LOS PRIMEROS CIEN DIAS

Improvisación

Carente de programa, experiencia y equipo Milei aprende a gobernar gobernando, un drama político y humano hasta ahora sin resultados.

Por estos días, los argentinos somos testigos, y también protagonistas, de un drama político y humano que no tiene precedentes propios y probablemente tampoco ajenos. Drama es todo lo que se representa, lo que aparece a los ojos. Y lo que aparece ante nuestros ojos, en buena medida gracias a la televisión, es un nuevo gobierno con un drástico y ambicioso proyecto de reformas políticas y económicas, propuesto por un presidente que lo conduce con modos disruptivos y convicción mesiánica, acompañado por un elenco burocrático en general de extracción corporativa y sin mayor historia en la función pública que tiene la misión de llevarlo a la práctica.

Pero lo que hacen los actores en escena no es lo más interesante del drama, sino lo que esas acciones sugieren; no es la trama que se desenvuelve al alzarse el telón, sino el envés de esa trama, los hilos que se cruzan por detrás para dibujar la figura que vemos. Y el envés de esta trama, al que accedemos en buena medida gracias a la crónica escrita, revela un gobierno que, si bien tiene objetivos claros, carece de programa para lograrlos, es conducido por un líder inexperto que jamás se preparó para ese nivel de responsabilidades, al que acompaña un equipo de colaboradores reunido al azar, desparejo en sus capacidades, cuyos miembros apenas si comienzan a conocerse entre sí.

Nunca podríamos entender este momento de nuestra historia si no prestáramos atención simultáneamente tanto a lo que se ve como a no se ve, al drama político y humano que representa un programa de gobierno radical en sus intenciones pero cuya ejecución se va dibujando y corrigiendo cada día, un presidente que va aprendiendo sobre la marcha los gajes del oficio, un conjunto de asistentes que se reconfigura continuamente, seguramente al compás de los dos procesos anteriores, y que alcanzados los primero cien días de gobierno todavía no ha logrado completarse.

Estamos frente a un drama que se escribe a medida que se desenvuelve la acción. El género no es novedoso: en la jerga teatral se lo conoce como improvisación. Una improvisación a cargo de actores no profesionales, más o menos conducidos por un director de escena apasionado e imaginativo, seguro de su talento y convencido de que le espera el aplauso, que va proponiendo el guión a medida que avanza el espectáculo, sorteando dificultades y giros inesperados. Y afrontando, incorporando a su juego, los condicionamientos que le imponen la sala alquilada y los actores profesionales que por contrato debe sumar a su representación.

El público juega

Como en los experimentos más audaces del teatro moderno el público no es aquí ajeno a la acción. Es más, está obligado a participar. Los actores lo interpelan, lo seducen, lo insultan, lo someten a rigores impensados, le imponen sufrimientos, lo humillan y le prometen al mismo tiempo un gran final brillante con toda la compañía. A la vez agobiado y fascinado, el público se entrega al juego como quien forma parte de un reality show, acompaña con entusiasmo o resignación la danza que le propone el maestro de escena, y su interés no decae mientras el drama que lo envuelve se desenvuelve. Dicen los encuestadores.

Quizás sea esa fascinación ante lo desconocido lo que todavía sostiene las expectativas respecto de un gobierno que en sus primeros cien días de gestión no ha logrado aprobar una ley ni anotar un punto en favor de una ciudadanía agobiada por décadas de decadencia, empobrecimiento y falta de rumbo. Nada. El oficialismo se enorgullece de una baja de la inflación conseguida a fuerza de una vertiginosa licuación de pesos y de una recesión inducida y brutal, y se vanagloria de un equilibrio fiscal conseguido a fuerza de postergar pagos a las provincias y los proveedores, y de reducir a niveles miserables los haberes jubilatorios.

Nada de eso es sostenible en el tiempo. Y el tiempo corre.

Para explicar esta impotencia hay que volver a los tres factores deficitarios mencionados al comienzo: programa, liderazgo, ejecución.

Sin programa

A pesar de sus baladronadas de campaña, cuando Javier Milei se impuso en el ballotage carecía de programa alguno, más allá de cierto conjunto de medidas básicas que consideraba imprescindibles para empezar a sanear la economía. En ningún momento había denunciado urgencias, ni la necesidad de tratamientos drásticos y perentorios. Al contrario, siempre dio a entender que era posible un procedimiento progresivo, separado incluso en generaciones, de tal manera que los cambios resultaran lo menos gravosos que fuese posible para una población que ya venía fuertemente castigada.

Entonces, vaya uno a saber movido por qué razones, tal vez queriendo dar mayor espesor a sus medidas básicas para que lucieran como un programa, tal vez buscando impresionar con la amplitud y la contundencia, cometió el primer error de su flamante gestión: compró llave en mano un paquete de iniciativas, reformas y derogaciones legislativas compiladas por Federico Sturzenegger en consulta con lobbistas sectoriales, muchas de ellas contradictorias con el interés nacional, contradictorias entre sí, y contradictorias incluso con las ideas defendidas por el propio Milei.

A ese paquete el Presidente agregó sus ya conocidas iniciativas básicas, y reunió todo en dos instrumentos normativos gigantescos cuya aprobación perentoria e indiscutida reclamó al Congreso. Ése fue su segundo error. Milei y sus nuevos consejeros creyeron que iban a impresionar a una clase política todavía aturdida por el resultado electoral arrojándole más de un millar de modificaciones legislativas por la cabeza, y a convencer de su necesidad y urgencia a una ciudadanía que todavía no había asimilado el impacto de las transformaciones desatadas por su propio desempeño electoral.

Nada de eso ocurrió. Los actores profesionales del drama nacional se recompusieron rápidamente, cada uno haciendo lo que mejor sabe hacer: la izquierda provocó disturbios en los alrededores del Congreso, la CGT organizó el paro general más temprano que haya soportado gobierno alguno, y los legisladores lograron voltear totalmente uno de los mamotretos legislativos y parcialmente el otro, que los partes médicos describen como con respiración asistida y pronóstico reservado. El gobierno no encontró mejor respuesta que extorsionar a las provincias para que sus gobernadores incidan sobre la conducta de diputados y senadores.

El tercer error de Javier Milei fue haber confiado la conducción de la economía a un operador de mesas de dinero como Luis Caputo. El ministro hizo lo que han hecho muchos gerentes financieros en la historia de las empresas fallidas: mostrar al directorio un balance positivo, ocultándole al mismo tiempo que la manera de lograrlo conduce inevitablemente a la quiebra de la compañía. Sus decisiones han sido tan brutales como insostenibles, y en todos los casos inconducentes porque no resuelven nada de fondo. Su éxito depende de tantas variables que más parece un juego de dados que un ejercicio racional.

EL LIDERAZGO

Todo esto lleva a reflexionar sobre el segundo de los factores anotados, el del liderazgo. El liderazgo implica primero saber escuchar, porque el líder no lidera cuerpos inertes sino personas con sus propias necesidades, intereses, opiniones y extravagancias; implica seguidamente saber decidir, en oportunidad (lo que hoy funciona, mañana tal vez no) y en alcance (lo que se decida debe ser de cumplimiento posible); e implica, por último, como insistía Fernando Henrique Cardozo, saber explicar: el liderado debe conocer, dentro de límites razonables, qué se le exige, por qué, cuáles son los resultados que se esperan, y en qué plazos.

Según dice Mauricio Macri, el Presidente sólo escucha a su círculo más estrecho, que incluye a su hermana y su jefe de gabinete. A juzgar por los ejemplos citados más arriba, su sabiduría en cuanto a la toma de decisiones no ha demostrado ser particularmente notable. Y la voluntad de explicar sus arbitrios ha sido nula: desde que llegó a la presidencia sólo ha conversado con periodistas que no le hacen preguntas (con excepción de Samuel Gelblung), y la única vez que se dirigió a sus votantes, en un aparte de un discurso más amplio, fue sólo para pedirles “confianza y paciencia”.

La comunicación oficial transita por dos canales favoritos: las gacetillas formales de la Oficina del Presidente, en general encaminadas a instalar la lógica favorita del populismo (ellos o nosotros), y los mensajes por las redes sociales, especialmente en Twitter (X) donde Milei participa activamente, en general orientados a insultar y descalificar de la manera más torpe a cualquiera cuya opinión adversa mortifique al gobierno. Ambos canales se emplean también para promover como hazañas tonterías irrelevantes pero emotivas como el cierre de Télam, la venta de autos oficiales, o el traslado de los funcionarios en vuelos de línea.

Según denuncias periodísticas, el Gobierno aparta fondos reservados de la agencia de inteligencia para solventar una verdadera tropa de activistas de las redes, que usan cuentas pagas de Twitter (X) para atacar masivamente a figuras circunstancialmente urticantes para el oficialismo: los hemos visto, en ocasiones sucesivas, ensañarse con el gobernador de Chubut Ignacio Torres, con la vicepresidente Victoria Villarruel, y con el presidente de la Unión Cívica Radical Martín Lousteau.

LA EJECUCION

El tercero de los factores mencionados es el de la ejecución. Milei ha dejado en claro que su prioridad es la macroeconomía, la seguridad y las relaciones exteriores. De Luis Caputo ya hemos hablado, de Patricia Bullrich sólo cabe decir que se empecina en combatir el narcomenudeo en lugar de impedir que la droga ingrese al país, o por lo menos ingrese a Rosario, con lo que también atacaría la corrupción policial, judicial, política y financiera relacionada con el narco. Diana Mondino ha contribuido en su área con una serie de bloopers lesivos para los intereses nacionales, como los que tuvieron que ver con Malvinas o con el ingreso a los Brics.

El resto de la gestión estatal parece ser para el flamante Presidente un mundo extraño, por el que no siente demasiado interés y del que con gusto se desprendería. Salud, educación, justicia, cultura, deporte se le presentan no mucho más que como problemas presupuestarios. Varias de esas áreas quedaron bajo la conducción de Sandra Pettovello, en un megaministerio llamado de Capital Humano, cuyos funcionarios asumen, renuncian, cambian de ubicación y se reciclan a ritmo vertiginoso sin haber logrado ninguno de ellos definir alguna política digna de mención.

Hay muchas áreas del Estado cuyos responsables todavía no han sido designados, y en el mejor de los casos continúan a cargo de los funcionarios del gobierno anterior, simplemente porque en La Libertad Avanza nunca nadie se puso a pensar seriamente en el tema, porque no había nadie que lo hiciera o porque nunca nadie creyó seriamente que llegarían al gobierno. El programa de privatizaciones que contempla la administración Milei tiene más que ver con el interés de algunos por quedarse con determinadas empresas estatales que con un plan de racionalización meditado y responsable.

APRECIADO

Milei se acerca al límite de ese período de tolerancia concedido siempre a todo gobierno que se inicia. Su nivel de aprecio sigue siendo alto, en buena medida porque la población sabe que muchas de sus penurias vienen de lejos, y entiende que su agravamiento presente tal vez sea parte de la sanación futura. Y también en buena medida porque la población cree en la honestidad del presidente: nadie dio demasiada importancia a la especie de que se había aumentado el sueldo a escondidas. Milei está todavía a tiempo de corregir el rumbo, revisar su elenco de colaboradores, retomar sus promesas electorales, repasar sus videos de campaña y restablecer el diálogo con sus votantes.

“Aprendiendo a vivir se va la vida”, dice el refrán. El Presidente está aprendiendo a gobernar gobernando; esto ocurre siempre, en verdad, y siempre es difícil. Y más difícil en las circunstancias actuales de nuestro país. El Financial Times cerró su entrevista a Milei con esta frase suya: “¿Cómo me puede ir mal si estoy haciendo exactamente lo que dicen los libros?” El diario inglés llamó así la atención sobre la debilidad mayor del Presidente: su confianza ciega en la ideología, en los modelos matemáticos.

Pero una Nación no es un modelo matemático, ni una hoja de balance. Una Nación es un organismo vivo, con su historia, sus ambiciones, sus sueños, sus orgullos y sus vergüenzas, su celosa defensa de la tierra y de la prole. Una Nación está integrada por personas que piensan como él y personas que piensan diametralmente lo opuesto, personas que lo quieren y personas que lo detestan, personas que creen en un Dios, en otro Dios o en ninguno. Su misión es amalgamar sus voluntades y lograr que lo sigan. Si no la política, la convicción mesiánica del presidente debería ayudarle a comprenderlo.