In memoriam de José Mujica
Años atrás se popularizó en la Argentina un sketch televisivo que personificaba a un Figuretti, es decir al prototipo del tilingo criollo afecto a aparecer fotografiado junto a cuanto personaje destacado se le ponía adelante. Modestamente yo no duermo de ese lado, como sí tantos seres enloquecidos por la notoriedad a cualquier precio, sin excluir el ridículo.
Sin embargo, qué no hubiera dado por conocer al presidente José Mujica. Y qué no por emularlo en algo en su conducta cívica, sabiduría, prudencia y sencillez estoica. Pero solamente lo vi en los noticieros y escuche sus siempre atinadas observaciones que solían trascender la política y alcanzaban vuelo de filosofía práctica, en el espacio que tuvo por varios años en un programa radial matutino a cargo del periodista Gustavo Silvestre. Entre paréntesis me acabo de enterar que esas charlas de Mujica, han aparecido en fecha reciente reunidas en un libro que lleva prólogo nada menos que del Papa Francisco. Cabe pues reconocer que Dios reúne a sus ovejas, sea alrededor de la fe o de la virtud de la caridad y el amor al prójimo; y que ahora, junto al Creador, el ateo y el creyente verán desde la perspectiva eterna la confusa y cruel realidad actual que a uno y otro tanto afligió y uno y otro buscó remediar.
Pocos meses atrás, al hacerse público lo irreversible del cáncer de esófago que padecía Mujica, un grupo de notorios artistas de nivel internacional se dieron a escribirle poemas y canciones. El español Joaquín Sabina, el cubano Silvio Rodríguez y el argentino León Gieco, entre otros cantautores, fueron de la partida. Desde su mítica chacra uruguaya, el Tupa Presidente, acompañado por su compañera de vida Lucía Topolansky, agradeció el gesto emocionado.
Siendo el más modesto de los escribidores locales -para decirlo con un término empleado para sí otrora por Vargas Llosa-, y no ruborizarme al confesar que hubiera querido también acercarle alguna composición poética inspirada en su persona y trayectoria ejemplar, debería hablar en tercera persona. Ciertamente, para comentar apagando un poco la intensa contrariedad que me embargó entonces el hecho que no pude concretar ese deseo, debido a ignorar cómo hacérsela llegar a su retiro en Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo.
Trascurrió muy poco tiempo hasta recibir, apenas pasado el mediodía porteño del 13 de mayo, la noticia de la muerte de Pepe Mujica. Y como la tristeza es inspiradora, aquellos imaginados versos para homenajearlo en vida, me vinieron aquí y ahora mismo en tono elegiaco. Dicen ellos, en los catorce endecasílabos de un soneto:
A José Mujica, In memoriam:
Me dio una manta azul sobre mi cuna
la sensación primera del abrigo.
Después crecí, movido como duna,
fijándome el invierno su castigo.
Su ventisca entrenándose conmigo,
rota en menguantes cada llena luna
y anegada la espiga de algún trigo
para en el alma disponer la hambruna
de pan crujiente entre holocaustos vanos.
A la disposición de abiertas manos
marcó el mundo por siempre un rumbo opuesto.
Y ambulo así: capitalismo en brío.
Pero mi manta azul vi en tanto gesto
de usted, muerto hoy de cáncer. Yo de frío.