, de la Suprema Corte de la Nación y también Presidente del Senado de la Nación.

Este cargo le correspondió porque antes de ser Presidente de la Nación, fue Vicepresidente y en consecuencia –la Constitución lo dice- le correspondió ser Presidente del Senado. Fue el único caso, en que un mismo ciudadano, presidió sucesivamente los tres poderes del Estado: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.

Nació en 1860. Con sólo 22 años se doctoró en Derecho, en la Universidad de Córdoba, donde poco tiempo después fue Profesor de Derecho Internacional.

En 1904 es elegido Vicepresidente de la República, en la presidencia de Manuel Quintana.

Este fallece en 1906 y durante cuatro años José Figueroa Alcorta ejerce la presidencia, hasta octubre de 1910.

En esa época se descubre el petróleo patagónico en Comodoro Rivadavia. También le toca presidir las fiestas del primer centenario de la Revolución de Mayo. Su gobierno fue de orden y prosperidad para la República.

Le sucedió Roque Sáenz Peña.

 

UNA ANECDOTA

Y finalizo con una anécdota que define la hombría de bien y la honestidad de este preclaro ciudadano, en la época en que fue Presidente de la Nación.

El embajador de una potencia europea, lo visita en su despacho. Aclaro que se estaba tratando en el Congreso un importante ofrecimiento de barcos para nuestra Marina de Guerra, que ese país trataba de vender al nuestro.

Transcurría el año 1909.

Figueroa Alcorta se solía fracuentar con el embajador, pues ambos eran aficionados al golf.

El diplomático, luego de algunos minutos con comentarios superficiales sobre el golf, y otras banalidades, le dijo:

- Dr. Figueroa Alcorta: Ud. sabe que la venta de barcos a la Argentina está trabada en el Congreso. ¿No podría hacer algo para impulsarla?. Por supuesto que mi gobierno se lo agradecería.

- ¿Y cómo me lo agradecería?, respondió con aparente ingenuidad el Dr. Figueroa Alcorta.

- Bueno, eso lo arreglaríamos, continuó ya con más coraje el embajador.

- Sea más concreto, Sr. embajador.

Entonces el diplomático expresó una cifra.

- No. Es muy poco, dijo Figueroa Alcorta.

El embajador aumentó la oferta.

- Sigue siendo poco, agregó el Presidente.

- Pero Ud. no corre ningún riesgo, Sr. Presidente; se lo depositaríamos en el extranjero. Nadie lo descubriría.

- Se equivoca embajador. Mi conciencia lo está descubriendo ya. Y le agregó:  No le propino un puntapié como lo está mereciendo, por mi propia investidura. Pediré a su país que envíen un embajador honesto. Ud. deshonra a su patria.

Y este hecho quizá mínimo, demuestra la valía espiritual de José Figueroa Alcorta, un hombre que no ganó batallas, salvo la de la integridad moral.

Y un aformismo final para este preclaro patriota: “Muchos son el barniz. Pocos son la madera”.