ENTREVISTA A THIBAULT DE MONTAIGU, AUTOR DE ‘LA GRACIA’

Historia de una conversión

Existen personas que manejan un aura diferente. Por herencia, por autocontrol o simplemente porque es inherente a su histrionismo, lo cierto es que son distintos. También puede ser por sus relatos o vivencias, pero quien certifica ser “conde” por vestigios sanguíneos de un árbol genealógico que lo retrotrae a la nobleza francesa, automáticamente lo posiciona en otro estrato, por más que el mismo protagonista se ría de su título.

Thibault De Montaigu, una de las personalidades más disruptivas de la escritura francesa actual, presentó en Buenos Aires La gracia, su primera novela traducida al español, con la cual inaugura la trilogía con que abordará las temáticas “santos”, “héroes” y “poetas”, tres tópicos muy presentes en su historia familiar.

“Soy conde por herencia de uno de mis bisabuelos. Es un título que viene de la época del Rey, que sólo servía para ser recibido en la Corte, un rango absolutamente distintivo y soñado. Pero hoy no me genera nada, es anecdótico. De hecho no me interesa ni que se sepa, pero los periodistas argentinos siempre están un paso adelantados”, dice entre risas en plena promoción de su visita al último Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba).

En su novela, De Montaigu cuenta una revelación religiosa que lo corrigió de un estado depresivo en el que estaba y que le trajo a primer plano a su tío llamado Christian, del cual sólo sabía que era Monje Franciscano.

“La realidad —señaló— es que al principio quise escribir otra historia, sobre un caso policial que me fascinaba, y que al día de hoy es el más importante de la historia de Francia. Un burgués, padre de familia, el supuesto hombre ideal, que mató a toda su familia y desapareció. Hasta hoy nadie lo encontró. La fascinación por un personaje que parecía normal y sin antecedentes pero que se terminó volviendo un asesino feroz, desapareciendo en una época donde no es tan fácil desaparecer, por la tecnología y los métodos de búsqueda. Investigué mucho pero siempre llegaba a callejones sin salida, hasta que un día conocí el monasterio donde él hacia retiros cuando era adolescente y pensé que sería el lugar ideal para que un asesino se escondiera; por eso de que los monjes hasta cambian de nombre cuando se convierten. Pero muy alejado de mi objetivo, lo que descubrí en ese sitio fue una cercanía a Dios como nunca antes, que me cambió muchas prioridades”.

—En su libro explica que en ese momento usted estaba inmerso en una profunda depresión y eso lo salvó.

—Fue la experimentación de una alegría que desconocía hasta ese momento, de la misma que habla Teresa de Lisieux, una santa francesa del siglo XIX. Una alegría de la que poco se puede decir o explicar, sino sentir en los lugares más dicotómicos, como puede ser una cárcel o un hotel de lujo. Te habita y te modifica la perspectiva. Eso confluyó también en descubrir a ese tío monje que tenía una vida anterior llena de excesos, descontrol y experiencias al límite. Y como cambió mi vida, también cambió el norte del libro.

—‘La gracia’ es de esos libros que van contando en paralelo, la transformación tanto del protagonista como la del propio autor.

—Sí, porque mi revelación divina coincide con los 37 años que tenía mi tío cuando cambia de vida. Los dos teníamos la misma edad, pero esto lo descubrí mucho después, en su funeral, que fue el momento en que coincidió mi escritura del libro con su muerte, casi a sus 70 años. Lo fuerte fue que descubrí que nadie de la familia sabía nada de su vida, pero a través de gente que lo conocía de antes, reconstruí una vida llena de amantes, fiestas y drogas.

—Esta trilogía es el inicio de una secuencia que abarca santos, héroes y poetas.

—Porque en mi próximo libro, el cual ya tengo escrito y sale el próximo año, escribo la historia de mi bisabuelo por parte de mi padre, soldado de la primera Guerra Mundial. Él era capitán de la caballería de Napoleón que iba a la vanguardia siempre en los ataques. Lo anecdótico y triste también, fue que murió en uno de los últimos frentes de ataque que se hicieron a caballo, porque los otros ejércitos ya comenzaban a avanzar con una especie de tanques de hierro. Una lucha desigual por completo.

La dinastía de Thibault de Montaigu incluye por la rama de su madre, a su abuelo Gaston Gallimard, creador de la prestigiosa editorial que lleva su apellido. Es por ello que el tercer ángulo de su trilogía se completará con poetas. Sobre ese aspecto cuenta: “Escribo a mano porque me conecta más con lo que escribo. Es mi letra, es mi mano la que transmite eso al papel y no una computadora. Empezó una vez estando en una quinta donde se cortó la luz y no volvió por varios días. Yo estaba ahí para escribir y la verdad era que necesitaba escribir. Así que volví al papel y lápiz y desde ese día continúo escribiendo de esa forma. El problema es después cuando tengo que pasarlo, porque son decenas de hojas, tachadas, con flechas y con asteriscos. Pero siento que es más personal, más honesto y carnal. Lo entendí cuando comparé mis últimos libros con los primeros”.

EN LA ARGENTINA

—Vivió cinco años en Buenos Aires. ¿Qué disfrutó de nuestra ciudad durante esa época?

—Estando en París, me casé con una argentina y ella quiso tener a nuestro segundo hijo en Buenos Aires, de donde es su familia. Entonces nos vinimos por un tiempo que terminó siendo más de cinco años. A mí Argentina me fascina. Yo sé que es un país muy difícil por la situación económica que vive a diario, pero su nivel cultural lo tienen muy pocos países en el mundo. Para mí Buenos Aires es un viaje a la París de los 80. Una ciudad muy europea, con muchas librerías, teatros, e incluso hoy, una vanguardia cultural al nivel de Nueva York y Londres. Acá hay artistas que viven con poco, hacen espectáculos en lugares pequeños y eso me encanta porque me inspira constantemente. Es un país que siempre me invita a visitarlo.