Mirador político

Incorregibles

La semana pasada Cristina Kirchner repudió expresiones antiperonistas de Peter Lamelas, embajador designado para la Argentina por Donald Trump. Con la intención de descalificarlo lo comparó con su lejano colega, Spruille Braden, que se enfrentó a Juan Perón en 1945. “Hace exactamente 80 años era Braden o Perón. Ahora es… Lamelas o Argentina. Vos elegís”, tuiteó la expresidenta.

Esta semana los diarios reprodujeron en sus tapas las gestiones del Gobierno para que los ciudadanos argentinos puedan ingresar a los Estados Unidos sin visa. El despliegue informativo era proporcional al interés de un amplio sector de la población que tiene ese país como meca apenas el tipo de cambio le permite peregrinar a Miami o New York; que sueña con instalarse en él, disfrutar de su estilo de vida o simplemente conocerlo.

Ese fenómeno suele ser limitado erróneamente a la clase media. Erróneamente, porque Javier Milei obtuvo en las presidenciales el 56% de los votos prometiendo la dolarización. Puestos a elegir entre “soberanía” monetaria o escaparle a la inflación crónica que los ha empobrecido, los votantes eligieron masivamente la última alternativa.

La expresidenta no recurrió por azar a la caduca disyuntiva Braden o Perón. Lo hizo porque quería que los suyos identificaran al “enemigo” y porque el discurso populista está cristalizado. No puede evolucionar. El problema para los populistas es que la sociedad sí lo hace. Hasta el punto de elevar al poder a un ilustre desconocido, que aplicó un ajuste homérico y combate en soledad contra un régimen corporativo que ha paralizado el desarrollo del país durante ocho décadas y que colapsó por su propia inviabilidad.

Y esto último ocurrió porque es infinanciable, no por culpa de los enemigos de la patria. Las sucesivas crisis monetarias y de deuda pública lo han demostrado hasta el hartazgo.

Aun con su estilo esperpéntico, el actual presidente parece haber conseguido convencer a una parte decisiva del padrón de que el rumbo económico tomado en 1945 fue el equivocado. No puede haber consumo sin producción, ni producción sin capital. Y no habrá capital si la dirigencia política lo despilfarra continuamente en demagogia o se lo apropia vía corrupción.

Con su “batalla cultural” Milei está empeñado en demostrar ese error originario. Derrotado el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, la dirigencia nativa optó por reproducir el régimen perdedor, mientras los Estados Unidos emergían del conflicto como la primera potencia de Occidente. Cuarenta años más tarde salieron de la Guerra Fría como primera potencia mundial. La pifiada geopolítica de los gobiernos que eligieron como enemiga a la Casa Blanca fue monumental. El patrioterismo salió carísimo.

Más allá de cualquier interpretación histórica, el problema actual de Cristina Kirchner no es el señor Lamelas ni su antiperonismo, sino la agonía de un régimen inviable. Alberto Fernández entregó el poder a las puertas de otra hiperinflación y con más del 50% de pobres. No hay Braden que pueda ocultarlo. En las elecciones de 1946 el populismo podía ser una promesa, ocho décadas después, es una amarga experiencia y una pesadilla interminable.