Páginas de la historia

Irving Berlinm

“La música nació para que el hombre pueda volver al Paraíso”. Si se le preguntase a alguno de los señores hoy por nuestros grandes músicos de tango mencionaría sin duda a Filiberto, a Troilo, a Mariano Mores. Y si a un amante de nuestro folklore se le hiciese idéntica pregunta, recordaría a Atahualpa Yupanqui, el de “Los Ejes de Mi Carreta”, de “El Arriero”, de “Camino del Indio”. Y también a Chazarreta o a Eduardo Falú.
Pero si esta encuesta se hiciese en los EE.UU., tres nombres surgirían de inmediato: Cole Porter, autor de “Noche y Día” y “Comienza el Beguin”; George Gerschwin el de “Rapsodia en Blue” y el tercer nombre es de alguien que murió a fines del siglo XX y que se llamó Irving Berlin.
Irving Berlin era cinco años mayor que Cole Porter y diez años mayor que Gerschwin, pero los sobrevivió a ambos. Agregó que Cole Porter, al autor de “Noche y Día”, vivió sólo 39 años.
BERLIN FUE UN HOMBRE MUY ESPECIAL
Algunos datos “curiosos” sobre él. Los derechos de autor en EE.UU. se cobran hasta 75 años de inscripta una canción. Por ende los derechos de su pieza musical “La Banda de Alejandro”, que compuso en 1911, a los 23 años caducaron en 1986. Berlin todavía vivía.
¡Cobró derechos de autor durante 75 años...! Habiendo nacido en Rusia -llegó a los EE.UU. a los cinco años- fue autor de la canción que se considera como el himno de ese país, “Good Save América”, “Dios Salve América”.
Sería como “La Cumparsita” nuestra. Y otra curiosidad. Poseedor de un extraordinario oído musical, nunca supo música.
Incluso llegó a ser un aceptable pianista con esa desventaja. No es el único caso, pero… los sonidos que brotaban de su fina sensibilidad los tenía que dictar a otros músicos.
Y así nacieron “Cielos Azules”, “Mejilla a Mejilla”, (“Cheek to Cheek”) y quizá la más famosa y el primer peldaño de su fama: “Navidad Blanca”, se llama. En Nochebuena prácticamente más de 150 millones de personas en EE.UU. la entonan desde entonces.
“Navidad Blanca” se grabó en 400 versiones diferentes.
Ganó con ella más de cincuenta millones de dólares y la cantaron todos los grandes: Al Johnson, Sinatra, Judy Garland, que era la madre de Liza Minelli y Bing Crosby. Berlin compuso en total más de 1000 canciones. Pero todo esto que destaco no alteró su equilibrio y su paz interior.
Este hombre bajito, enamorado de la quietud del hogar y de la vida familiar escapó de la artificial felicidad de la llamada farándula. En 1942 le otorgaron el Oscar de Hollywood a la mejor música de película. Estuvo nominado precisamente con Cole Porter y Gerswin nada menos y se lo otorgaron a él.
Al día siguiente le preguntaron que había sentido esa noche. Contestó:
-“Mi mejor momento lo viví quince minutos después de recibir la estatuilla.”
-“¿Cómo quince minutos después?”, le dijo el periodista. -“Sí. Así fue”, le respondió el músico, “estando ya en la vereda del teatro”, y agregó: “Observé el hermoso cielo estrellado y respiré un perfume de glicinas de un jardín cercano. Comprendí que eso era felicidad real y pura”.
Y finalizó con una anécdota que lo define como hombre. Berlin, que había ido al colegio sólo hasta los ocho años, decidió siendo ya muy adinerado, donar los derechos de algunas canciones a distintas instituciones de bien público.
¡Y se trataba de millones de dólares! Y dio la siguiente orden a su representante.
-“Lo que se recaude por “Cielos Azules” es para los ancianos de mi país. Lo de “Mejilla a Mejilla” para estudios sobre el cáncer. Lo que cobre por “Sombrero de Copa”, que sea para los huérfanos de la Primer Guerra Mundial.”
Todo esto lo hizo siempre con bajo perfil. Porque el altruismo nunca armoniza con la estridencia. Cuando un 23 de septiembre de 1989 se extinguía durante el sueño, la vida de Irving Berlin nacido en Rusia, de religión judía, norteamericano por elección, el mundo sintió un vacío. Y digo el mundo “porque los grandes del arte siempre derriban fronteras. Y la muerte de un elegido no es una muerte individual”. Y a este ser humano en el que el hombre no fue menos que el artista quiero dedicar este aforismo: “El homenaje a un muerto ilustre no lo resucita. Pero lo ilumina”.