Actualidad religiosa

Jesús, modelo del cristiano según San Francisco de Sales

En la amplísima obra de San Francisco de Sales, Jesucristo ocupa la atención principal; la Cristología del Obispo de Ginebra expresa indudablemente su amor y devoción, pero sobre la base de una profunda visión teológica inspirada en la gran tradición eclesial. Cristo es, ante todo, el Mesías, aguardado por los ángeles, los profetas -que predijeron su misión- y por las naciones. Esa misión quedó confirmada por los milagros y aprobada por las obras.
El desarrollo cristológico expone las verdades dogmáticas sobre el Dios hecho hombre: el Hijo es verdadero Dios e imagen perfectamente igual a su Padre, bienamado suyo, comienzo y fin de todo con primacía sobre la Creación. Es adorable, tabernáculo del Espíritu Santo y Rey inmortal de los ángeles y de los hombres; encarnado tiene dos naturalezas. Sigue –en el curso del pensamiento teológico sobre el Señor- la referencia a los misterios de Jesucristo. La concepción en María por la virtud del Espíritu Santo; desde el primer momento se ofrece a su Padre.
Una formulación curiosa, pero bien propia de Francisco, menciona la devoción del alma humana de Jesús por el Verbo. Los otros misterios: la Visitación, el nacimiento bendito en Belén, la circuncisión y en relación con ella la genealogía (registrada por los Evangelios de Mateo y Lucas), y la contemplación del Nombre de Jesús. Destaca, asimismo, la admirable sumisión a las leyes de la infancia, la pobreza y las lágrimas del Niño Jesús. Siguen la Presentación en el Templo, la Epifanía, la huida a Egipto y la permanencia en ese exilio. El regreso a Nazaret le da el nombre de Nazareno. Tienen su lugar, en una visión de la vida del Señor, el ayuno, la tentación y las bodas de Caná; la Transfiguración es como un anticipo de la Pascua.
La entrada triunfal en Jerusalén lleva a Jesús al Calvario. En este punto, la meditación contempla el dolor y el gozo, el amor –se le atribuye una importancia capital en orden a la redención-. El Señor Crucificado pronuncia siete palabras, padece la sed y dicta su testamento; en el Calvario Jesús adquiere los títulos de Salvador, Redentor, Mediador de la oración y la alabanza, nuevo Adán, nuestro Médico y Rey. A la muerte y sepultura siguen la gloria de Jesús resucitado y su Ascensión. En el cielo, el Señor continúa su Confiteor tibi Pater, y es el vínculo entre el cielo y la tierra.
CONDICION MODELICA
Esta síntesis de la cristología de San Francisco de Sales –más que síntesis enumeración de los posibles capítulos- sirve de marco al tema de su condición modélica del cristiano.
La cuestión del modelo, en general, procede de varios textos evangélicos que recogen la invitación de Jesús a seguirlo e imitarlo. En primer lugar, el diálogo con el joven rico, a quien el Señor miró con amor: “si quieres ser perfecto…”; la condición es despojarse de todos sus bienes y emprender el seguimiento. San Pedro invita con su ejemplo y el de sus demás compañeros: “nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Sigue la solemne promesa del Señor, el premio centuplicando los bienes abandonados y la vida eterna. Esta promesa es ratificada por lo que el mismo Jesús hizo de su existencia temporal en la tierra: vivió pobrísimamente y se sostenía con limosnas.
Reconoce Francisco que esas enseñanzas no son mandamientos absolutos, sino consejos saludables y ejemplos. De allí que el llamado a la perfección apela a la libertad y al amor de quien recibe la invitación. Así lo entendió siempre la Iglesia; asumir voluntariamente la pobreza es uno de los signos de la perfección y la santidad.
El Tratado del Amor de Dios contiene numerosas referencias a la necesidad del sufrimiento, aceptado de la mano de quien viene, la misma de la cual proceden los bienes; es necesaria la abnegación o abandono para alcanzar la plenitud del amor. Nuestro Señor le dio a elegir a Santa Catalina de Siena entre una corona de oro y otra de espinas; ella eligió la segunda "como más conforme al amor". La Beata Angeles de Foligny dice que es "una marca segura del amor", y San Pablo escribe (Gal. 6, 14; 2 Cor 12, 5. 10) que él "no se gloría más que en la cruz", en la debilidad, en la persecución.
La idea del abandono a la voluntad de Dios suele expresarse con la imagen de dejarse llevar por el beneplácito del Señor, "como un niñito entre los brazos de su madre, por una suerte de consentimiento admirable que puede llamarse unión, o más bien unidad de nuestra voluntad con la de Dios".
El amor de Dios al hombre se manifiesta especialmente en el amor de Jesús: " Aquel que habitaba en sí mismo habita ahora en nosotros y Aquel que era viviente desde los siglos en el seno de su Padre eterno fue después mortal en el seno de su Madre temporal; Aquel que vivía eternamente con su vida divina, vivió temporalmente la vida humana... Él miraba a menudo por amor, como lo hizo con el centurión y la cananea (Mt. 8,10; 15,28). Contempló al joven que había hasta entonces guardado los mandamientos y deseaba ser encaminado a la perfección". La ejemplaridad del amor de Jesús no responde a un esquema propiamente moral y exterior, sino que es una comunicación íntima de su mismo amor, que lo impulsó a entregarse por nosotros.
Las indicaciones precedentes destacan -todas ellas- la centralidad del ministerio de la Encarnación en la cristología de San Francisco de Sales. La finalidad del acontecimiento histórico de la encarnación del Verbo no ha sido solamente obtener la salvación de los hombres, sino también ofrecerles un modelo de vida
Una razón por la que nuestro Maestro eligió la muerte de la cruz fue para afirmarnos en la constancia, al ver que Él ha sufrido tan largamente y tantas ignominias... nos ha mostrado que no debemos fastidiarnos por la amplitud ni la cantidad de nuestros sufrimientos, aunque ellos durasen hasta el fin de nuestras vidas, ya que jamás podrían compararse con los que Él ha sobrellevado por nosotros.
Esta doctrina es perfectamente tradicional en la Iglesia, aunque el Obispo de Ginebra la expresa tan intensamente; para él se trata de un intercambio de amor; no es un "dolorismo" superficial y exagerado. Actualmente esta verdad está en retirada, porque la Iglesia del Concilio Vaticano II, y peor aún la del posconcilio, ha inclinado a los fieles a la búsqueda de la felicidad.
De allí una flojera que contrasta con lo que Francisco enseñaba con total naturalidad, a saber, que Cristo mismo nos ha mostrado con su ejemplo cómo debemos permanecer firmes en nuestras resoluciones.
Henri Bremond observaba en 1925 que "la espiritualidad de San Francisco de Sales ya no se distingue más de la espiritualidad católica. Somos todos salesianos, hasta tal punto que me atrevería a decir que la Introducción a la vida devota nos parece banal".
Casi un siglo después, ese juicio de la historia literaria del sentimiento religioso no se cumple ni en Francia ni en el resto de la Iglesia Católica. El Vaticano II, y sobre todo el posconcilio han hecho soplar otros vientos. Leer hoy a San Francisco de Sales nos conecta con la gran Tradición eclesial, traicionada u olvidada por el progresismo que ha impuesto universalmente sus inventos, y sus paradigmáticos acuerdos con el "mundo" contrario al Evangelio. Hay que volver a pronunciar en voz alta el Nombre de Jesús.