Inocultable

El Presidente de la República se va tomando la costumbre de aprovechar los viejes internacionales para decir lo que no se anima a decir en nuestro país. Provoca de ese modo un daño que va mucho más allá del mal gusto, porque así como entre nosotros no debe casi haber quien no se avergüence de saberlo, tampoco afuera nadie que importe podrá dejar de subvalorarlo. Y aunque él quiera creer lo contrario, ese insoportable estilo toquetón que repite ante toda autoridad extranjera como si fuera un pegajoso pariente maleducado, difícilmente lo favorezca.

Encima, el artificial modelo sans façon que multiplica desde su introducción por el gobierno anterior pero luce con ribetes inevitablemente más ordinarios, acentúa una progresiva, abultada obesidad que lo torna particularmente vulgar. Él, los suyos y los contrarios vienen hoy a mostrar desde los jeans aquello de “Lee identifica” de los viejos años setenta, que ya entonces reconocíamos en la abyecta acepción de “hace idénticos”.

¿Tantas líneas gastadas sólo para una caracterización estética? No, es que verdaderamente “el rostro es el espejo del alma” y, en el caso de nuestro primer mandatario y sus adláteres ese rostro se ha ido fijando en la más hipócrita de las expresiones, que se arrastra urbi et orbi sin pudor. ¿Así que Fernández, que no puede en su guerra frente a la Vicepresidente, le ha llevado a Macron la fórmula secreta para terminar con la guerra de Ucrania? ¿Así que va a cascotear al incompetente Biden a quien al mismo tiempo ha rogado una entrevista? ¿Así que va a seguir golpeando al FMI mientras vuelve a pedirle crédito para seguir en el juego de nuestra deuda eterna?

Del mismo modo que hoy Europa se ve arrastrada tras los vaivenes de los mismos intereses económicos que marcaron una Unión que expresamente no quiso ser sino monetaria, del mismo modo en que se ha dejado encerrar en una guerra que muy probablemente no hubiese tenido lugar si hubiera sido capaz de amalgamarse tras el espíritu que la vio nacer y Benedicto XVI se ocupó infructuosamente de recordarle, tampoco la Argentina va a encontrar salida si -como coinciden gobierno y oposición- sigue malentretenida en un absurdo y destructivo debate entre “Estado sí, Estado no”. Cuando de ese falso dilema sólo saldrán beneficiados los políticos, que siempre tendrán trabajo en el derrumbe que provocan.

En efecto, esos políticos de uno y otro lado a los que se define bien como casta, pero a los que no se plantea cómo combatir. Políticos que menosprecian y aplastan a la Justicia, cuya independencia ha sido la única proposición virtuosa de la por lo demás nefasta Revolución Francesa.

A tal casta no se la destierra a gritos ni con insultos para la tribuna. Ni siquiera con la “boleta única de papel” que, aunque mejor que la lista sábana, dejará resquicios para la manipulación de los vagos y mantenidos del sistema. 

Es necesaria una profunda modificación del sistema electoral que dé lugar a que los representantes de todos los niveles sean elegidos desde la proximidad de los ciudadanos en los municipios, y vayan constituyendo una pirámide hasata llegar incluso al Presidente. Y que, al mismo tiempo, ninguno pueda volver a ser elegido si no lo es en ese nivel original. Eso y la supresión del monopolio de los partidos políticos establecido por el pacto entre Menem y Alfonsín no van a construír una república ideal, pero sí una menos manipulable, mejor que la que sufrimos. Sin necesidad de ninguna reforma constitucional que se use para subvertirnos. 

Porque la Argentina real no es esta nación degradada hacia la que insisten en empujarnos.