Indexación y crédito, dos medidas para salir adelante
Por Juan Jose Guaresti (nieto)
Existen dos medidas que pueden mejorar rápidamente la situación económica y consisten en derogar la ley que prohíbe la indexación de la moneda y derogar la ley que dispone sancionar con impuestos a los créditos bancarios.
Hace bastantes años que la Corte Suprema de la República Argentina decidió que la indexación de las obligaciones que se contrajeran estaba permitida. Esta decisión puso la verdad de las obligaciones como algo que les añadía certeza y justicia: las deudas y los créditos dejaban de ser nominales o sea ficticios en la práctica.
Se vivía la realidad de la vida y el monto de las deudas y los créditos eran igual al que tenían en origen añadiéndole aquello que la inflación había, en esencia, disminuido.
Lamentablemente llegó la “Convertibilidad” con inmenso poder y se dictó la ley 23. 928 donde se impidió indexar las obligaciones. Está rigiendo hasta hoy, con lo cual se ha causado un daño colosal: los argentinos no podemos ahorrar con indexación dispuesta en los depósitos por lo cual los bancos no reciben fondos con voluntad de dejarlos temporalmente en ellos.
Los bancos reciben dinero para hacer pagos enseguida de manera que los bancos no tienen depósitos bancarios que perduren en su seno, por lo que esas entidades tienen escasa capacidad para prestar dinero, que es la condición esencial para su trabajo.
De esta manera se ha demolido al sistema bancario argentino lo cual no solo ha herido gravemente a las mencionadas entidades sino a toda la economía nacional. Las empresas no obtienen el monto de los préstamos que imperiosamente requiere su desempeño y desde luego la creación de riqueza.
Esto ocasiona la cantidad de gente sin trabajo que existe y que busca desesperadamente cualquier empleo sin hallarlo porque las empresas no tienen forma de progresar serenamente: no tienen crédito pues los bancos no reciben los depósitos que exige su correcto desempeño. La ley 23.928 nos ha condenado a la pobreza.
Si queremos salir de ella es preciso derogar dicha ley y tener un sistema como el de Chile donde abunda el crédito, el largo plazo y bancos con ganancias importantes pese a que el costo de un préstamo es incomparablemente inferior al nuestro.
Cuando se sancionó la ley 23.928 se dijo que había que impedir la indexación porque esta acarreaba inflación. Nada más equivocado. Lo que acarrea inflación es la caída de la producción que estamos observando, el cierre de empresas, las ventas de empresas extranjeras que quieren irse de nuestro suelo, la pérdida de empleos, la virtual inexistencia de reservas del Banco Central y lo peor de todo, la tristeza y desesperanza que se observa en el rostro de mucha gente que, no obstante, quiere a su Patria al extremo que la homenajeó el 9 de Julio.
Ese estado de ánimo y ese temor a perderlo todo porque el interesado no tiene dinero para pagar el remedio que lo salvarían a él, a ella o a su familia, se origina debido a la ausencia de indexación de la moneda y por ende de la expansión del crédito.
El principal precio de todos los que hay en el mercado es el precio de la moneda. Cuando hay inflación hay que quitarle mediante la indexación, su maligna influencia en el valor real de la moneda argentina. Como no podemos hacer esto por la ley mencionada, es como prohibirnos ahorrar en dicha moneda o sea impedir que los bancos reciban el dinero indexado necesario para realizar su labor esencial: prestar dinero de real valor.
El sistema bancario actualmente solamente entrega el dinero que tiene de los depósitos que se le efectúan para pagar obligaciones inmediatas. No hay ahorro bancario para el pueblo y los bancos, por ende, carecen de dinero para prestarlo.
El perjuicio para el sistema bancario es muy grande pero el perjuicio que se ha causado a los que necesitaban un préstamo es mucho peor. En la economía argentina, como en todo otro país, los prestamos ayudan a su desenvolvimiento de manera que aquí hemos sido seriamente perjudicados por la ausencia de indexación. Urge salir de este inexplicable error.
Existe algo muy importante que parecen ignorarlo estudiosos que sí lo saben: la moneda tiene “velocidad”, que es el tiempo que tarda la gente en desprenderse de la moneda que recibe. En ningún caso, que sepamos, nadie guarda dinero en un banco porque en unos pocos días ese dinero se transforma en una porción insignificante.
La forma de ahorrar en un banco debería ser como en Chile, o algo parecido, que pasados dos meses es automáticamente indexado por el costo de la vida con un interés. Esa suma es lo que le devuelven al depositario. Chile es un verdadero ejemplo en la materia.
La economía creíble es solamente la que se ampara en hechos indiscutibles, no en el establecido por una decisión personal sin base en la realidad.
En nuestro sistema bancario se cobran dos impuestos sobre los créditos: 1) El impuesto sobre el valor agregado o sea el 21% y b) ingresos brutos con el 8%. Quiere decir que hay poco crédito y el que hay es carísimo.
Además, los créditos personales hay que pagarlos en cuotas mensuales, la primera de las cuales se deben pagar desde el primer mes o sea que son muy elevados. Desde el punto de vista de los bancos con este precio se tienen pocos deudores, y de allí que el sistema bancario argentino es muy pequeño en comparación con el tamaño que tenía antes del 4 de junio de 1943.
En el libro que considero de inexcusable lectura para las cuestiones monetarias, titulado La moneda virtual -de Guillermo Laura y Ergasto Riva-, se dice que el crédito interno en el año 2011 era en Brasil el 64% en la relación con el Producto Bruto Interno y en Chile, del 79%. En Argentina teníamos el 18%.
Podemos estar seguros que si derogamos estos impuestos e indexamos los depósitos y los préstamos, el Fisco va a recaudar mucho más que ahora porque la economía, la gente y los bancos tendrán más dinero.
Si queremos salir del pozo en que nos hallamos tenemos que indexar la moneda y avisarle al Fisco que si rebaja los impuestos razonadamente y se estimula la expansión de la economía, va a recaudar mucho más.
Recuérdese la anécdota histórica de Henry Ford, cuando fabricó un automóvil muy sólido y lo vendía más barato que el costo de fabricarlo, de manera que todo el mundo le dijo que iba a fundirse. Erraron, porque vendió 18 millones de Ford T.